La admiradora de Unamuno
Si hay una historia de amor quebrada por la Guerra Civil española, con ecos literarios que aún erizan la piel, fue la que sostuvieron Antonio Machado y la escritora Pilar de Valderrama, cuya identidad ocultó el poeta sevillano bajo el nombre de Guiomar.
“De mar a mar, entre los dos la guerra, / más honda que la mar. En mi parterre / miro a la mar que el horizonte cierra / Tú, asomada, Guiomar a un Finisterre…”.
Huyendo de aquella contienda, Valderrama se refugió en Estoril, mientras Machado le dedicaba esta estrofa desde zona republicana. Nunca más se volverían a ver.
El amor secreto entre ambos había nacido en junio de 1928 en Segovia, donde, ya viudo, impartía Machado clases de francés con 53 años de edad. Según admitió en su autobiografía póstuma Sí, yo soy Guiomar, Pilar de Valderrama se encontraba alojada entonces en un hotel próximo al Acueducto, reponiéndose de una crisis matrimonial. Una hermana del actor Ricardo Calvo que instruía a sus hijos le había facilitado una tarjeta de presentación para el catedrático sevillano.
Durante ocho años se siguieron viendo, con contactos discretos entre la ciudad castellana y la capital de España. Aspectos de aquel idilio se muestran en la exposición que dedica estos días a Pilar de Valderrama el Instituto Cervantes en Madrid, ciudad donde murió nonagenaria en 1979 y que está comisariada por personas allegadas a su vida y obra.
Si hay una historia de amor quebrada por la Guerra Civil española fue la que sostuvieron Antonio Machado y Pilar de Valderrama. Se refugió en Estoril, mientras Machado le dedicaba esta estrofa desde zona republicana. Nunca más se volverían a ver
Una relación romántica traducida en versos que plasmó Antonio Machado a través de su obra Canciones a Guiomar, escrita en 1929. El poeta sevillano le dirigió entonces una carta a su gran amigo Miguel de Unamuno, exiliado de la Dictadura de Primo de Rivera en la localidad francesa de Hendaya:
“Hace unos días envié a usted con nuestro Juan de Mañara el libro Huerto cerrado de Pilar Valderrama. Esta señora, a quien conocí en Segovia, mujer muy inteligente y muy buena, es una ferviente admiradora de usted. Me envió su libro para que yo se lo remitiese a usted, pues ignoraba sus señas. En esa obra encontrará usted acaso algo de su gusto, sobre todo una cierta verdad cordial que ya no se estila”.
El nombre y el primer apellido de la musa tardía de Machado permanecerían en el anonimato hasta que Concha Espina la identificase como una de las dos posibles en 1950. Las revelaciones vieron la luz en un libro con las cartas del poeta, “mutiladas y trocadas” según subrayaría en el semanario Triunfo el crítico José Luis Cano. El también editor de Adonais espigó en las 35 epístolas amorosas del poeta, hoy custodiadas en la Biblioteca Nacional de España, para dar con unas líneas inefables de Machado:
“Cuando en amor se renuncia, por necesidad fatal, a lo humano, a lo demasiado humano, o no queda nada —es el caso más frecuente entre hombres y mujeres— o queda lo indestructible, lo eterno”.
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Raimundo García Paz es periodista e investigador.