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Ante el Consejo Europeo del 17 y 18 de julio, leer a Cicerón

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Está tan gastado el calificativo de histórico que cuando nos enfrentamos realmente a un acontecimiento que puede ser un parteaguas en nuestras vidas y en las de las generaciones inmediatas, apenas consigue llamar nuestra atención. Y, sin embargo, el Consejo Europeo de este fin de semana (y quizá su secuela, si no se consigue un acuerdo) merece bien tal denominación, pues su trascendencia, para bien o para mal, será enorme. Pocos pueden discutir que el futuro de más de una generación de europeos y aun de la propia UE (y no sólo, como parecen querer presentar los “frugales”, el de Italia y España, los países europeos que ven más afectado su futuro en medio de la pandemia), va a depender de esas decisiones. Y lo cierto es que llegamos a este momento decisivo en términos de un considerable enfrentamiento a propósito del contenido, del alcance y de las condiciones del propio presupuesto europeo y de los fondos de reconstrucción.

Sin duda, sería tan deseable evitar ilusiones vanas (se ha llegado a hablar de un momento hamiltoniano de la UE), como posiciones de un grosero pragmatismo, meramente partidistas (no digamos ventajistas), o ralamente patrioteras, las propias del right or wrong, my country. En todo caso, lo que está claro es que esto no es un problema que provocamos los perezosos fainéants italianos y españoles, sino la verdadera cuestión de Europa, aquí y ahora. Más aún, insisto, de las futuras generaciones de europeos. Y lo que sorprende es que no seamos capaces de ver lo que tenemos –y lo que nos jugamos– en común.

A la búsqueda de ese depósito común, he vuelto a caer sobre la conocida máxima de Cicerón en el libro tercero de su De Legibus, 3, 8: “Ollis salus populi suprema lex esto”. Con ese arcaísmo –ollis, por illis– Cicerón impone un mandato sagrado a los magistrados: la salud del pueblo ha de ser el criterio supremo por el que se oriente su actuación. Lo repetirán quienes de un modo u otro sostengan una parecida concepción

Me dirán quizá que ese brocardo ciceroniano es poco más que una obviedad que todo el mundo comparte, pero que no nos ayuda a precisar lo que necesitamos. No lo creo. H. Arendt en su ensayo La promesa de la política, G. Agamben en El sacramento del lenguaje (Homo sacer, II) y, sobre todo, Foucault en su curso de 1981-82 La hermenéutica del sujeto, nos ayudan a desentrañar algunas consecuencias.

La clave está, evidentemente, en lo que entendamos por salus populi (que, dicho sea de paso, no es exactamente salus publica, una expresión más tardía). Pues bien, sobre el sujeto de la expresión, ese populi, creo que los dos primeros ensayos dan en el clavo al apuntar que Cicerón trata de indicarles a los magistrados que el criterio guía es lo que es sagrado, en cuanto imprescindible para la vida de los ciudadanos. Cicerón piensa en los ciudadanos de la república que defiende, esto es, en el pueblo. Y Cicerón entiende que para que podamos hablar de pueblo en sentido político (republicano), no basta que exista una multitud, una agregación de sujetos. En su De Republica 1, 39 lo explica bien: “coetus multitudinis iuris consensu et utilitatis communione sociatus”: son el interés común y el consenso jurídico los que hacen aparecer el demos. Para Cicerón, como ha recordado Ferrajoli, la clave de la existencia de una verdadera res publica es la ley, el derecho como regla común que rige la convivencia y permite dirimir qué es verdaderamente el interés común, entre todos los intereses en concurrencia.

