Los retos de un nuevo líder progresista: el caso de Pedro Sánchez

55

José Luis Álvarez

El PSOE ha carecido de procesos ordenados de sucesión de liderazgo. La ascensión de Felipe González fue rupturista con el PSOE histórico, y para su consolidación como secretario general su carisma –algo no planeable– fue imprescindible. Mejor no recordar el episodio Borrell-Almunia. Zapatero, un desconocido parlamentario sin testar, vence por un puñado de votos de última hora a un testadísimo presidente regional –una disyuntiva que nunca se tenía que haber planteado–. Como en el caso de la votación de Zapatero, hace pocos meses el PSOE volvió a echar a rodar, algo irresponsablemente, los dados. Esta vez cayeron en mejor casilla. Pedro Sánchez no es Rodríguez Zapatero. No es frívolo, cree en las ideas. Entiende que el centro de toda ideología es la economía, no cuestiones “civiles”, por lo demás ya mayormente conseguidas. E, ilustrado, piensa en el Estado como instrumento de modernización, por tanto cree en el gobierno, al que no pondría a servicio del partido. Por otro lado, su seriedad algo intelectual no le favorece (en Estados Unidos los candidatos con mayor inteligencia tienen mayor probabilidad de perder elecciones). En democracia cierto populismo y demagogia son imprescindiblesma non troppo–. No se puede ser mucho mejor que los votantes. Pedro Sánchez no es un error, pero está por ver si es un acierto.

Un preliminar análisis psicológico de Pedro Sánchez da un perfil de líder fiable. Aunque introvertido no es tímido. Concienzudo y detallista podrá ser un buen líder del “ejecutivo”. Optimista antropológico, pero sin las fantasías de Zapatero. Estable emocionalmente. Y como González (y Aznar) puede aprender a gran velocidad. Su afecto o emocionalidad es positivo, aunque no muy positivo, y tiene la energía necesaria para la política. Carece de impedimentos psicológicos para el liderazgo, pero carece de grandes defectos que, como diría el cínico, son los que precisamente proporcionan una personalidad intensa. Sin ser Hollande, tampoco es Renzi. Es bajo en auto-monitoreo y maquiavelismo, y deberá por tanto tener cuidado con los fríos y calculadores maquiavélicos (en el sentido psicológico, no ético) Rajoy e Iglesias. Su psicología no es la de un líder rupturista o transformador. Es la de un líder fiable y previsible.

A Pedro Sánchez le falta tiempo u ocasión para desarrollar las competencias que han caracterizado a los presidentes más impactantes o a sus contendientes actuales o potenciales más competitivos. No es ni emprendedor de partido, como sí lo fueron Suárez, González, Pujol o…Pablo Iglesias. Ni por ahora refundador, como lo fue Aznar. No tiene experiencia ejecutiva en alguna administración, como podría alegar Sáez de Santamaría... o con el paso del tiempo Susana Díaz. No está curtido mediáticamente como Iglesias. Ni su equipo lleva tiempo trabajando juntos como la dirigencia de Podemos. Carece de ideología articulada, de estrategia a qué grupos sociales dirigirse y de táctica para el día a día. No son defectos suyos. Son problemas del partido, de larga resolución.

Es la lógica ansiedad derivada de este desventajosa posición de salida la que puede llevar –uno intuye que todavía más fácilmente al partido, o a sus asesores que al propio Pedro Sánchez– a cometer errores de precipitación. Son especialmente críticos estos primeros meses, porque es en este período inicial cuando la opinión pública genera y fija su percepción de los nuevos llegados al escenario político. Cualquier “faux pas” –y ya ha habido alguno– será interpretado como apresuramiento, “zapaterismo” y frivolidad. Y el juicio será inerte. Por un periodo, es mejor no cometer errores que acertar.

