La locura en un mundo de locos

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El enloquecido período que vivimos en torno al mundo de las series de televisión permite la sucesión de acontecimientos difíciles de asimilar. El balance de la temporada pasada es algo más que histórico. Sólo en Estados Unidos se emitieron 455 series diferentes. Teniendo en cuenta que el número de episodios medio oscila entre los 6 u 8 que se hacen como mínimo en el mundo del streaming y el cable, hasta los 22 que suelen ver la luz en los canales tradicionales en abierto podemos adivinar que fácilmente se produjeron en torno a los 7.000 capítulos en 12 meses. Haciendo un cálculo rápido, podemos establecer que para ver tan sólo las series estadounidenses emitidas en 2016, hubiéramos necesitado consumir alrededor de 22 episodios diarios a lo largo de los 365 días del año. Suena a disparate y, posiblemente, lo sea.

En mitad de este vórtice provocado por la acumulación de un número de series inabordable, se suelen producir curiosos casos dignos de reflexión. Uno de los más llamativos ha sido el de una peculiar producción sobre la que se han vertido todo tipo de juicios y polémicas estos meses atrás. Se trata de The Get Down, lanzada el pasado verano en Netflix con la etiqueta de haber sido hasta esa fecha la serie más cara que habían realizado. La expectativa que acompañaba a semejante dato obligaba a exigir un éxito demoledor que, finalmente, no se produjo. Por el contrario, ha recibido críticas de aficionados tan expectantes, como defraudados. También hay buen número de seguidores, entre los que me encuentro, más que satisfechos con una producción original, atrayente y novedosa.

The Get Down ha sido creada por Baz Luhrmann, director de la película Moulin Rouge y por Stephen Adly Guirgis, ganador del premio Pulitzer de 2015. Relata el surgimiento del hip hop y el rap en el Bronx, entre los años setenta y ochenta.  El barrio parecía una zona de guerra bombardeada. Solares abandonados, edificios quemados por sus propietarios para cobrar el seguro, pandillas de delincuentes recorriendo las calles y todos los problemas asociados imaginables. En medio de aquel desolador panorama, el entorno sirvió de cuna para peculiares artistas callejeros que se refugiaron en nuevas concepciones de la música como el scratch, el hip hop o el rap y convirtieron el graffiti en toda una representación visual de la época. Para meterse en el ambiente, recomiendo echar un vistazo a estas imágenes documentales, similares a algunas de las que aparecen también en la serie, que muestran el panorama descrito.

Se calcula que la primera temporada de The get down ha costado 120  millones de dólares. Puede que parte de este monumental presupuesto se deba a que ha sido un australiano obsesivo el encargado del proyecto. Luhrmann ha suplido su falta de conocimiento directo del ambiente que iba a describir con una documentación enfermiza. Desde que hace 10 años se preguntó a sí mismo cómo se pudo haber concentrado tanta creatividad en un lugar tan deprimido. Luhrmann se hizo con todo el material disponible. Su oficina hoy en día parece un museo especializado en el asunto. Además, ha hablado, contratado o entablado amistad con docenas de protagonistas del momento. Una de las principales influencias ha sido el genial Grandmaster Flash, cuyo libro de memorias ha sido pieza clave y que aparece en la serie como legendario personaje interpretado por Mamoudou Athie, envuelto en la mítica aura de padre fundador. Por si alguien no conoce al glorioso Grandmaster Flash, aquí tenemos el vídeo subtitulado en español de uno de sus mayores éxitos, The Message.

Grandmaster Flash perfeccionó el arte de los DJs. Buscando un efecto totalmente nuevo, dio con la idea de jugar con dos discos de la misma canción en dos platos diferentes. Se centró en un solo de batería de 10 segundos, que repetido servía de base para rapear encima.  A este efecto le llamó get down. La repetición de una base, un grito, las mezclas de fragmentos de diferentes canciones y autores y material original fueron creando nuevas piezas sucesivamente. Y antes de que las radios o las compañías de discos conocieran este fenómeno, un deteriorado Bronx era el escenario de las fiestas y conciertos improvisados de incipientes artistas que perfeccionaban estas ideas y técnicas inéditas.

Aquí se sitúa la acción de la serie, que cuenta con un casting más que destacable, lleno de actores desconocidos, entre los que solamente son reconocibles Jimmy Smits y el hijo de Will Smith, Jaden. Los chicos jóvenes son los protagonistas principales de la serie. Meses antes de empezar la grabación acudieron a una especie de campamento del hip hop, en el que les enseñaron a respirar, pinchar, rapear y bailar, todo a gastos pagados, claro está. Nelson George es uno de los estudiosos más reconocidos del hip hop y asesor de la serie y dice que ver el entrenamiento de estos chicos a cargo de los verdaderos creadores del movimiento es una de las experiencias creativas más apasionantes de su vida.