Esta primera pista me parece relevante si pensamos en las decisiones que nos esperan en el Consejo Europeo de este viernes y sábado, 17 y 18 de julio (y quizá en lo que siga), decisiones a las que con toda justicia cabe el calificativo de históricas. Lo primero para que esas decisiones estén a la altura del desafío, en sentido positivo, es que se ajusten al núcleo del Derecho europeo que permite establecer qué es lo común, aquello que da sentido, que permite hablar de unión. Por eso, el verdadero cemento de la Unión Europea es el Estado de Derecho, en su desarrollo hacia lo que es específico del modelo europeo, el Estado social de Derecho, que hoy enunciamos en términos de Estado constitucional. Y a ese núcleo que permite hablar de “unión” europea, pertenece la idea de solidaridad, junto con la idea de equidad, el principio de justice as fairness. No hay unión sin la solidaridad, entendida como conciencia conjunta de derechos y deberes de los europeos y eso se pone a prueba precisamente ahora, en la pandemia del covid-19. Si esa pretendida Unión no sirve para que los europeos actuemos solidaria y proporcionalmente al riesgo común, ¿para qué nos sirve la UE? Si en esta coyuntura, millones de europeos se ven tratados como ciudadanos de segunda, difícilmente podrá exigírseles que sigan apostando por la UE. Y no hablo de subsidios o de caridad, de donaciones gratis et amore. Pero tampoco me parece admisible el trato cuasi colonial que parece inspirar algunas de las posiciones avanzadas por los condescendientes líderes de la soidissant frugalidad...

La segunda pista que nos ofrece la lectura de Cicerón atañe más al sentido de la noción de salus. Y aquí me sirve sobre todo la investigación de Foucault, que propone, como es sabido, hasta media docena de acepciones, remontándose al origen griego: salus es soteria, del verbo sozein. Lo que tiene en cuenta como mandato supremo el jurista y político romano es, ante todo, salvar a los ciudadanos de un peligro, de una amenaza, de un riesgo. Esta es, ni más ni menos, la primera tarea que los europeos necesitamos que emprendan en serio nuestros gobernantes: salvarnos de la amenaza del covid-19 y de sus terribles consecuencias sanitarias, económicas, sociales. Pero Foucault apunta también otro sentido: sozein, salvar, significa también hacer el bien, asegurar el buen estado de alguien, de algo, de un grupo; su bienestar. Y de eso va también el desafío a cuya altura deberían estar los gobernantes europeos en este fin de semana: acordar un plan que sea garantía de la cohesión social, de la protección de todos los europeos, comenzando por los más vulnerables en esta crisis, tal y como ha propuesto desde el primer momento a nuestros socios europeos el Gobierno de España que preside Pedro Sánchez. Y eso no será posible si, en lugar del modelo depredador del sistema de fundamentalismo de mercado, no nos orientamos a lo que bien se ha denominado el Green Social Deal, que exige los esfuerzos concertados de todos.

Nuestra paideia

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Salvar a los ciudadanos (y lo entiendo en el sentido inclusivo, a todos los que se encuentran viviendo entre nosotros) de la amenaza de la pandemia. Devolverles el bienestar, la satisfacción de sus necesidades básicas de modo digno, comenzando por los más vulnerables. He aquí dos guías a extraer de esa inspiración republicana, ciceroniana, que enlazan bien con aquello de León Felipe: “…no es lo que importa llegar solo, ni pronto, sino con todos y a tiempo”.

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Javier de Lucas es catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política en el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Valencia. También es senador del PSOE por Valencia.

Está tan gastado el calificativo de histórico que cuando nos enfrentamos realmente a un acontecimiento que puede ser un parteaguas en nuestras vidas y en las de las generaciones inmediatas, apenas consigue llamar nuestra atención. Y, sin embargo, el Consejo Europeo de este fin de semana (y quizá su secuela, si no se consigue un acuerdo) merece bien tal denominación, pues su trascendencia, para bien o para mal, será enorme. Pocos pueden discutir que el futuro de más de una generación de europeos y aun de la propia UE (y no sólo, como parecen querer presentar los “frugales”, el de Italia y España, los países europeos que ven más afectado su futuro en medio de la pandemia), va a depender de esas decisiones. Y lo cierto es que llegamos a este momento decisivo en términos de un considerable enfrentamiento a propósito del contenido, del alcance y de las condiciones del propio presupuesto europeo y de los fondos de reconstrucción.

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