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La ultraderecha y los talibanes

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Los jinetes del apocalipsis de la ultraderecha internacional son la xenofobia, el racismo, el antifeminismo y la homofobia. Con independencia de sus nombres, normalmente rimbombantes y capciosos, pregonan las mismas ideas en todos los países por donde cabalgan con un criterio único, radical y exacerbado. El conflicto de Afganistán ha dado pie para que, de nuevo, saquen sus 'mejores' esencias, enarbolando como bandera el rechazo a los refugiados en un momento en el que España y Europa se preguntan con el corazón encogido qué será de los que no han podido salir de aquel país.

Vox ha presentado una serie de argumentos que poco se diferencian de los de sus colegas europeos. Su postura se centra en sembrar la sospecha, el miedo y el rechazo, como lo está haciendo en Latinoamérica, acusando a todo lo que huela a progresismo y defensa de los derechos de los más vulnerables, a quienes tilda de comunistas y punto. En el caso del país asiático, exige controles estrictos para evitar aquí la posible entrada de yihadistas, sin aportar más que la mera acusación, mientras vociferan que no se integrarán, que no podemos ofrecerles lo que no tenemos ni para nosotros y que, por supuesto, los españoles están primero. Especialmente insistente ha sido Jorge Buxadé, vicepresidente político de la formación extrema y portavoz de Vox en el Parlamento Europeo, quien para advertirnos del riesgo de recibirlos pone como ejemplo una investigación en Francia sobre eventuales vínculos con los talibanes de cinco evacuados. Buxadé se hace eco de Marine Le Pen, quien ha proclamado: "Los talibán han liberado todas las prisiones de Afganistán, donde había desde presos comunes hasta seguidores del ISIS, Al Qaeda, radicales islamistas y yihadistas de todo tipo".

En un ejercicio de populismo ultra y muy local, Buxadé recordó al Gobierno que su primer deber es garantizar la seguridad de los españoles. De paso, puso en solfa a sus socios del PP denunciando un "consenso progre" y minusvaloró los recursos de la Policía al asegurar que carece de medios para controlar los antecedentes criminales de los recién llegados. Eso sí, se adueñan del ejército como si les perteneciera en exclusiva, recordando a los "27.500 militares que han prestado servicio en Afganistán, o los 104 españoles fallecidos". A riesgo de repetir lo obvio, debo recordar que esas lamentables pérdidas humanas son de toda España y no de la ultraderecha española. De nuevo, aquí hacen suyo el todo con carácter excluyente.

Peligrosas contradicciones

Fulgencio Coll, general retirado, ex jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra (JEME) y actual portavoz de Vox en el Ayuntamiento de Palma de Mallorca, reivindicaba el buen papel de los militares considerando a los políticos los responsables del fiasco, así como "todos esos asesores que tienen que no han sabido leer la información de la Inteligencia". Olvida Coll que tanto Biden como Trump apostaron por la retirada y que las decisiones de la coalición de la que España forma parte han sido coordinadas por la OTAN.

Abascal, cómo no, ha señalado el camino a seguir: que sean los países musulmanes próximos a Afganistán los que acojan a los afganos que huyen del conflicto, pero en ningún caso la Unión Europea. Fiel al líder, Buxadé repetía el mensaje asegurando que en España el grado de integración será cero, al contrario de lo que ocurriría si fuesen a países como Irán o Pakistán, más próximos en cultura y costumbres. No evitaba una pullita intencionada referida a nuestras ciudades autónomas. "Esta posición habría que ir a explicarla a Ceuta, Melilla o a las poblaciones más humildes de las costas de Andalucía y decirles: Mire, además de la degradación, de la violencia, y de lo que están sufriendo en sus barrios, ahora vamos a traer a 100.000 afganos de los cuales no tenemos ningún conocimiento de cuál es el riesgo para la convivencia". Para que la postura quedase bien clara firmó –junto al eurodiputado griego Emmanouíl Frágkos, socio del ECR Group– una carta a la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von Der Leyen, reclamando medidas para que los refugiados no se instalen en la UE. En Grecia, el ministro de Migraciones Notis Mitarichi, de Nueva Democracia (centroderecha) ha rechazado que estén obligados a dar entrada a una nueva ola de migrantes.

Las contradicciones de Vox no solo son evidentes, sino muy peligrosas. Hasta hace nada exigían "repatriar a todos y cada uno de los colaboradores afganos de España, a los que trabajaron en nuestras misiones diplomáticas y militares porque no les podemos dejar solos", emprendiendo además una campaña para que se considere prioritaria la evacuación "de los cristianos de etnia hazara de religión cristiana, en situación de altísimo riesgo y que, con el regreso de los talibanes, no tienen sitio en Afganistán". Es decir, para ellos hay unos refugiados válidos y otros no.

Ultras europeos al unísono

Hace unos días, Ángel Munarriz publicaba en infoLibre un artículo sobre la "amenazante" crisis migratoria con la que la ultraderecha infunde el miedo, tomando como referente lo ocurrido en 2015 y 2016 con más de dos millones y medio de solicitudes de asilo. Aparte de los lúgubres pronósticos sobre atentados de Marine Le Pen presionando a Macron, destaca la profecía del líder de la Liga, el italiano Matteo Salvini, sobre violencia y terrorismo que se otean en el horizonte. O cómo el UKIP reclama al gobierno de Reino Unido que cierre la puerta a los refugiados. Y ya veremos cómo transcurre la relación con Turquía pues Erdogan tiene prevista la construcción de 64 kilómetros de muro con la frontera helena, para frenar cualquier intento de entrada.