Pedro Sánchez y el PSOE deben saber que ni el actual secretario general, ni ningún hipotético candidato alternativo, va a ganar a la primera (obviamente no tienen que reconocerlo públicamente), salvo “cisne negro” como el que llevó a Zapatero a Moncloa. Es más, al PSOE no le conviene gobernar tras las próximas generales. Pedro Sánchez y su equipo, jóvenes, voluntariosos, no están hoy suficientemente preparados para ello. Para que no se me malinterprete: está Pedro Sánchez y su equipo (aunque uno intuye más el primero que el segundo) preparados para liderar hoy la oposición y, con el tiempo, ser una alternativa creíble de gobierno. Pero los retos que tiene el PSOE, para una vez llegado al gobierno impactar sustancialmente la sociedad, no son algo que se pueda solventar en pocos meses. Repito: independientemente de quién sea el secretario general o candidato. Ni siquiera Susana Díaz, a la que algunos sueñan como recidiva de Felipe, otra esperanza carismática venida del Sur, del socialismo que no ofrece dudas, el andaluz, como sí las presenta el PSC (¿es leal?) o el siempre personalista y conspirativo socialismo madrileño.

El primero gran reto del PSOE es el posicionamiento ideológico. Lo difícil no es saber cuál va a ser –solo hay uno posible–. Lo complicado es cambiar al partido para que lo asuma y prepararlo para que lo comunique y gobierne con él. El PSOE sólo puede tener un programa pero no ha empezado todavía a transmitirlo: ayudar a los españoles a que “les vaya bien” en Europa y en la globalización. Pero como las primeras versiones de la Europa y la globalización generan desigualdad, el PSOE tiene todavía la tentación de hacer propaganda nacionalista –e irreal–. Ejemplo de este desconcierto fueron las críticas, en la última campaña europea, de Elena Valenciano a la Unión, tanto que alarmó a veteranos europeístas como Javier Solana. La globalización es, además de inevitable, potencialmente progresista, de hecho es la única esperanza, el ámbito territorial del cosmopolitismo kantiano o si se quiere de aquel himno socialista: “la Internacional”. Que hasta ahora la globalización no haya sido progresista no es inherente a su naturaleza. Los adversarios del PSOE son los nacionalistas españoles antiglobalización: Podemos es un partido nacionalista, anti-europeísta español, como ERC es un partido nacionalista anti-europeísta catalán. El PP de Rajoy, tan desideologizado, ya no es necesariamente un partido nacionalista español: debe estar precavido el PSOE, el PP tiene ahora flexibilidad para ubicarse en una casilla programáticamente atractiva.

Para ponerlo en términos dinámicos y electorales: el PSOE no puede adoptar el posicionamiento ideal en política, especialmente en épocas de crisis: la descalificación simple, in toto, rotunda, del statu quo –lo que hace Podemos–. El PSOE esta en la incómoda y poco grata electoralmente posición de tener que aceptar el marco global –Europa—y pretender “sólo” eliminar sus aspectos mas negativos, como la desigualdad, el imperio del norte sobre el sur, etc. Este posicionamiento es muy complicado, pero no hay otro a no ser que el PSOE abandone su pretensión de ser partido de gobierno.

Pero la principal dificultad para que el PSOE vuelva a ser alternativa verosímil de gobierno es orgánico o, si se quiere, de relación entre partido y poder ejecutivo. Y tiene que ver con la más dañina de las herencias que sin beneficio de inventario legó a su partido Rodríguez Zapatero: no tomarse el Estado con seriedad, no atraer el mejor talento a su gobernación, usar algunos asientos del consejo de ministros como divertimentos tácticos para la promoción prematura de nuevas generaciones de cuadros (que esa impresión pueda ser injusta para algunos de los ministros de entonces no es hoy relevante).

