"La virtud (areté) es un hábito [o disposición adquirida] de la voluntad consistente en un término medio en relación con nosotros; [término medio] que es determinado racionalmente por una regla recta (órthos lógos), aquella por medio de la cual lo determinaría un hombre dotado de sabiduría práctica" (phrónimos) (Ética a Nicómaco, II, 6, 1106b 3-6).
Desde la aristotélica identificación de la virtud como el término medio, y sin entrar en más divagaciones filosóficas de andar por casa, pretendo en estas líneas levantar una vez más la banderita del cooperativismo como necesidad virtuosa para nuestra economía y nuestra sociedad. Necesidad virtuosa, más si cabe en estos tiempos inciertos.
Se recomienda, desde la lógica de las decisiones y la prudencia de las acciones, huir de los blancos y los negros, movernos en los grises, tener presentes los matices para ser más certeros en los análisis, e incluso justos en las medidas y proyectos que emprendemos. Pues bien, el cooperativismo, y más en concreto el cooperativismo de trabajo, es justo eso, puro matiz. Las cooperativas de trabajo somos empresas moldeadas por nuestros valores altamente humanos, lo que marca la diferencia y matiza, y mucho, la frialdad de otras escalas que solo miden grandes cifras mercantiles, con la vista fija en el crecimiento y los beneficios.
La virtud esencial de las cooperativas de trabajo radica en la atención central que prestan a las personas que las constituyen, quienes a su vez prestan su inversión económica y asocian su trabajo, con el mayor de los mimos, al proyecto cooperativo, asumiendo en conjunto los principios y valores cooperativistas. Cabe recordar aquí que el origen del cooperativismo como reflejo de una filosofía de trabajo solidario, ayuda mutua y primacía de la persona se fecha en 1844, cuando en la ciudad inglesa de Rochdale, 27 hombres y una mujer fundaron la primera cooperativa. Aquellos primeros cooperativistas constituyeron, después de quedarse sin empleo tras una huelga, una empresa textil, aportando 28 peniques por cabeza. Así, siguiendo la tradición de los pioneros de Rochdale, las personas que trabajan en una cooperativa sostienen un compromiso ético con la honestidad, la transparencia, la responsabilidad social y la preocupación por los demás. Ese compromiso se traduce en ayuda mutua, responsabilidad, democracia, igualdad, equidad y solidaridad.
La Alianza Cooperativa Internacional (ACI), revisó y actualizó en 1995 (Manchester) los actuales principios por los que se rigen las cooperativas de todo el planeta, que son la Libre adhesión, voluntaria y abierta; el Control democrático de los miembros; la Participación económica de las personas socias; la Autonomía e independencia; la Educación, formación e información cooperativa; la Intercooperación y la Preocupación por la comunidad.
Los y las cooperativistas, por tanto, somos puro matiz, un híbrido entre empresarios y trabajadores, según la clasificación de la gran economía de mercado. Condición híbrida que hace que las grandes patronales no consideren a las cooperativas de trabajo empresas como tal, o que para los principales sindicatos no acabemos de encajar en la masa obrera a la que tradicionalmente representan. Somos un híbrido, una mezcla del blanco y del negro que compone un gris maravilloso al que unos y otros debieran mirar, reformulando la radicalidad de sus prejuicios. Porque es precisamente en la naturaleza mestiza del cooperativismo de trabajo, llena de matices, donde residen sus grandes virtudes.
Las cooperativas de trabajo son empresas, y como tales han de tener beneficios y ser competitivas, puesto que son el sustento económico de quienes las conforman. A su vez, la condición de socias trabajadoras de las personas cooperativistas alivia enormemente las tensiones que ejercen los modelos mercantiles por la dictadura del beneficio constante y progresivo, llevándose por delante y sin preocupaciones la estabilidad laboral, la dignidad salarial, acentuando la brecha de género, obviando conceptos como la conciliación, la sostenibilidad, e incluso favoreciendo la despoblación rural y la desindustrialización con sus deslocalizaciones. Los citados valores y principios cooperativos son un dique de contención ante la mercantilización que acaba laminando la responsabilidad social, hasta dejarla en su mínima expresión (aunque a veces nos confundan con titulares grandilocuentes). Evidentemente, las cooperativas de trabajo no son inmunes a los condicionantes externos, han de ser competitivas y viables, pero las premisas de las que parten son casi garantía de su firme compromiso y siendo, por ejemplo, empresas de utilidad demostrada en la consecución de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que recoge la Agenda 2030. Lo demuestran a diario las más de 17.000 cooperativas de trabajo a las que representa la entidad que presido, COCETA (Confederación Española de Cooperativas de Trabajo Asociado).
