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Luces Rojas

La cena de los comisarios

El pasado sábado 30 de agosto se cerró, por fin, el grueso de la partida de Diplomacy y se cuadró el tablero de cuatro dimensiones, treinta piezas de distinto valor a repartir entre los múltiples jugadores, que realizaron durante este verano, en silencio o en la prensa, sus movimientos, alianzas, gambitos, faroles y contra-movimientos.

Y sí, fue en una cena, no en una votación formal. Aunque la mayor parte de las jugadas se realizaron durante un agosto caliente en lo político, la escenificación final y los últimos acuerdos se realizaron en Bruselas, con Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, de anfitrión y muñidor.

Ciertamente, la imagen de los líderes europeos reunidos a puerta cerrada ante los postres, cambiándose cromos para colocar a sus alfiles o reinas favoritas, no es, precisamente, una imagen de transparencia y democracia, aunque, en realidad, es más transparente, democrático y reglado que lo que sucede en España. Expliquemos las pocas reglas que conocemos de esta partida en las sombras.

Qué se elige

Elegido ya a Jean-Claude Juncker como presidente de la Comisión, faltan por elegir otros veintiséis comisarios europeos de carteras diversas en temas e importancia. Las carteras más codiciadas son las económicas como Asuntos económicos y Monetarios, Energía, Comercio, Competencia y Servicios Financieros. Y nadie quiere ser el comisario de Agenda Digital, o de Multilingüismo; como apuntan irónicamente en Borgen S02E12, “en Bruselas nadie puede oírte gritar”.

En la cena se eligió a Federica Mogherini como Alta Representante de la Unión Europea, directora y ejecutora de la política exterior de la UE, jefe del Servicio Europeo de Ación Exterior, miembro y vicepresidente de la Comisión Europea y representante de la UE en el extranjero. Este puesto, desempeñado en su momento por Javier Solana, en principio estaba diseñado como uno de los puestos fuertes de la Comisión, pero en la actualidad no pasa por un gran momento de valoración.

Otro puesto que queda por decidir es la Presidencia del Eurogrupo, coordinador de las reuniones que los países de la zona euro tienen mensualmente sobre sus políticas económicas y monetarias comunes. Aunque las reuniones del Eurogrupo, consideradas como parte de las reuniones del Consejo de la UE, son “informales” y se ha frenado algo la dinámica del Eurogrupo como el lugar en el que se deciden previamente las políticas económicas que luego se trasladan al ECOFIN, el Eurogrupo es un núcleo de poder muy importante en estos tiempos de crisis del euro. Famosa es ya la imagen simbólica del Embajador Permanente del Reino Unido, esperando a la salida de la reunión del Eurogrupo para enterarse de las decisiones tomadas. A este puesto aspira Luis de Guindos, pero Jeroen Dijsselbloem se resiste a apartarse del mismo.

Y para terminar, durante la cena se eligió a Donald Tusk, primer ministro de Polonia, para la joya de la corona, la presidencia del Consejo Europeose eligió a Donald Tusk, desempeñada en la actualidad por Herman Van Rompuy. Como es sabido, el Consejo Europeo ha ido ganando peso sistemáticamente durante la crisis, debido a la necesidad de generar nuevas instituciones y marcos ante una situación no prevista. Esta necesidad urgente ha activado una deriva intergubernamental, con múltiples reuniones formales e informales entre los Estados y los Consejos Europeos, cada tres meses, que son ya hitos de la política europea, donde se escenifican los acuerdos entre Estados alcanzados tras meses de negociaciones bajo la mesa entre los países de la UE, acuerdos como, precisamente, los nombramientos actuales o muchas de las innovaciones institucionales que han ido apareciendo en estos últimos años de crisis. En esas negociaciones, el presidente del Consejo realiza la función de coordinador y preparador de las reuniones, un papel de un peso excepcional si tenemos en cuenta que en las propias reuniones del Consejo es muy difícil tomar decisiones que no estuvieran ya preparadas con antelación entre los veintiocho países. Este papel, junto con la actual crisis económica, hace de esta presidencia uno de los puestos más codiciados, si no el que más, de toda la arquitectura de la UE, a la par que la presidencia de la Comisión o incluso por encima.

Quién lo elige

Salvo el nombramiento de la presidencia de la Comisión, que fue votada por la ciudadanía gracias a una apuesta fuerte del Parlamento y los partidos políticos, en los veintinueve cargos restantes son los Estados los que más tienen que decir. Todo, de hecho, en el caso de la Alta Representación, la presidencia del Eurogrupo y la presidencia del Consejo y mucho, junto con el presidente de la Comisión y el Parlamento Europeo, en el nombramiento, reparto y ratificación de los Comisarios Europeos. Por tanto, aunque a veces se resuelva por etapas, todo el proceso se pacta de manera conjunta entre el presidente del Consejo, el presidente de la Comisión y, sobre todo, los Estados, que son los que proponen candidatos.

