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El año que supimos que los Rolling Stones también se mueren

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Nos hicieron creer que éramos inmortales. Los Rolling Stones, tú y yo. Nosotros. Pero todo se acaba y todo lo que quedará será muerte, destrucción y Start me up atronando en un radiocasete abandonado en un descampado olvidado. De manera que, bueno, sí, ellos son inmortales. Nosotros no. O sí, pues habitan en nosotros sus canciones y sin nosotros no existen.

Se ha muerto Charlie Watts. Es agosto de 2021 y tenemos una baja. De manera que ahora sabemos que los Rolling Stones también se mueren. Pero en ese descampado cualquiera seguirá sonando Sympathy for the devil cuando ya no quede nada de nosotros. Y el egregio baterista seguirá marcando el ritmo a su antojo, levantando la baqueta, esquivando el charles antes de pegarle a la caja como si eso lo hiciera cualquiera. Ese gesto, que dura medio segundo, le hace eterno.

La cosa es que se muere Charlie Watts y se hace trending topic Keith Richards porque, en el fondo, el mundo rota por el empuje constante del sentido del humor. Tal es la implantación en la cultura popular de una forma de vida a todas luces excesiva. Pero ahí están los Rolling Stones saliendo de gira en 2021 sin su baterista desde 1963. Con un motor nuevo, que no suena necesariamente mejor porque, de hecho, cualquiera que sepa un poco de carburantes sabe perfectamente que no va a sonar mejor jamás.

El batería es el motor, el embrague, el freno y el acelerador de una banda de rock. Se inventó así esto y así será hasta el descampado ese y más allá, pues el casete no dejará de girar y sonar. De manera que es imposible que los Rolling Stones vuelvan a ser lo mismo sin su batería de los últimos 58 años. Ya puede ser bueno el que se siente en su taburete (Steve Jordan, reconocidísimo pegador, todo sea dicho), que da absolutamente igual: esta banda no va a sonar igual. La orquestina de Mick, Keith y, bueno, sí, Ron.

La muerte de Charlie Watts nos hace conscientes de que no somos nada, una frase hecha de mierda que todos conocemos

Y es una pena. Porque teniendo en cuenta que en 2022 los Stones cumplen sesenta años, imaginad la de vidas impregnadas de sus lengüetazos que hay por ahí fuera. La muerte de Charlie Watts nos hace conscientes de que no somos nada, una frase hecha de mierda que todos conocemos. Si se muere el baterista de los Rolling Stones, si cae en batalla, caeremos todos.

Y no, Charlie Watts no es el primer Rolling Stone que muere. Pero hay varias puntualizaciones. La primera es que Brian Jones murió en 1969, cuando la mayoría de nosotros, por edad o no haber nacido, no le sentíamos de la familia. Tampoco habían empezado los chascarrillos sobre la eternidad stoniana, claro que no, si pensaban en retirarse a los treinta. Además, había salido del grupo semanas antes, así que, bueno, eso.

La segunda es Ian Stewart, teclista sempiterno al que dejaron fuera de la formación oficial por orden del mánager, que le consideraba feo (sin más) aunque técnicamente estuvo antes incluso que Mick y Keith. Aún con esas, se quedó en el grupo sin salir en las fotos, aceptando su extraño y relegado papel, hasta su muerte en 1985. También está Bobby Keys, saxofonista de directo desde 1970 hasta su muerte en 2014 (con algunos años perdidos por ahí), pero tampoco salía en las fotos.

Porque si nos ponemos detallistas, comprobamos que a los Rolling Stones la muerte les ha rondado como a cualquiera, sencillamente más que a la media solo por longevidad y actitud. La obsolescencia programada no va con ellos y, por extensión, tampoco con nosotros, que a 2022 le pedimos nuevas canciones, nuevas películas, nuevos libros, nuevas obras de teatro que nos emocionen. Y cada vez que algo nos guste muchísimo sonará un redoble y sentiremos un cambio de ritmo apenas imperceptible de Charlie Watts. Así funciona la vida.

Nos hicieron creer que éramos inmortales. Los Rolling Stones, tú y yo. Nosotros. Pero todo se acaba y todo lo que quedará será muerte, destrucción y Start me up atronando en un radiocasete abandonado en un descampado olvidado. De manera que, bueno, sí, ellos son inmortales. Nosotros no. O sí, pues habitan en nosotros sus canciones y sin nosotros no existen.

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