En Austria la derecha conservadora, el partido ÖVP, se ha movido hacia la ultraderecha, convirtiéndose "en un referente de los partidos dominantes, especialmente conservadores, en todo el continente, que defienden una ideología defensiva y aislacionista en oposición a ver a Europa como un actor político global". De la misma opinión es el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, que defiende el aislacionismo, especialmente de sus vecinos musulmanes, como señala el catedrático Florian Bieber, de la Universidad austríaca de Graz.

Glyn Ford, eurodiputado laborista hasta 2009 por el sudoeste de Inglaterra y presidente de la Comisión de investigación del Parlamento Europeo sobre el aumento del racismo y el fascismo en Europa, escribió en aquellos días un artículo que sigue vigente: "… los partidos fascistas tradicionales de derechas han optado por moderar su mensaje y el perfil de sus simpatizantes y profesar un fascismo edulcorado". Añadía: "Los que antes eran partidos puramente fascistas son ahora partidos populistas de derechas cuyos adeptos constituyen una variada grey que engloba desde personas de ideología fascista hasta racistas, xenófobos y los blancos alienados de clase trabajadora. Ahora se expresan en términos de nación, tradición, soberanía y comunidad, en vez de eugenesia, exterminio y patria; pero en el fondo sigue siendo el mismo discurso intolerante, excluyente y supremacista".

La intolerante guerra cultural

La ideología fascista de Vox llevada al contexto afgano deja en evidencia lo ridículo de sus postulados. Pero también su exagerada intolerancia. Así, su negación de la violencia contra la mujer adoptó su expresión más bárbara en boca de la portavoz adjunta de Vox en la Comisión de Igualdad del Congreso, Carla Toscano, quien acusó esta semana al "consenso progre" (término insistente en el vocabulario de la formación ultraderechista y en el que suelen incluir al PP y a Ciudadanos) de centrarse en las mujeres afganas y olvidar a los hombres "que pueden ser ejecutados o mutilados" tras el triunfo talibán. Por su parte el portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, no se quedó atrás cuando el pasado lunes preguntó al ministro de Asuntos Exteriores durante su comparecencia sobre Afganistán: "¿Va a seguir siendo el feminismo radical y la perspectiva de género el elemento definitorio de nuestra política exterior?" Sobran los comentarios.

El huevo de la serpiente

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Esta guerra cultural de la ultraderecha ha llevado a un medio informativo estadounidense de talante progresista, New Republic, a realizar unas interesantes reflexiones sobre qué es lo que piensan estos radicales en EEUU. Apuntan por supuesto a Biden, obviando su acuerdo con la decisión de Trump de retirarse de Afganistán, pero, sobre todo, consideran –opina la revista– que el problema "no es la injusticia inherente de ocupar un país extranjero durante 20 años, la ineficacia de la construcción nacional y la contrainsurgencia, los efectos desestabilizadores de la guerra global contra el terrorismo, los escuadrones de la muerte entrenados por la CIA o cualquier asunto geopolítico". En vez de este análisis, los ultraderechistas apuntan, según New Republic, "al despertar y los pronombres homosexuales y de género neutro y la decadencia cultural de Estados Unidos, todos los cuales han conspirado para hacer que nuestro ejército sea blando e incapaz de gobernar Afganistán con la mano de hierro que requería". Cuenta el autor de la crónica, Jacob Silverman, cómo en Gab, una red social con base en usuarios de extrema derecha, se podía leer que al inicio de este conflicto "Estados Unidos era una nación cristiana" que prohibía a los homosexuales en el ejército, considerando a las personas trans como "enfermos mentales" y que "proscribió el matrimonio homosexual". Son guerras, concluye Silverman, que estas formaciones acabarán perdiendo, pero antes pueden provocar mucho daño.

Lo he dicho antes y lo reitero ahora: el antídoto del fascismo son los derechos humanos y el Estado de Derecho. Hay que estar atentos y vigilantes, especialmente quienes tienen responsabilidades institucionales y que a veces asisten inertes al uso y abuso, sobre todo de la justicia, por quienes ni la respetan ni creen más que en la suya propia o en la que controlan. Muchas de sus acciones, afirmaciones y propuestas son abusivas, ilegales e incluso inconstitucionales. La discriminación en base a la raza, la etnia, la religión, el origen nacional, las creencias políticas, el sexo o el género, están prohibidas en nuestras sociedades, por mucho que algunos se empeñen en normalizarlas y en regresar a épocas oscuras de ruptura de nuestra convivencia pacífica. Hay que combatirlos con las armas del Estado de Derecho. Es la única manera de frenar a estos cuatro jinetes que alientan el fascismo.

Baltasar Garzón Real es jurista y presidente de FIBGAR.

Los jinetes del apocalipsis de la ultraderecha internacional son la xenofobia, el racismo, el antifeminismo y la homofobia. Con independencia de sus nombres, normalmente rimbombantes y capciosos, pregonan las mismas ideas en todos los países por donde cabalgan con un criterio único, radical y exacerbado. El conflicto de Afganistán ha dado pie para que, de nuevo, saquen sus 'mejores' esencias, enarbolando como bandera el rechazo a los refugiados en un momento en el que España y Europa se preguntan con el corazón encogido qué será de los que no han podido salir de aquel país.

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