Prostitución uterina

La maternidad subrogada de Ana Obregón pone de manifiesto la realidad de una sociedad que aún cree que las mujeres son objetos destinados a la satisfacción de los deseos creados por una cultura androcéntrica, pero también revela la contradicción en algunas de las posiciones que buscan transformar las referencias culturales que nos han traído hasta aquí.

Porque desde algunos sectores del feminismo, en nombre de la libertad sobre su cuerpo, se defiende la prostitución como “trabajo sexual”, pero no la maternidad subrogada como “trabajo gestacional”; de manera que, según ese planteamiento, el cuerpo se puede “alquilar” por horas, pero el útero no se puede arrendar por meses.

Nacer de una costilla de los hombres y cargar con la culpa del pecado original es argumento suficiente para que sus “dueños inocentes” se crean con el derecho para hacer con ellas cualquier cosa. Por eso los hombres no han dudado en utilizar a las mujeres como sustento de su modelo de sociedad, con toda la discriminación, exclusión y sometimiento que supone; y como soporte de sus deseos individuales, con todo lo que conlleva tomar sus deseos como voluntad para traducirlos en hechos, bien sea el de dominar a su pareja a través de la violencia, o el de satisfacer sus fantasías de poder por medio de la violencia sexual.

Vivimos en una sociedad machista en la que las mujeres son maltratadas, violadas y asesinadas por hombres en el escenario público y en el privado, una sociedad donde las circunstancias aún impiden que las mujeres puedan acceder al trabajo como lo hacen los hombres, que cuando lo consiguen sea más precario y limitado por la parcialidad exigida para poder cuidar a sus hijos, hijas y familiares, que como resultado de todo ello tengan que sufrir una brecha salarial del 20%, y que, en cambio, las mismas facilidades que encuentran para vivir en la precariedad laboral sean obstáculos para poder acceder a puestos de responsabilidad.

El machismo es cultura, no genética, y, en consecuencia, influye sobre hombres y mujeres de manera diferente para que haya armonía en la convivencia a partir de lo que es propio de los hombres y de las mujeres

No tiene sentido que en ese escenario la decisión y determinación de las mujeres no les permita trabajar, acceder a puestos de responsabilidad, cobrar, descansar y vivir lo mismo que los hombres, pero que sí puedan tener libertad para ejercer la prostitución, alquilar su útero, renunciar al trabajo o ser sexualizadas en los contextos más diversos.

La cultura androcéntrica no es lo de cada hombre, sino lo de todos los hombres y la sociedad resultante. Y una cultura que define la identidad de las mujeres sobre la maternidad y los cuidados con el objeto de satisfacer a los hombres y a su modelo masculino, también condiciona a las mujeres a la hora de vivir su identidad y tomar decisiones a partir de ella y los roles asignados. Porque el machismo es cultura, no genética, y, en consecuencia, influye sobre hombres y mujeres de manera diferente para que haya armonía en la convivencia a partir de lo que es propio de los hombres y de las mujeres.

Ser libres para decidir ser esclavas tiene trampa, la trampa de una cultura patriarcal que define la normalidad sobre lo habitual, lo habitual sobre lo propio y lo propio sobre la historia. De ese modo, lo de siempre es lo de ahora, pero se reactualiza y se le cambia el significado para que parezca diferente jugando con la libertad de las mujeres obligadas a asumir lo que históricamente se ha considerado propio de su condición de mujeres, desde lo doméstico hasta la prostitución. La trampa está en presentarlo como una decisión que nace de su libertad, evitando al mismo tiempo que esa libertad se utilice de manera crítica para romper con todas esas imposiciones.

La cosificación de las mujeres ha llevado a considerarlas propiedad y objeto, y, por tanto, a dominarlas y a usarlas. Lo vemos cuando alquilan su cuerpo en la prostitución para satisfacer a hombres individuales, y cuando alquilan su útero para que se cumpla con el mandato de la maternidad y satisfagan al modelo cultural y su esencia de la feminidad.

Y las dos decisiones, prostitución y maternidad subrogada, refuerzan la construcción machista de la sociedad, que es de lo que se trata, de ahí la connivencia habitual de determinadas posiciones conservadoras con este tipo de situaciones.

Quizás Ana Obregón se plantee ahora hacer una nueva temporada de la serie Ana y los siete, ahora se llamaría “Ana y los siete pecados capitales”, porque entre lo que ya ha ocurrido y las futuras exclusivas se ve que, de forma literal o metafórica, los siete pecados capitales de la cultura androcéntrica acompañan a este tipo de hechos.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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