Mucho se habla sobre el consenso de la transición, pero de tanto hablar de la necesidad de un nuevo consenso se olvida cuáles fueron las premisas de aquel. Por un lado, el miedo, si no a la guerra civil, sí a una violencia política desatada como la del Cono Sur en la época. Con Tejero se acabaron esos miedos. Por otro, integrarnos en Europa. Toda la élite política, económica y social relevante estaba de acuerdo en estas fronteras políticas. Lo que se discutía era cómo gestionar estos dos grandes acuerdos. Al PSOE le fue muy bien políticamente cohesionando su base electoral sobre el eje derecha/izquierda, pues en aquel momento izquierda suponía la salida pacífica y europeísta a nuestra “excepción” histórica, mientras que derecha era Fraga, un ministro franquista liderando la oposición. Al PP le costó mucho quitarse la rémora de “derecha=Franco”, pero lo consiguieron, primero igualando el PSOE a “paro, despilfarro y corrupción”, y luego el PP a modernidad y la izquierda a “progre trasnochado”, rancio, propio de la Guerra Fría. La burbuja del Euro y la construcción pareció darles la razón. Todo esto vino acompañado con un discurso tradicional de la derecha más rancia: “España, una grande y libre”, pero con el nuevo ropaje de “todos contra el terrorismo”, en el que cualquier matiz a la política del PP situaba al contrario en el frente terrorista, ya fuera etarra o yihadista.
El PSOE no ha sabido hacer bien su renovación. La marca ZP, hasta mayo de 2010 más o menos, consiguió zafarse de la idea de izquierda rancia gracias al discurso de la filosofía republicana de más derechos (mujeres, no heterosexuales, personas con discapacidad, inmigrantes, salario y pensiones mínimas, becas…), dejando al PP a la defensiva. Pero este discurso parece que fue superficial, pues las fuerzas vivas del PSOE y sus apoyos mediáticos tradicionales no terminaron de entender este nuevo proyecto político.
Frente a promover el discurso de empoderamiento de los más débiles, el discurso político del PSOE sigue planteándose como una oposición izquierda PSOE vs. derecha PP. Y eso que pudo estar muy bien en los 80, deja absolutamente indiferente a una nueva generación, que ya creció sin miedo al golpe de Estado y para la que ser europea es algo natural, no un ansia. La identificación de derecha e izquierda con dos partidos políticos ya no genera movilización en los menores de 40.
Entre los más jóvenes lo que ha calado es la oposición arriba y abajo, lo que explica el 15M, las posteriores mareas y el proceso constituyente y exitoso de Podemos. El gran hallazgo discursivo de Podemos no ha sido acusar al PP y al PSOE de ser lo mismo, pues de ahí el PSOE siempre puede escapar. El gran hallazgo es plantear un discurso de los de arriba, la casta, contra el pueblo. El PP puede seguir movilizando a su electorado con el discurso de la anti-España (los separatismos, el catolicismo) o la recuperación económica, pero el PSOE no puede convertirse en estatua de sal y quedarse en los 80 con el enfrentamiento izquierda/derecha, que para muchos no es más que una riña de patio de colegio entre partidos desconectados de los intereses de los ciudadanos.
Una posibilidad para el PSOE es movilizar su electorado en contra de los poderes corporativos. Para ello, el PSOE tendría que ser creíble al revindicar el programa de empoderamiento de los más débiles que se realizó en la primera etapa de Zapatero, recuperando el relato de que los recortes de 2010 se hicieron con sensibilidad social ante una situación excepcional (no se bajaron las pensiones, se llegó a acuerdos con los agentes sociales, los funcionarios con salarios bajos casi no vieron tocada su nómina…) y promoviendo una nueva agenda política reformista contra los poderes corporativos.
No debemos olvidar que la mayor inflación en la época de expansión en España no fue causada por las subidas salariales, sino por los márgenes empresariales, debido a la escasa competencia que hay en nuestra economía. Dos son los problemas del PSOE para afrontar esta estrategia anti-corporativa. Por un lado, la credibilidad, pues las “puertas giratorias” de personajes como Felipe González u otros ex altos cargos no ayuda. Por otro, es una lucha contra un sector muy poderoso de la sociedad española que puede orquestar una campaña en contra del partido presentándolo como muy a la izquierda, populista y demagógico, cuando de lo que se trata es de presentarse como un partido que defiende a los muchos que están abajo frente a los pocos que están arriba.
¿Cómo solucionar estos problemas? No es fácil. Por un lado, quienes han abandonado la política activa son libres de trabajar donde les plazca, y el PSOE no tiene control sobre ello. A lo más, podrá cambiar la legislación en el futuro, a costa de desmotivar a cierta élite profesional a participar en política. La decisión de expulsar del partido a los ex – altos cargos que hagan ese paso al sector privado no parece tampoco fácil, dado su prestigio interno. En cuanto al frente mediático, las posibilidades están en movilizar al partido para contrarrestar ese posible ataque, lo que supone no sólo dar la batalla en los propios medios, sino también en movilizaciones ciudadanas, como se ha visto en la marea blanca de los médicos en Madrid.
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José Saturnino Martínez es profesor de Equidad y Educación en la Universidad de La Laguna y acaba de publicar Estructura social y desigualdad en España (La Catarata). Entre 2007 y 2011 fue vocal asesor en el Gabinete del Presidente Rodríguez Zapatero.
Mucho se habla sobre el consenso de la transición, pero de tanto hablar de la necesidad de un nuevo consenso se olvida cuáles fueron las premisas de aquel. Por un lado, el miedo, si no a la guerra civil, sí a una violencia política desatada como la del Cono Sur en la época. Con Tejero se acabaron esos miedos. Por otro, integrarnos en Europa. Toda la élite política, económica y social relevante estaba de acuerdo en estas fronteras políticas. Lo que se discutía era cómo gestionar estos dos grandes acuerdos. Al PSOE le fue muy bien políticamente cohesionando su base electoral sobre el eje derecha/izquierda, pues en aquel momento izquierda suponía la salida pacífica y europeísta a nuestra “excepción” histórica, mientras que derecha era Fraga, un ministro franquista liderando la oposición. Al PP le costó mucho quitarse la rémora de “derecha=Franco”, pero lo consiguieron, primero igualando el PSOE a “paro, despilfarro y corrupción”, y luego el PP a modernidad y la izquierda a “progre trasnochado”, rancio, propio de la Guerra Fría. La burbuja del Euro y la construcción pareció darles la razón. Todo esto vino acompañado con un discurso tradicional de la derecha más rancia: “España, una grande y libre”, pero con el nuevo ropaje de “todos contra el terrorismo”, en el que cualquier matiz a la política del PP situaba al contrario en el frente terrorista, ya fuera etarra o yihadista.