The Get Down también se fue encareciendo porque empezó haciéndose en Los Ángeles y terminó mudándose a Nueva York. Ha sido una trituradora de showrunners, o jefes creativos, cuya visión no coincidía exactamente con la de Luhrmann, y ha sufrido sobrecostes por tener que regrabar innumerables escenas. Stephen Adly Guirgis, el guionista y co-creador de la serie defiende a Luhrmann ante las acusaciones de que el proyecto se ha salido de madre. "Si compras un Ferrari”, dice refiriéndose al fichaje del cineasta, “no te puedes quejar del alto precio de los recambios o de que el motor sea temperamental, es lo que has comprado". Sobre el trabajo para televisión, destaca que "en términos del proceso de hacer televisión, lo que he aprendido es que básicamente hay ocho posibilidades distintas de morir y solo un par más de salir con éxito".

Guirgis estaba consagrado al teatro y no tenía ningún interés en el cine o la televisión, pero cuando Luhrmann le pidió encontrarse, reconoció a un igual, un amante del arte. Hablaban el mismo lenguaje. Fue un flechazo que ganó en profundidad cuando Luhrmann le propuso escribir sobre la Nueva York de los años setenta, en la que el propio Guirgis se había criado y sobre el nacimiento del hip-hop, que él amaba. En una exhaustiva entrevista a la revista digital Vulture, recuerda como cuando estaba aún en el colegio, "no importa quien fueras, si no podías recitar todas las letras de Rapper´s Delight, no molabas"Rapper´s Delight. Eso era un himno.

Otro de los productores ejecutivos de la producción es el rapero Nas, que hace la función de narrador y también ha compuesto música original para The get down. Al ver algunas escenas, Nas se sintió golpeado por las imágenes, transportado a sus años de iniciación, reflejado en cada personaje. Y se sintió muy atraído por el proyecto desde el principio por centrarse en los pioneros, en el auténtico origen de este fenómeno de dimensiones brutales. Nas es la inspiración para Ezequiel, el personaje protagonista, el poeta, el letrista, interpretado por el no muy conocido Justice Smith. La voz en off narradora toma aquí un tono de rap con el que Luhrmann está cautivado.

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Catherine Martin, casada con Luhrmann, y ganadora de cuatro oscar, los cuatro con su marido, dos por Romeo y Julieta y dos por El gran Gatsby, es también productora ejecutiva y encargada entre otros aspectos del espectacular vestuario, que combina las prendas que una madre pobre compra a sus hijos con la ropa que daba estatus, a menudo comprada con dinero sucio.

La serie tiene algunos elementos irregulares, pero el resultado merece absolutamente la pena. Incluso si a alguien no le interesaran los personajes, el ambiente está perfectamente reflejado, según admiten quienes lo vivieron. Es verdad que en el primer episodio el preciosismo y la obsesión de Luhrmann por mostrarlo todo, alcanzan momentos de un barroquismo confuso que, a medida que avanza la serie, se van superando sin problema.

Netflix ha anunciado la siguiente tanda de episodios para esta próxima primavera. Sólo se ha sabido que la serie pegará un salto en el tiempo y se traslada a los años 80, lo que es de suponer que permita llegar a mayor número de espectadores. Ya se anuncian homenajes a artistas como Prince o Michael Jackson. De momento nos quedamos como anticipo con los seis episodios de la primera temporada.

El enloquecido período que vivimos en torno al mundo de las series de televisión permite la sucesión de acontecimientos difíciles de asimilar. El balance de la temporada pasada es algo más que histórico. Sólo en Estados Unidos se emitieron 455 series diferentes. Teniendo en cuenta que el número de episodios medio oscila entre los 6 u 8 que se hacen como mínimo en el mundo del streaming y el cable, hasta los 22 que suelen ver la luz en los canales tradicionales en abierto podemos adivinar que fácilmente se produjeron en torno a los 7.000 capítulos en 12 meses. Haciendo un cálculo rápido, podemos establecer que para ver tan sólo las series estadounidenses emitidas en 2016, hubiéramos necesitado consumir alrededor de 22 episodios diarios a lo largo de los 365 días del año. Suena a disparate y, posiblemente, lo sea.

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