El PSOE es hoy un partido que encarna las patologías partidistas, aún más que el PP, que puede mostrar a sus abogados del Estado para señalizar su compromiso con el “talento ejecutivo o administrativo” (la financiación ilegal del PP no se considera por la opinión publica, justamente o no, como peculiar y exclusiva del mismo). El PSOE como partido de gobierno está por hacer: retirada la generación de “sesentones” de Rubalcaba, desprestigiados los “cuarentones-cincuentones” de Zapatero, a los treintañeros-cuarentones de Pedro Sánchez todavía no se les supone valor ejecutivo. Es más, el PSOE necesita señalizar que, de gobernar, es capaz de atraer a profesionales, emprendedores, altos ejecutivos, altos funcionarios –sí, abogados del Estado también– . Es imposible la gobernación de un país occidental sin recurrir a elites –sí, a elites– que no necesiten al partido para vivir, que no tengan la política como profesión. Dicho de otra manera: es lógico que los partidos premien la lealtad orgánica, pero la opinión pública piensa, y no se equivoca, que en el PSOE de Zapatero lealtad y competencia no han ido juntas. Y éste es un reto, que el PSOE no podrá resolver de aquí a las primarias para elegir candidato, o de ahora a las generales. Para que el PSOE gobierne se necesita la colaboración del partido con elites progresistas. Para colaborar con el PSOE éstas exigirán no subordinar el gobierno al partido al modo Zapatero. Y necesitarán que la “revolving door” se mantenga algo entreabierta (se puede hacer garantizando la honestidad). Pedro Sánchez ha de ser cuidadoso en esta cuestión. No debe seguir a Podemos en ello. Su reto de liderazgo hacia dentro es, por tanto, dominar al partido, el ímpetu a cerrarse a la sociedad, especialmente a la hora de repartir cargos. Aunque suene provocador, el reto interno de un líder de izquierdas es siempre compensar las patologías infantiles del partido, como hizo Felipe González notoriamente en dos ocasiones: abandono del marxismo y entrada en la OTAN.

Tejer una nueva ideología y estrategia, realista en la aceptación de la globalización, ambiciosa en la recuperación del mérito como base progresista de una sociedad moderna, lleva tiempo. Como lo requiere encontrar los eslóganes y tácticas adecuados, difíciles en tiempos de demagogia masiva como la de Podemos. Así como tejer complicidades con elites potencialmente progresistas. Y tiempo requiere la educación de liderazgo de Pedro Sánchez –y los cuadros del PSOE–. El PSOE debería poner velas a los dioses (laicos, por supuesto) para no llegar prematuramente al Gobierno. Ni él ni su partido deben ponerse nerviosos.

______________________________________

Sánchez, dispuesto a gobernar en minoría y con “pactos puntuales” con PP y Podemos

Ver más

José Luis Alvarez es doctor por la Universidad de Harvard y profesor en la Escuela de Negociaios INSEAD. Su último libro es “Los Presidentes españoles. Personalidad y oportunidad, las claves del liderazgo político” (2014, Editorial LID).

José Luis Alvarez

El PSOE ha carecido de procesos ordenados de sucesión de liderazgo. La ascensión de Felipe González fue rupturista con el PSOE histórico, y para su consolidación como secretario general su carisma –algo no planeable– fue imprescindible. Mejor no recordar el episodio Borrell-Almunia. Zapatero, un desconocido parlamentario sin testar, vence por un puñado de votos de última hora a un testadísimo presidente regional –una disyuntiva que nunca se tenía que haber planteado–. Como en el caso de la votación de Zapatero, hace pocos meses el PSOE volvió a echar a rodar, algo irresponsablemente, los dados. Esta vez cayeron en mejor casilla. Pedro Sánchez no es Rodríguez Zapatero. No es frívolo, cree en las ideas. Entiende que el centro de toda ideología es la economía, no cuestiones “civiles”, por lo demás ya mayormente conseguidas. E, ilustrado, piensa en el Estado como instrumento de modernización, por tanto cree en el gobierno, al que no pondría a servicio del partido. Por otro lado, su seriedad algo intelectual no le favorece (en Estados Unidos los candidatos con mayor inteligencia tienen mayor probabilidad de perder elecciones). En democracia cierto populismo y demagogia son imprescindiblesma non troppo–. No se puede ser mucho mejor que los votantes. Pedro Sánchez no es un error, pero está por ver si es un acierto.

Más sobre este tema
>