La literatura sobre la República es hoy inabarcable. De la guerra civil, no hablemos. Desde 1936 hasta los momentos actuales la controversia continúa. No es de extrañar. Las dos cuestiones claves de la historia de España en el siglo XX son, en mi modesta opinión, las siguientes: ¿quién quiso la guerra civil? y ¿para qué se quiso? Los vencedores solo dieron una respuesta unívoca: la República se deslizaba rápidamente hacia un revolución roja, que iba a estallar en agosto de 1936. Los militares hubieron de adelantarse al enloquecido adversario y lanzaron el denominado Glorioso Movimiento Nacional. Es una interpretación demasiado fácil y esencialmente errónea. La hayan mantenido (y, a veces, la mantengan) los nombres más excelsos de la historiografía franquista, metafranquista o, simplemente, de derechas.
Ambas preguntas siguen dividiendo a los españoles; generan controversias al parecer insolubles; oponen a los partidos políticos; están presentes en las actuales diatribas contra el supuesto “gobierno social-comunista”; alimentan los medios digitales, tanto de la extrema derecha como de la derecha supuestamente civilizada; agitan los ánimos y, en todo caso, aburren soberanamente a una parte del personal.
Es también un caso curioso. La gente está, se afirma, hasta el gorro. Si es cierto, lo cual es un tanto discutible, los lectores habrían debido quedar ahítos tras años y años en los cuales un sector de los historiadores españoles (y extranjeros) hemos cumplido con nuestro deber. Hemos desbrozado el pasado y sometido múltiples afirmaciones y leyendas a la dura contrastación con la evidencia primaria documental remansada en archivos patrios (esencialmente) y en algunos extranjeros.
Los resultados de tal esfuerzo han contribuido a destruir muchas de las leyendas acumuladas durante casi sesenta años de lavado de cerebros por parte de los vencedores en la contienda. A ello se añade la abulia y tardanza en dar respuesta de numerosos historiadores de derechas, que se sienten cómodos en posesión de su supuesta verdad.
El caso español es casi el único (salvo, quizá, el trumpista) en el que las interpretaciones acuñadas antes de la guerra civil, en la guerra civil y el período siguiente continúan en buena medida vigentes. Afirmar, como se hace comúnmente, que ello es el resultado del aplastamiento, destrucción y humillación de los vencidos durante tantos y tantos años de una paz mantenida a la sombra vigilante de las bayonetas (como se escribió en los alrededores del vicepresidente del Gobierno almirante Luis Carrero Blanco a finales de los cincuenta del pasado siglo), es insuficiente.
Basándome en las aportaciones de diversos historiadores españoles y extranjeros, incluidas las mías propias, esta serie que hoy comienza argumentará y demostrará dos tesis fundamentales:
–No existen, o no se han encontrado hasta hoy, 2023, evidencias primarias relevantes de época que corroboren la historiografía franquista.
–Desde el primer momento la derecha puso en marcha una amplia operación que pretendía justificar su asalto a la legalidad.
Veamos unos ejemplos de afirmaciones muy recientes (luego iremos marcha atrás, ya que todas ellas tienen su propio pedigrí):
Figuran en la obra publicada hace tan solo dos años por el general de División Rafael Dávila Álvarez. Se titula La guerra civil en el Norte (La Esfera de los libros), Madrid. En su momento la prensa de derechas la aireó con entusiasmo. Quizá porque su abuelo fue el general Fidel Dávila, presidente de la Junta Técnica del Estado desde octubre de 1936 y, tras la muerte en accidente de Mola en junio de 1937, su sucesor al frente del Ejército del Norte.
Las barbaridades históricas se distribuyen a lo largo de la obra, pero la mayor concentración para lo que aquí nos interesa se encuentra en el capítulo 9, titulado “La guerra preventiva comenzó en 1934. El ejército rojo”. La fecha es significativa. Se trata de la revuelta obrera de Asturias, dominada en quince días, pero lo llamativo es la aparición ya de un supuesto “ejército rojo”, quizá utilizando la denominación del soviético, aunque no añadió su correlato de trabajadores y campesinos.
Las fuentes son, con el debido respeto, de risa: el historiador José Alcalá-Zamora (en un artículo en La Gaceta, 10 de abril de 2011); una referencia a Azaña sin identificar: “por encima de la Constitución, la República y por encima la Revolución”. Seré benevolente e informaré al señor general de División y a los amables lectores de una reciente obra al respecto. Un dictum de Gustavo Bueno: “la guerra preventiva comenzó en 1934”, sin la menor referencia ni contextualización (se la ofreceré yo, que no estoy en absoluto de acuerdo con tal tesis) una obrita de Vicente Palacio Atard, de 1970, auténtico bodrio. (Este autor fue catedrático de Historia contemporánea de la UCM, y connotado historiador de recia raigambre católica); Emilio Romero, uno de los periodistas más inteligentes y más desvergonzados en la segunda parte de la dictadura y director del inefable periódico de los sindicatos Pueblo (pero, al parecer, tomado de Ya, julio de 1983, una especie de sucesor de El debate gilroblista).
