No es buena noticia que emerja como horizonte de esperanza el espíritu de los Pactos de la Moncloa, el acuerdo forzado al que llegaron hace medio siglo nuestros abuelos —bueno, sus representantes—, cuando aún no había Constitución. Lo hacían, además, presionados por una descomunal depresión económica en toda Europa. Se entregaron derechos laborales a cambio de la promesa de derechos civiles y de una democracia real, cierto. Pero era comprensible que el acuerdo despertase enormes esperanzas en un pueblo amedrentado por la dictadura y la crisis en aquel momento.
Sin embargo, un país que, en pleno S.XXI, se autoimpone como horizonte de esperanza el mismo espíritu y clima que servían para soñar con superar definitivamente 40 años de dictadura fascista, sería un país con escasa imaginación y autoestima colectiva. Sería un país que pone límites prietos a su propio desarrollo humano, cuyos liderazgos no son capaces de imaginar creativamente mejores horizontes de progreso y bienestar, adecuados a los nuevos tiempos.
Hace cuatro días, las plazas exigían una "Democracia Real Ya", y la cuestión catalana demostraba que recauchutar una vez más el relato del 78 no garantizaba ya estabilidad ni avance. España no puede agarrarse al mismo clavo ardiendo, hoy ya oxidado y herrumbroso, ni aceptar permanecer secuestrada bajo el eterno chantaje de recaer en su oscuro pasado si no se ofrece una vez más como fuente de mano de obra precaria y reserva turística de saldo. Otra España es posible. De hecho, ya existe, pero pugna aún por tomar cuerpo y librarse de unas élites que se empeñan en verla en blanco y negro.
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Para UP, en concreto, el “espíritu” de aquellos pactos sellará un desastroso reparto de posiciones: volver a agachar la cabeza y ejercer de escudero, de límite izquierdo, a cambio de mantener algunas fichas en el tablero. Como hizo el PCE de Carrillo, supongo que esperando otro resultado. No lo sé, yo no había nacido. Veremos qué recorrido tiene este relato, por el momento Casado lo rechaza de plano, advirtiendo que “el Gobierno quiere enmascarar lo contrario a lo que fue el 77, flexibilidad y ortodoxia económica”. A Abascal ni siquiera hace falta invitarle, Ábalos lo ha dejado claro. Tampoco Fraga, quien fuera secretario general del PP y pieza clave del régimen franquista —responsable directo de no pocos asesinatos, no viene mal recordarlo— firmó aquel acuerdo político, sólo la parte económica. No esperen más de sus herederos.
Si Sánchez o Redondo creen que esa es la narrativa con la que meterán en vereda a un PP espídico que ya ha olido sangre, se equivocan y vuelven a ofrecer el cuello a la bestia. Aprendan de Portugal. Otra España progresista les está esperando en las urnas. La del 15M y las Mareas que no lograron frenar más recortes en 2012, la del sindicalismo que ya claudicó entonces, y así le luce el pelo, la del feminismo que ve desmontar sus conquistas en Andalucía o Madrid, la de quienes perderán su sustento y caerán en la miseria en la recesión que viene, y necesitarán ayuda.
No vuelvan a darnos la espalda para ofrecer la mano al dueño del cortijo. Es ese gesto el que sostiene su idea patrimonial de país, de un país que ya no quiere patrón, que quiere ser europeo, también para lo bueno.
No es buena noticia que emerja como horizonte de esperanza el espíritu de los Pactos de la Moncloa, el acuerdo forzado al que llegaron hace medio siglo nuestros abuelos —bueno, sus representantes—, cuando aún no había Constitución. Lo hacían, además, presionados por una descomunal depresión económica en toda Europa. Se entregaron derechos laborales a cambio de la promesa de derechos civiles y de una democracia real, cierto. Pero era comprensible que el acuerdo despertase enormes esperanzas en un pueblo amedrentado por la dictadura y la crisis en aquel momento.