La ceremonia de entrega de los Óscar celebrada el pasado domingo despertó, como es habitual cada año, el interés en nuestro país de la gran cantidad de gente que somos aficionados al cine. Lo normal es que hayamos visto las películas candidatas y que seamos capaces de discutir sobre si Di Caprio merecía por fin el galardón o si Spotlight es mejor película que El Renacido. Para mí, por cierto, este año había varias películas mejores que El Renacido y, sin duda, Spotlight es una de ellasEl RenacidoSpotlight . Hasta estamos dispuestos a participar en una porra sobre quién iba a ganar el Óscar al mejor director del año. No hay un sólo cinéfilo en España que no sepa quién es John Ford o Francis Ford Coppola o Quentin Tarantino. Todo aficionado a la cinematografía tiene una cierta base de conocimiento sobre los grandes nombres que han hecho historia y que han marcado a generaciones enteras de cineastas y de espectadores.
Hoy en día, el mundo de las series ha congregado a una fantástica masa de entusiastas que sigue todas las novedades que cada mes la nueva televisión pone a nuestra disposición. Discutimos sobre cada serie, sobre cada personaje y hablamos con pasión de un fenómeno que se ha convertido en muchos casos en algo más que una simple afición. Dicho esto, no deja de sorprenderme la falta de conocimiento generalizado que tenemos sobre la historia de este fenómeno. Es imposible que exista un mínimo aficionado a la novela negra que no conozca a Chandler, Hammett o Conan Doyle. Posiblemente, cabe la explicación de entender que estamos ante una moda reciente que aún no ha tenido recorrido suficiente para haber creado el necesario “entorno cultural” que toda actividad artística acaba despertando.
Todo este alegato de partida viene a colación de un evento celebrado hace unos días en Los Ángeles. Toda la industria norteamericana rendía homenaje al mejor director de la historia de las comedias televisivas. Su nombre: James Burrows.
La gala se retransmitió en directo en el prime time de la cadena NBC a todo el país. La excusa para un homenaje más que justificado desde hace muchos años era el hecho de que Burrows hubiera alcanzado recientemente la cifra de 1.000 episodios de sitcoms dirigidossitcoms . Todo un record. Aún hoy en día, con 75 años cumplidos, sigue siendo el más cotizado, admirado y respetado de todos los profesionales de la dirección de comedia. Durante 25 años, entre 1980 y 2005, fue nominado consecutivamente, excepto en 1997, como mejor director de sitcoms en los Emmys. Ha ganado este galardón en 10 ocasiones. En realidad, ha ganado todos los galardones posibles que se entregan en la profesión.
Es imposible no haber visto su trabajo. Ha estado detrás de las cámaras en decenas de series. Por citar sólo algunas de las más conocidas, ha dirigido episodios de Mary Tyler Moore, Taxi, Cheers, Frasier, Friends, Will & Grace, Two and a Half Man, The Big Bang Theory o Two Broke Girls. Muy, muy grande.
En el mundo de las series de televisión, a diferencia del cine, la figura del director tiene un peso mucho menor que la del productor ejecutivo, que es siempre el máximo responsable creativo. Los directores de cada episodio suelen cambiar de un capítulo a otro sin que a menudo se note en exceso el toque personal de cada uno. Las series llevan el sello de los productores ejecutivos y a ellos les suele corresponder la gloria y el reconocimiento mayor. Salvo algunas excepciones y, por encima de todas ellas, una: James Burrows.
Él no sólo ha sido un extraordinario director televisivo. Es que su peculiar estilo siempre ha impregnado sus trabajos sea cual fuera el talento de los productores ejecutivos con los que haya trabajado, que han sido algunos de los mejores de la historia. Burrows ha tenido la posibilidad de hacer realmente lo que le ha venido en gana. Ha sido creador y productor ejecutivo de series como Cheers, junto a los hermanos Charles, o Will & Grace, junto a David Kohan y Max Mutchnick. Pero incluso en esos casos, se centraba en dirigir episodios. Sólo de esas dos series dirigió más de 400.
Su larga y ya mítica carrera tuvo unos curiosos inicios. Hasta los grandes genios necesitan su golpe de suerte. Había nacido en Los Ángeles, aunque se crió en Nueva York. Su padre se movía en el mundo de la escena, como escritor y director. De niño vio pasar por casa a Truman Capote o a John Steinbeck. Decidió enfocar sus estudios al mundo del teatro y ahí empezó a trabajar. Ya con los 30 cumplidos coincidió como asistente de un director de escena, en Broadway, con la entonces famosísima actriz Mary Tyler Moore. Burrows pasó por el lugar exacto, en el momento exacto. La obra, una adaptación de Desayuno con Diamantes, fue un relativo fracaso. Pero un tiempo después se decidió a escribir a Mary Tyler Moore y a su marido, Grant Tinker (otro nombre de oro de la historia de la televisión), para pedirles trabajo en su productora, MTM. Estaban produciendo precisamente una joya histórica: La Chica de la Tele. Tinker contrató a Burrows para dirigir algunos episodios y lo puso al lado del que sería su maestro, el gran Jay Sandrich. A partir de ahí más de 1.000 episodios dirigidos de más de un centenar de series diferentes.
