Los nubarrones de una nueva guerra fría

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El 25 de marzo pasado, el presidente Biden dio su primera conferencia de prensa en la Casa Blanca. En ella pronunció estas palabras, al ser preguntado sobre la amenaza de China: "[Nuestros] hijos y nietos harán sus tesis doctorales sobre si triunfó la autocracia o la democracia, porque esto es lo que está en juego, no solo China". E insistió: "Es una batalla entre la utilidad de las democracias en el siglo XXI y las autocracias. Verán que en Rusia ya no se habla más de comunismo: es una autocracia... Esto es lo que está en juego: hemos de demostrar que la democracia funciona".

Aquí conviene un breve inciso para resaltar el contraste de estas palabras con una España donde a menudo se resucita el fantasma del comunismo en enfrentamientos electorales, revelando un cierto desfase intelectual en algunos líderes políticos.

Para EE. UU., esta "nueva batalla" refleja lo ocurrido en Europa tras la II Guerra Mundial con la creación de la OTAN para "contener" a la URSS. En Washington se busca una nueva alianza que contenga a China, porque Rusia, al fin y al cabo, es solo una potencia económica menor, equiparable a Italia. En la misma conferencia Biden afirmó que China tiene un objetivo, cuya legitimidad él no discute, que es convertirse en el país líder del mundo, el más rico y poderoso, pero añadió: "esto no ocurrirá durante mi presidencia, porque EE.UU. seguirá creciendo y expandiéndose".

Esto es precisamente a lo que se aspira con una nueva alianza de democracias en Asia (que algunos denominan the Quad, El cuarteto), que, dirigida por EE.UU., incluiría a Australia, India y Japón, reproduciendo así otra guerra fría, esta vez en los márgenes occidentales del Pacífico.

Un indicio de esta situación se produjo el pasado 22 de marzo, cuando un avión espía estadounidense se aproximó peligrosamente a las defensas litorales de China antes de retroceder, algo que nunca había ocurrido antes. Por su parte, China también ha aumentado los vuelos militares críticos en las cercanías de Japón y Taiwán.

Según filtraciones del Pentágono, las fuerzas armadas de EE.UU. están empezando a olvidar la "guerra contra el terror" y se orientan para una posible confrontación con China y Rusia, desde el Ártico hasta el mar de la China Meridional.

Es cierto que China y EE.UU. no buscan enfrentarse militarmente y que ambos países tienen como objetivo preferente la recuperación y el crecimiento de sus economías. Pero, llevados del espíritu de la guerra fría, ambos se esfuerzan en mostrar que estarían dispuestos a alcanzar cualquier extremo para no dejarse dominar por el rival. Las guerras no siempre empiezan según un plan preconcebido y en la Historia son numerosos los casos en que un país se ha visto implicado en una guerra que no deseaba.

Las tres mayores potencias militares del mundo se están comportando hoy de un modo peligroso. Desde la frontera occidental de Rusia en Europa hasta las aguas litorales de China se producen casi a diario incidentes críticos. Y si en Europa las líneas de contacto están bien establecidas, no es así en torno a China, donde los litigios de soberanía en varios archipiélagos y arrecifes permanecen sin resolver.

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China, EE.UU. y también Rusia están implicados en un peligroso juego que puede afectar a todo el mundo. Las provocaciones verbales, las maniobras militares en zonas disputadas y la rivalidad enconada podrían llevar a una situación tan desastrosa como recuerda la Historia de la fatídica I Guerra Mundial que nadie deseó y muchos hubieron de sufrir.

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Alberto Piris Laespada es general de Artillería y Estado Mayor en situación de reserva. Desde hace más de cuatro décadas colabora en diversos medios de comunicación nacionales e internacionales. Se ha dedicado especialmente a cuestiones de defensa y política internacional.

El 25 de marzo pasado, el presidente Biden dio su primera conferencia de prensa en la Casa Blanca. En ella pronunció estas palabras, al ser preguntado sobre la amenaza de China: "[Nuestros] hijos y nietos harán sus tesis doctorales sobre si triunfó la autocracia o la democracia, porque esto es lo que está en juego, no solo China". E insistió: "Es una batalla entre la utilidad de las democracias en el siglo XXI y las autocracias. Verán que en Rusia ya no se habla más de comunismo: es una autocracia... Esto es lo que está en juego: hemos de demostrar que la democracia funciona".

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