En todo este proceso, el Parlamento Europeo, la cámara representativa, entra de dos formas. Una, indirecta, en la elección del presidente de la Comisión, que a su vez reparte las carteras entre los candidatos a comisarios enviados por los países, y otra, más directa, en el proceso de audición y ratificación de los comisarios presentados por el presidente de la Comisión a la Cámara. Y si bien este proceso raramente sale mal, hay dos célebres excepciones, Rocco Buttiglione y Rumiana Jeleva, que muestran a las claras que el proceso de elección de comisarios es más transparente y democrático que, por ejemplo, la elección de ministros en España o Francia.

Cómo se eligen

Académicamente, esto es difícil de determinar. Es la clásica caja negra: negociaciones opacas, sin transparencia, sin votaciones registradas o por unanimidad… Vamos, el sueño de todo fan de los chemtrails o Expediente X y la pesadilla de todo politólogo. Lo que sí parece que existen son diversas variables, dimensiones o factores, que hay que equilibrar o pesar para optar a un puesto de mayor peso.

En primer lugar, el factor a considerar es la calidad o importancia del candidato, eso que los ingleses llaman seniority, una medida de la experiencia, el peso, la competencia y el tiempo de desempeño en un cargo político. Cuanto más “senior” sea el candidato, cuanto mejores puestos y durante más tiempo los haya desempeñado, cuanto más pueda acreditar visibilidad y competencia en esas materias, más probable es que obtenga un puesto de importancia. Además, la experiencia en la política europea se valora especialmente. Así, proponer como candidato a la Comisión Europea a un desconocido que hay que buscar en google, puede llevar con facilidad a que el presidente de la Comisión Europea le acabe asignando la cartera de Acción por el Clima. En cambio, enviar un ex ministro de economía como Pierre Moscovici garantiza que optará a puestos de importancia.

En segundo lugar, otro factor a equilibrar es el de la ideología. Debido a que en la Comisión, cada país tiene un miembro (Presidente, Alto Representante o Comisario), el reparto ideológico tiene más que ver con el peso de las carteras y con los otros dos puestos (presidencia del Eurogrupo y presidencia del Consejo Europeo), que con el número de comisarios de uno u otro signo político, que está determinado por las elecciones nacionales. Como parte de las negociaciones de conjunto, que incluyeron la votación de Jean Claude Juncker por parte del Partido de los Socialistas Europeos (PES), los socialdemócratas buscan equilibrar el puesto de Juncker con los otros tres puestos mayores. Para cada puesto había (hay) varios posibles candidatos: para la presidencia del Eurogrupo, la batalla ideológica se juega entre nuestro compatriota Luis de Guindos (del Partido Popular Europeo, EPP) y Jeroen Dijsselbloem (PES, Holanda). En la Alta Representación la batalla se planteó, sobre todo, entre Federica Mogherini (PES, Italia) y Kristalina Georgieva (EPP, Bulgaria). Y la presidencia del Consejo se movía entre Helle Thorning-Schmidt (PES, Dinamarca) y Donald Tusk (EPP, Polonia), que fue quien se llevó el gato al agua. Tras la cena, el equilibrio ideológico perjudica a la socialdemocracia, lo que, como parte del acuerdo, podría llevar a que se les beneficiase en el reparto de carteras claves de la comisión o se mantuviese a Dijsselbloem en la presidencia del Eurogrupo para equilibrar ideológicamente el proceso. O no. El tablero tiene otras dos dimensiones, a saber…

La división “Norte-Sur-Este”, o equilibrio geográfico. Las tres “ramas” o bloques de países en la Unión Europea deben tener un equilibrio de poder y, entre estos países, los más grandes optan, como es lógico, a las piezas más jugosas. Un ejemplo claro de esta división es la frustrada demanda, por parte de los países del Este, de conseguir que la Alta Representante fuese alguien cercana al Este, vistas las tensiones que sufre actualmente la UE con Rusia. De la misma forma que la prioridad del Este es la política exterior contra el imperialismo ruso, los países del Sur buscan desesperadamente carteras o puestos económicos que mitiguen o cortocircuiten las actuales políticas económicas de austeridad promovidas por Alemania y el Norte. Y por parte del Norte, se pretende mantener el cerrojo en esas carteras y puestos claves: Asuntos Económicos y Monetarios, Competencia, Presidencia del Eurogrupo y Presidencia del Consejo, sobre todo. Además, hay países que buscan carteras concretas, debido a las especificidades: por ejemplo, el Reino Unido, siempre protector de su City, desea la cartera de Servicios Financieros.