El cooperativismo se mueve en el ámbito de la Economía Social, a la que también podríamos calificar de economía de los matices o economía de la virtud: sin ser ajena al mercado, pone rostro humano, valores, responsabilidad social y, sobre todo, no se olvida de que lo importante, las personas, no pueden quedar en segundo plano, ser moneda de cambio ni estar al albur del crecimiento y los beneficios como premisa.
Puede quedar feo afirmar que las cooperativas de trabajo somos grises, si atendemos al significado emotivo de esta tonalidad. Pero decir que somos empresas viables, que producimos y damos servicios a la sociedad anteponiendo principios éticos y de bienestar social, es veraz. Y la verdad, que siempre es relativa, se construye en tonalidades. Es veraz y constatable que una cooperativa de trabajo es una empresa que nace arraigada al territorio, con las ventajas que ello conlleva: activación de la economía y el empleo local, dando pie a otras actividades y servicios para, en conjunto, ser parte de la solución a la España vaciada que, si ya era un problema evidente, esta pandemia ha demostrado que es uno de los principales retos de país. Porque los pueblos y las zonas rurales propician un estilo de vida más sostenible, y ahora con la Covid-19 constatamos que también más saludable. Afrontar el reto requiere una apuesta decidida por su repoblación a través de políticas públicas transversales e inversión, pero también de la iniciativa privada. Y ahí las cooperativas de trabajo podemos hacer mucho, y ya lo estamos haciendo, si bien las administraciones han de echarnos una mano en la difusión de nuestro modelo empresarial y en facilitarnos trámites para la creación e implantación.
Es veraz asimismo que las cooperativas de trabajo son empresas más igualitarias, donde las mujeres son incluso mayoría (51%) y alcanzan puestos de dirección en mayor porcentaje que en otro tipo de empresas. El camino hacia la igualdad real entre mujeres y hombres está más avanzado entre las y los cooperativistas. En ello influye el que, a pesar de que la fórmula cooperativa no sea nueva, sí que sea un modelo empresarial que se adapta mejor a las necesidades manifiestas de una sociedad acelerada y estresada: favorece la conciliación familiar y laboral y es mucho más flexible ante las adversidades e imprevistos. Son empresas que exploran las posibilidades reales de amoldarse lo mejor posible a la otra vida de sus trabajadoras y trabajadores, adoptando fórmulas que armonicen los ritmos de producción laboral con las demás facetas vitales.
Ni que decir tiene que una cooperativa de trabajo puede ser la solución para reconvertir y transformar empresas en crisis como la actual, o sin sucesión por jubilación, salvando los empleos de las y los trabajadores, previo estudio de viabilidad del proyecto. Las empresas que eran viables antes de la actual crisis deben seguir siéndolo. Lo afirmo con datos que manejamos en la Confederación: entre 2015 y 2019 se han recuperado con éxito 450 empresas en España abocadas a desaparecer por distintas razones, transformándolas en cooperativas de trabajo y permitiendo conservar muchos empleos.
Hay muchos más argumentos, que al final concurren en que las cooperativas de trabajo, de partida, ponen en el centro a las personas, eso las hace más compatibles con la vida en todos los sentidos. Como empresas, tenemos que producir, tenemos que trabajar, tenemos que generar riqueza y beneficios, ser competitivas para no desaparecer… Pero todo ello, que lo hacen posible personas, llenas de matices, circunstancias y el objetivo a cuidar, así como su entorno. Hacer, practicar y promover el cooperativismo es, en definitiva, una apuesta por la prosperidad bien entendida.
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Luis Miguel Jurado es presidente de la Confederación Española de Cooperativas de Trabajo (COCETA).Luis Miguel Jurado
"La virtud (areté) es un hábito [o disposición adquirida] de la voluntad consistente en un término medio en relación con nosotros; [término medio] que es determinado racionalmente por una regla recta (órthos lógos), aquella por medio de la cual lo determinaría un hombre dotado de sabiduría práctica" (phrónimos) (Ética a Nicómaco, II, 6, 1106b 3-6).