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El abandono educativo: desenganchados y expectantes

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José Saturnino Martínez

El principal problema educativo que padecemos es el abandono educativo temprano, según se puede inferir del informe publicado recientemente por la OCDE. España es el país con mayor tasa de abandono (23,5%) de la UE en 2013, a pesar de que está en el nivel más bajo de nuestra historia, empezando un rápido descenso en 2008, cuando alcanzó el 31,7%.

En otro lugar he analizado a qué se debe que sea tan alto en nuestro país: a la inercia histórica, a lo difícil que es lograr el título de la ESO y al mercado de trabajo (véase aquí). En esta ocasión voy a hacer un breve análisis de su disminución. Para ello debemos tener en cuenta que bajo el concepto de abandono educativo temprano se incluyen situaciones sociales heterogéneas, por lo que creo que puede ser un buen indicador desde el punto de vista de las políticas públicas (asegurarse que los jóvenes están adquiriendo una formación por encima de la secundaria inferior), pero no desde el punto de vista del análisis social.

La tasa de abandono educativo temprano se define como el porcentaje de jóvenes entre 18 y 24 que no tienen un título de educación post-obligatoria o/y no están cursando ningún tipo de estudios (ya sean reglados o no). Esto puede llevar a la situación, poco intuitiva, de que una persona sin la ESO que esté haciendo un cursillo de manipulador de alimentos no consta como abandono escolar, mientras que una persona que sí la terminó satisfactoriamente, pero no sigue cursando ningún tipo de estudios, sí cuenta como abandono. Una persona que a los 20 años esté cursando la ESO, tampoco cuenta como abandono educativo. Como señalé, las situaciones sociales son demasiado diferentes.

Para entender mejor qué está pasando he separado el abandono educativo en dos grupos (Tabla 1): quienes terminaron la ESO y quienes no terminaron. El grupo en el que disminuye claramente el abandono entre 2007 y 2013 es el de las personas con título de ESO que no siguen estudiando, que cae del 17,5% al 12,5%, mientras que el de quienes no terminaron la ESO se mantiene mucho más estable, pasando del 13,5% al 11,0%.

Tabla 1. Tasa de abandono educativo temprano, distinguiendo entre quienes terminaron y no terminaron la ESO

¿Cómo interpretar estos datos? Simplificando, podemos contar la siguiente historia: hay dos grupos en el abandono educativo, los “desenganchados”, tomando la expresión de Enguita, Rivière y Mena, y los “expectantes”. Los desenganchados posiblemente sean el alumnado que ha experimentado más problemas de integración en la institución escolar, con más cursos repetidos, más comportamientos disruptivos y que vive la escuela como realidad más ajena a su vida cotidiana. Los expectantes también pueden haber tenido dificultades en su vida escolar, pero están dispuestos a realizar el esfuerzo para lograr el título de ESO, y siguen estudiando o no en función de las circunstancias, entiéndase por circunstancia el mercado de trabajo.

La crisis parece haber empujado hacia la educación post-obligatoria a los expectantes, pero no lo consigue con los desenganchados, que posiblemente vivan al margen de la experiencia escolar mucho antes de la edad crítica de los 16 años.

Estos datos contribuyen al debate sobre el efecto beneficioso de la Ley Orgánica de Educación (LOE), que estuvo en vigor entre 2006 y 2013 (y que, por tanto, no afecta a quienes tenían entre 18 y 24 años en 2007 y sólo a una parte de los jóvenes de 2013, los de 18 a 21 años, que cumplieron los 16 en 2008 o posteriormente). Esta ley introdujo los Programas de Cualificación Profesional Inicial (PCPI), pensados tanto para dar una formación profesional como para facilitar la obtención del grado en ESO.

Si somos generosos y toda la mejora de quienes terminan la ESO la atribuimos a la LOE, ha mejorado en 1,5% las personas que obtienen el título. Obviamente no es el único criterio para evaluar la reforma, pero debemos tenerlo en cuenta.

A la luz de estos datos, ¿cómo conseguimos disminuir el abandono educativo temprano? Podemos distinguir tres grandes planteamientos. Por un lado, logrando que menos jóvenes se desenganchen del sistema educativo, lo cual supone intervenciones tempranas, no ya en secundaria, sino en educación infantil y primaria. Estas intervenciones no sólo deben ser educativas, pues en muchas ocasiones son necesarias las políticas sociales para lograr mejores resultados educativos (no olvidemos que España es de los países de la UE con más menores en situación de riesgo de pobreza y exclusión social).

Por otro, facilitando el paso a los estudios post-obligatorios. Si algo caracteriza al sistema educativo español, es la rigidez para cursar estudios post-obligatorios, pues hasta la LOMCE se exigía el título de ESO. No se trata de poder llegar a la universidad sin haber acabado la ESO, sino de que el sistema educativo ofrezca educación reglada a quien no la ha terminado, en vez de desentenderse por completo de este colectivo. La LOMCE ha cambiado esta situación con la FB Básica, que se imparte a partir de los 15 años, y permite el paso a la FP de Grado Medio. Pero lo ha hecho a costa de desvirtuar su posibilidad formativa, convirtiéndola en un cajón desastre en el que se mezcla el alumnado con vocación profesional con aquellos con dificultades de aprendizaje, que se han quedado sin apoyos (la financiación de programas de educación compensatoria ha disminuido más de un 90%).

Y por último, el mercado de trabajo: si mantenemos una estructura productiva que demanda empleos de baja cualificación, los incentivos para estudiar de los jóvenes son bajos.

José Saturnino Martínez es profesor de Equidad y Educación en la Universidad de La Laguna y acaba de publicar Estructura social y desigualdad en España (La Catarata). Entre 2007 y 2011 fue vocal asesor en el Gabinete del Presidente Rodríguez Zapatero

    

 

El principal problema educativo que padecemos es el abandono educativo temprano, según se puede inferir del informe publicado recientemente por la OCDE. España es el país con mayor tasa de abandono (23,5%) de la UE en 2013, a pesar de que está en el nivel más bajo de nuestra historia, empezando un rápido descenso en 2008, cuando alcanzó el 31,7%.

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