Para terminar, el género. En efecto, los verdes, los socialistas y los liberales presionan sin descanso para que entre los altos cargos de la UE haya un reparto de género equilibrado, pero la cosa no parece que avance mucho. Los Estados apenas han nombrado cinco mujeres de veintisiete posibles. Incluso si el resto de nombramientos pendientes fuesen todas mujeres, la Comisión Europea resultante tendría un porcentaje de mujeres menor que la segunda de Durao Barroso, algo que Juncker ya ha calificado de intolerable y que Gianni Pitella (PES) y Guy Verhofstadt (Alianza de Liberales y Demócratas Europeos, ALDE) han amenazado con vetar si llega a presentardr una Comisión con fuerte desequilibrio de género ante el Parlamento. Es el asunto del género y la incapacidad de los Estados de nombrar a mujeres lo que, en la práctica, va a permitir a Juncker asignar con más libertad las carteras entre sus comisarios, pues ya ha avisado a los Estados que las mujeres nombradas tenderán a obtener los puestos más deseados, para desgracia de candidatos como Arias Cañete, que ve no solo alejarse una cartera económica y una vicepresidencia, sino que puede enfrentarse a un duro interrogatorio ante el Parlamento Europeo que puede hacer peligrar su anheladaa cartera de Agricultura.

Pero, ¿son casta?

Bueno, yo diría que un poco lo parecen. La elección de los cargos, tanto los comisarios como los presidentes, se produce en la clásica “habitación humeante” en la que entran unos señores (solo cinco mujeres frente a veintitrés hombres), toman decisiones y salen de ella sin que la ciudadanía haya tenido voz. Sí, por supuesto que hay mucha más transparencia en la elección de comisarios que en la elección de los ministros españoles, pero, a diferencia de estos, la elección de ministros en España o en cualquier otro país, se deriva de un mandato electo, de la decisión de una persona elegida, directa o indirectamente. Hay una rendición de cuentas clara y se puede culpar a quien elige a dichos ministros: la culpa de lo que hace Wert, por ejemplo, no tiene otro responsable que Rajoy. En el caso que nos ocupa, todos estos puestos se eligen de manera indirecta, nombrados por los Estados y negociados en Bruselas de manera informal en función de múltiples dimensiones. La percepción de control de la ciudadanía, e incluso la posibilidad de decidir políticas concretas eligiendo representantes concretos, está muy debilitada o no existe. En este sentido, todo margen de maniobra o acumulación de roles que gane el presidente de la Comisión, es un avance hacia un vínculo más claro entre los votos de la ciudadanía y las políticas que se implementan desde la UE. Para terminar, es evidente que el peso del Consejo Europeo (y su presidente) y el del Eurogrupo son desproporcionados y, sobre todo, estos órganos están alejados del control democrático de la ciudadanía (nombramiento, elección y rendición de cuentas), son opacos y difícilmente comprensibles. Especialmente el Consejo Europeo, pero no solo, ha fomentado una deriva intergubernamental muy alejada del espíritu de la UE.

Es cierto que se avanza, pues gana en peso el factor de género, así como el Parlamento y el presidente de la Comisión gana en democracia y transparencia. En este momento, ya cerrados los puestos más importantes, quedan por repartir los terceros y cuartos premios y la pedrea. Aquí es donde no resulta fácil ser optimistas.

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Tras la Cena de los Comisarios, ya sabemos casi todo de la partida de Diplomacy. Viendo lo sucedido, podemos sospechar que Luis de Guindos lo va a tener algo más difícil para acceder a la presidencia del Eurogrupo, pues es probable que más de una cartera económica caiga del lado socialdemócrata. Pero parece claro que muy posiblemente las políticas de austeridad seguirán durante un tiempo. La elección de Donald Tusk, candidato apoyado por el Reino Unido por su liberalismo económico y por Angela Merkel por su germanofilia (de manera muy simbólica no habla ni francés ni inglés, pero sí Alemán), indica con claridad la dirección en la que se moverá Europa. Y es que por mucho que el debate nacional insista en definir la crisis como institucional y española, la génesis de la crisis son estas instituciones europeas. Y mientras no haya solución europea, es muy difícil que haya solución.

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Justo Serna es Profesor de Historia en la Universidad de Valencia. Autor de numerosos trabajos académicos sobre historial cultural, también escribe con asiduidad en prensa. Su último libro es La farsa valenciana (Foca, 2013)

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