No existen, o no se han encontrado hasta hoy, 2023, evidencias primarias relevantes de época que corroboren la historiografía franquista
También aparece algún que otro extraño compañero de cama: Francisco Vázquez, exalcalde socialista de A Coruña y exembajador ante el Vaticano, sin duda autoridad indiscutible en muchos temas, pero no en historia; coexisten afirmaciones entresacadas de discursos de Largo Caballero llamando a la revolución (el general de División no se ha molestado en consultar las Obras Completas del mismo, hoy fácilmente disponibles y, por consiguiente, ni contextualiza ni analiza. Tampoco ha consultado la incomparable biografía escrita por el malogrado Julio Aróstegui); la inevitable, y nunca encontrada, carta de Franco al ministro de la Guerra y presidente del Consejo de Ministros, Santiago Casares Quiroga, publicada en la prensa canaria en agosto de 1936 y a la que servidor ha dedicado, en función de la aparición de nuevas fuentes, una serie de interpretaciones discrepantes de la versión tradicional y profranquista.
¿La justificación de todo ello? Según el exayudante de Campo de S. M. Juan Carlos I, a la República, en principio, nadie quería suprimirla, “ya que no se trataba de un golpe para recuperar la Monarquía, sino acabar con el estado de violencia y penetración comunista que desde el año 1934 venía padeciendo España” (p. 116). Con el debido respeto, y presentando mis excusas por el melifluo exabrupto: ¡naranjas de la China! (en el morralito lingüístico de todo español los hay mucho más subidos de tono).
El señor general de División no atina una, pero lo que me interesa es destacar el dato de que todavía hace dos años un, sin duda, esforzado y multicondecorado soldado regurgitaba (su carrera figura en la solapa de la obra) los dos motivos que indujeron a numerosos militares a sublevarse en contra del régimen legítimamente constituido. En realidad, datan de mucho antes de 1936 y duraron, impertérritos, durante toda la dictadura: penetración comunista en la desgraciada España de la época y violencia previa desatada por las izquierdas. SOLO SALVABLE POR EL EJÉRCITO.
El nombre de tan ilustre general merece destacarse en letras de oro porque es, por el momento, el último militar que ha intentado reverdecer los mitos que generaron y expandieron decenas de otros compañeros suyos de uniforme. Lo hicieron bien por su propia cuenta —lo cual no es de extrañar— como —lo que es más significativo— también en el marco estructurado de las supuestas “investigaciones” del Servicio Histórico Militar. Todas ellas, ni que decir tiene, bajo la cuidadosa supervisión del Mando.
Siempre he citado entre los primeros a un hoy desconocido teniente general (una estrellita por debajo de la máxima categoría de capitán general en la época) que, doctor en ciencias políticas y sociología amén de licenciado en derecho, abordó en las postrimerías de la dictadura la magna tarea de comparar dos fechas señeras en la gran historia patria: 1808 y 1936. Estaba en la línea de hoy otro olvidado, pero en su momento muy famoso historiador, el coronel Juan Priego López, para quien la primera podía considerarse como un precedente “desgraciado” de la de liberación. El teniente general Manuel Chamorro añadió que en esta última “nuestra victoria no solo liberó a España del comunismo sino a toda Europa occidental”. La noción había surgido ya en aquellos años de fuego. O sea que muy al día tan notable historiador no estaba.
En su analogía, Chamorro también echó la vista atrás (adelantándose a su posterior compañero): denunció la preparación de “un vasto movimiento revolucionario” por parte de la Comintern; la llegada a Barcelona, antes del 18-J, de dirigentes comunistas extranjeros para constituir un “comité militar revolucionario”; el desembarco en Sevilla y Algeciras de grandes cantidades de armas y municiones que se distribuyeron por Andalucía y Extremadura; el establecimiento en la Ciudad Condal de un pequeño “cuartel general” bajo la suprema dirección de Erno Gerö. (El inmortal trabajo de Chamorro, 1808/1936. Dos situaciones históricas concordantes, s.e., Madrid, diciembre de 1973, tuvo varias autoediciones, la última incluso publicada por una editorial. Puede obtenerse a precio de ganga en internet)
Podríamos seguir, pero es mejor ir a las fuentes nutricias. Nadie podrá discutir, espero, la significación de que en esta perspectiva goza la Revista de Historia Militar. Está en internet. Un número (el 17) que no debería faltar en la biblioteca de ningún interesado por las patrañas sobre la guerra civil data de 1964. Sin duda no fue una casualidad. En este año se festejaron los XXV “años de paz”, conmemoración sobre la que ha escrito largo y tendido, entre otros, el profesor Antonio Cazorla Sánchez. Dos largos artículos ilustraron a los generales, jefes, oficiales y suboficiales que quisieran leer sobre cuáles eran las verdades eternas e inmanentes del régimen. Son tan estimulantes que las dejo para la próxima entrega. No se la pierdan.
(Continuará)
_____________________
Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo. Su última obra publicada es 'Oro, guerra, diplomacia. La República española en los tiempos de Stalin', Crítica, Barcelona, 2023.
La literatura sobre la República es hoy inabarcable. De la guerra civil, no hablemos. Desde 1936 hasta los momentos actuales la controversia continúa. No es de extrañar. Las dos cuestiones claves de la historia de España en el siglo XX son, en mi modesta opinión, las siguientes: ¿quién quiso la guerra civil? y ¿para qué se quiso? Los vencedores solo dieron una respuesta unívoca: la República se deslizaba rápidamente hacia un revolución roja, que iba a estallar en agosto de 1936. Los militares hubieron de adelantarse al enloquecido adversario y lanzaron el denominado Glorioso Movimiento Nacional. Es una interpretación demasiado fácil y esencialmente errónea. La hayan mantenido (y, a veces, la mantengan) los nombres más excelsos de la historiografía franquista, metafranquista o, simplemente, de derechas.