A propósito de la experimentación animal con diferentes fines (también, científicos), afrontamos uno de los más controvertidos debates en bioética, en el que muchos se afanan por encontrar el justo equilibrio entre intereses humanos e intereses de animales no humanos. Siempre me ha llamado la atención que incluso los apasionados defensores de la legalidad de la experimentación animal no puedan soportar las imágenes estremecedoras que circulan. Si todo es legítimo, ¿por qué la industria trata de ocultarlo o disfrazarlo con eufemismos? Si hubiera transparencia, quizás este debate sería innecesario.
En mi libro Nietzsche y los animales. Más allá de la cultura y la justicia he expuesto el silencio inmenso sobre el animal en la historia de la cultura. La cultura misma se presenta como un espacio en radical discontinuidad con la naturaleza, donde se relega a los animales. Cuando la filosofía griega apostó por el dualismo tajante entre alma y cuerpo, el cristianismo lo importó y extendió en Occidente. Dos mundos incomunicados: el del hombre, con alma; el de los animales, sin alma. Una condena al mundo material: los despreciadores del cuerpo serán los despreciadores del animal. Papel relevante es el de Descartes, que conceptúa al animal como mero mecanismo, una cosa de la que abusar a nuestro antojo. Sentenció a los animales a una vida de horrores y tormentos, legitimando la experimentación animal cruenta sin la utilización de anestesia alguna, no disponible en la época.
Pero no solo la filosofía o la religión, también hay que señalar a la ciencia, cuya arrogancia es mera ideología. Buscando la objetividad provocan numerosos experimentos innecesarios y mal planteados que solo prueban las convicciones del investigador. Sus resultados y métodos cambian constantemente, pero se presentan siempre como absolutos. Incluso la etología y biología incurren en lo mismo, olvidando lo primero que debería aprenderse: los animales son seres sintientes, parte de nuestro mundo. La tecnología también ha incrementado de forma exponencial el sufrimiento animal, la producción nunca aumenta lo suficientemente rápido. Las técnicas de tortura son más refinadamente crueles. Todos los sistemas económicos son culpables, no importan los modos de producción sino la obsesión por la producción, la carrera por ser el primero deja un enorme sufrimiento por al camino.
Detrás de la vivisección y experimentación animal hay una actitud especista: diferentes especies, diferentes valores; es tan inmoral como el racismo, la misma legitimación para explotar al otro en nuestro beneficio. Esta cuestión no puede discutirse en términos de utilidad sino de valores; buscamos el progreso de la humanidad, no beneficios, teniendo siempre en mente el enorme sufrimiento del animal, que es el sufrimiento nuestro, por eso la empatía debe hacerse desde el cuerpo, que siente el dolor ajeno. Es algo más que un discurso racional. Los animales deben ser considerados como individuos, seres sintientes, no en términos de utilidad para los hombres, nunca como propiedad privada.
La vivisección es un crimen contra la vida, contra el sentido de la vida. Podemos aceptar la violencia de la vida, pero estamos en otro nivel de argumentación, es la quiebra de la vida
Cuando leo que los animales de experimentación nunca existirían si no se necesitaran, me rebelo ante un argumento que me parece vago y agresivo, equivalente a sostener que la esclavitud es buena para los esclavos porque para ello nacen. No es lícito decidir el valor de una vida desde la posición de quien la niega o ataca. No podemos arrogarnos sin más la voz de los animales.
A menudo oímos que matar y torturar animales es bueno para la industria, produce beneficios, los experimentos salvan vidas humanas. Obviando los experimentos fallidos o que no sirven para nada, que son casi todos, cuestiono si es así o simplemente son más baratos, menos creativos, más fáciles, pese al enorme sufrimiento de los animales. Es difícil creer que los avances técnicos solo empeoren la vida de los animales, cómo es posible que los avances en biomedicina no consigan eliminar los experimentos cruentos.
Estamos ante una cuestión política y por ello reclamamos la universalidad de la ley. No fiamos a decisiones privadas, pues normalmente los horrores de los laboratorios se ocultan a la opinión pública.
La vivisección es un crimen contra la vida, contra el sentido de la vida. Podemos aceptar la violencia de la vida, pero estamos en otro nivel de argumentación, es la quiebra de la vida.
La gran cuestión es si deben ser regulados o desaparecer por completo, regular o abolir, ese es el debate. Abolir es la postura ética coherente, puesto que los animales tienen un intrínseco valor moral que no admite excepciones. Pero las leyes reaccionan contra los objetivos imposibles y estratégica y transitoriamente se plantea la regulación.
La ley debe basarse en el derecho a la vida, por el mero hecho de existir, no como cosas sino como seres sintientes. No son propiedad privada, son individuos a los que debemos protección y respeto.
Hay que regular animales no como seres pasivos, incluso no como víctimas pasivas, sino como agentes activos de sus vidas, individuos que coexisten con nosotros. Por ello es necesaria una regulación internacional.
Deben obviarse en los textos legales expresiones como “sufrimiento innecesario”, término del que se abusa como vía para justificar todo tipo de maltrato. No hay tipos de sufrimiento, el sufrimiento es rechazable siempre; es el mismo que experimentamos nosotros, animales, en nuestro cuerpo animal. Clasificar el padecimiento de los animales en términos de cantidad o calidad es, otra vez, lógica de dominación.
Propongo la inversión de la carga de la prueba: los agentes que obtengan beneficios económicos o políticos con la tortura de animales son los que deben probar que es ético y legítimo. Tendrán muchas dificultades en el área ética; serán argumentos insostenibles en el debate político.
Los derechos de los animales no pueden depender solo de abogados y organizaciones civiles, pues su suerte depende de ganar en procedimientos largos e inciertos. Se necesitan leyes valientes. Por ello sugiero un control pre-experimentos, justificar que son imprescindibles, realizados por investigadores autorizados, especificando el procedimiento; control y transparencia durante las tareas y, finalmente, aprobación posterior, comprobando que se haya cumplido aquello para lo que se dio la autorización.
Si consideramos la idea de legitimación, además de los diferentes controles, tenemos que considerar la idea de retribución o compensación para los animales, durante el resto de su vida, sería lo congruente para aquéllos que defienden, en una simple ecuación, que este tipo de experimentos salvan vidas.
Concluyendo, mi apuesta de futuro es la total abolición de este tipo de experimentos. Somos animales, que sometemos a otros. Por la fuerza. El derecho como la protección del más débil, los derechos fundamentales como los derechos del otro, exigen la prohibición por ser contrarios al derecho a la vida. Los animales de laboratorio son una mancha del progreso científico, la emancipación del hombre no puede ser construida sobre el sufrimiento de otros. Animalismo es el nuevo humanismo.
“Animal´s suffering matters”.
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Virtudes Azpirate es doctora en Derecho por el Instituto de Derechos Humanos de Valencia y militante animalista.
A propósito de la experimentación animal con diferentes fines (también, científicos), afrontamos uno de los más controvertidos debates en bioética, en el que muchos se afanan por encontrar el justo equilibrio entre intereses humanos e intereses de animales no humanos. Siempre me ha llamado la atención que incluso los apasionados defensores de la legalidad de la experimentación animal no puedan soportar las imágenes estremecedoras que circulan. Si todo es legítimo, ¿por qué la industria trata de ocultarlo o disfrazarlo con eufemismos? Si hubiera transparencia, quizás este debate sería innecesario.