Desde hace unos años, James Burrows sólo se dedica a hacer pilotos de proyectos que le gustan. Los productores ejecutivos recurren a él para que haga el diseño de escena y dote de personalidad a los personajes. Cobra una fortuna por cada piloto y los escoge sólo si le interesa el concepto. Pero siempre su toque sigue presente. A buen seguro que pocos aficionados lo saben, pero muchos de los aspectos que les hacen disfrutar de una buena comedia televisiva han sido inventados por James Burrows.
No sólo domina la puesta en escena y las claves de la comedia, es un maestro de las relaciones personales. Para él, es la clave para trabajar en comedia. Según afirma: “Mi secreto es la amabilidad, lo aprendí de mi padre. Hablo con los actores sobre sus personajes e intento que se gusten entre sí, que se cuiden, porque eso se ve en pantalla. Así que intento comer con ellos, o llevarles a menudo de fiesta todos juntos”. Burrows sólo dirigió 15 episodios de Friends, pero 11 de ellos fueron en la primera temporada, incluido el piloto, en el que se marcó el tono y la personalidad de cada personaje. Burrows insistió al elenco en que tenían que ayudarse unos a otros y ser amigos, y les cedió su camerino insistiéndoles en que jugaran al póker juntos. La anécdota se convirtió incluso en parte del guión de un episodio.
Los protagonistas de Mike & Molly lo recuerdan como un padre que todas las jornadas de trabajo empezaba con un abrazo. Toda su carrera se ha centrado en la comedia. La serie que más le ha hecho reír es Will and Grace: “Era un cuento de hadas. Me hacía reír cada día, cada día de la semana, cada día de ensayos. Me hacía sentir joven. Le decía a mi mujer: 'hago esta serie por lo que me río'”. Burrows es un maestro del humor físico que siempre explota en su tratamiento de los personajes. Suya fue la idea de que en el primer episodio de Frasier, cuando el protagonista se encuentra en un café con su hermano, saque su pañuelo y limpie la silla, lo que se convirtió en un referente fundamental para la actuación del personaje.
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Cuando le preguntan por la clave de su trabajo, responde lo siguiente: “Te diré lo que adoro de dirigir: la sorpresa. Nunca sabes lo que va a pasar con una obra hasta que una audiencia lo valora. Puedes pensar que será brutalmente gracioso, hasta que un grupo de americanos medios bajados de un autobús dice que es basura mientras tú sacudes la cabeza escandalizado. Esta sorpresa me parece estimulante y terrorífica, y me encanta”.
La pasada semana, cuando apareció en escena para despedir el gran tributo que le organizaron, desde el escenario soltó una frase que refleja toda su filosofía de vida profesional: “No he venido aquí a estar mucho rato, he venido a pasar un buen rato”.
Hace unos años tuve la enorme fortuna de poder disfrutar de un desayuno público en el que Burrows nos contó algunas de sus claves para entender la televisión. Al acabar, nos regalaron una taza con una inscripción: “Yo, una mañana, estuve desayunado con James Burrows”. Han pasado 15 años y aún la tengo a diario en la mesa de mi despacho en casa. Para mí, una preciada joya.
La ceremonia de entrega de los Óscar celebrada el pasado domingo despertó, como es habitual cada año, el interés en nuestro país de la gran cantidad de gente que somos aficionados al cine. Lo normal es que hayamos visto las películas candidatas y que seamos capaces de discutir sobre si Di Caprio merecía por fin el galardón o si Spotlight es mejor película que El Renacido. Para mí, por cierto, este año había varias películas mejores que El Renacido y, sin duda, Spotlight es una de ellasEl RenacidoSpotlight . Hasta estamos dispuestos a participar en una porra sobre quién iba a ganar el Óscar al mejor director del año. No hay un sólo cinéfilo en España que no sepa quién es John Ford o Francis Ford Coppola o Quentin Tarantino. Todo aficionado a la cinematografía tiene una cierta base de conocimiento sobre los grandes nombres que han hecho historia y que han marcado a generaciones enteras de cineastas y de espectadores.