50 años desde la primera conferencia mundial sobre medio ambiente: ¿Qué hemos aprendido?

José Luis de la Cruz

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, celebrada en Estocolmo del 5 al 16 de junio de 1972, fue la primera conferencia mundial sobre medio ambiente. Marcó el inicio de la incorporación de la protección del medio ambiente y el desarrollo de la gobernanza ambiental. Por primera vez se plasmó en un documento de alcance global la necesidad de conservar el medio ambiente —este domingo 5 de junio se celebra su Día Mundial— como elemento fundamental para mantener el bienestar humano y el desarrollo económico

Si bien desde 1970 hemos conseguido que el PIB Mundial haya aumentado de 18 billones de dólares a 84,62 billones de dólares en 2020, las crisis del clima, de la biodiversidad y de la contaminación, no solo persisten, sino que se han intensificado y los ecosistemas terrestres se están degradando a un ritmo alarmante. Según expone el último informe de Naciones Unidas sobre el cumplimiento de los ODS, en todo el mundo cada minuto se compran un millón de botellas de plástico para beber y cada año se tiran 5 billones de bolsas de plástico de un solo uso.

Cuando hablamos de medio ambiente y contaminación, lo primero que nos viene a la mente es la industria. Y aunque a día de hoy sigue siendo un grave problema, la contaminación industrial está disminuyendo en Europa gracias a una combinación de normativas, avances en la fabricación con aplicaciones tecnológicas y el desarrollo de iniciativas ambientales entre las que podemos destacar el desarrollo de la economía circular. Sin embargo, la industria continúa contaminando y el objetivo de una contaminación cero en este sector es un ambicioso desafío.

Dentro de la industria, el sector textil es uno de los que merecen especial atención. La producción de ropa requiere enormes cantidades de agua y productos químicos, incluidos pesticidas para cultivar materias primas como el algodón. A esto tenemos que añadir los microplásticos utilizados y que se vierten en el medio ambiente, consecuencia de su uso y depósito final. La magnitud del problema es alta, ya que la cantidad de ropa comprada en la UE por persona ha aumentado un 40 % en solo unas pocas décadas, representando en la actualidad entre el 2 % y el 10 % del impacto ambiental del consumo en la UE. Pero además, genera una exportación de impactos, ya que la mayor parte de la producción tiene lugar en terceros países. 

A diferencia de la industria, otros aspectos como el calentamiento global han empeorado desde 1972. Y si antes de la pandemia de COVID-19 se alertaba de que el impacto del cambio climático afectaba de forma más acusada a los más vulnerables, la pandemia lo hizo evidente. Y nos alertó de que ya no nos queda más tiempo y que los gobiernos deben realizar transformaciones estructurales y desarrollar soluciones que fortalezcan las inversiones en ciencia, tecnología e innovación, la creación de un espacio fiscal verde, la adopción de un enfoque de economía ecológica y la inversión en energías e industrias no contaminantes. Pero para que esta transición sea justa y efectiva, requiere de la participación e implementación de soluciones en todos los sectores de la sociedad, incluidos los gobiernos a todos los niveles, el sector privado, el mundo académico, y la sociedad civil, en particular los jóvenes y las mujeres. 

No podemos hacernos una idea exacta de cómo será un mundo con dos, tres o cuatro grados más de temperatura global. Pero sí sabemos que, a menos que adoptemos medidas decisivas, las perspectivas no son buenas y el tiempo se ha agotado

La biodiversidad desaparece globalmente a un ritmo desconocido en la historia. Los índices de extinción llegan a superar 1.000 veces los niveles históricos. En los últimos 50 años la población mundial se ha duplicado, mientras que la extracción y el procesamiento de los recursos naturales se ha acelerado en los últimos 20 años, siendo el responsable de más del 90 % de la pérdida de biodiversidad, del estrés hídrico y de, aproximadamente, la mitad de los impactos relacionados con el cambio climático (PNUMA, 2019). 

Este desarrollo poblacional ha tenido un alto coste ambiental: los ecosistemas han disminuido en tamaño en un 47%, se ha alterado el 75% de la tierra y el 66% de los ambientes marinos, casi un millón de especies están en peligro de extinción, y se han perdido el 83% de todos los mamíferos salvajes y la mitad de todas las plantas (IPBES, 2019). 

La conservación de los ecosistemas en un buen estado de salud es fundamental para el desarrollo socioeconómico de la población global. El sistema mundial de uso de alimentos, tierra y océano, incluidas sus cadenas de suministro completas, representa alrededor de 10 mil billones del PIB y hasta el 40% del empleo (Banco mundial, 2016; FAO, 2017). 

Sin embargo, hoy en día es imposible para la naturaleza proporcionar activos y servicios a la misma velocidad con la que la economía los consume. La población mundial está explotando los ecosistemas 1,7 veces más rápido de lo que pueden regenerarse; es decir, actualmente, se requerirían aproximadamente 1,7 planetas Tierra para satisfacer la demanda de la sociedad y absorber sus desechos (Global Footprint Network, 2019).

Los problemas están claros, pero es importante recordar que las medidas y las políticas ambientales desarrolladas hasta la fecha han logrado que el número de muertes prematuras como consecuencia de la mala calidad del aire sea actualmente casi la mitad que a principios de la década de 1990. La industria es cada vez más limpia, con menos emisiones al aire y al agua. El tratamiento de las aguas residuales llega cada vez a más comunidades e incluso las prácticas agrícolas están evolucionando lentamente. Pero también es evidente que hemos de adaptarnos a la nueva realidad climática, ya que, aunque logremos reducir las emisiones de GEI, es previsible que las sequías y las inundaciones sean cada vez más frecuentes e intensas. 

Podemos y debemos hacer mucho más. Ya no tenemos tiempo. Es necesaria una mejor puesta en práctica de las actuales políticas y también la adopción de ambiciosos objetivos que muestren un camino hacia la neutralidad climática, la contaminación cero, la economía circular y protección de los ecosistemas y la biodiversidad, sin olvidar que ha de desarrollarse en un marco de justicia social y sin dejar a nadie atrás. 

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José Luis de la Cruz Leiva es director de Sostenibilidad de la Fundación Alternativas.

José Luis de la Cruz

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