Aung San Suu Kyi ante la represión de los Rohingya

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Chema Argüelles

Las oscuras historias que empiezan a emerger de la represión en Rakhine hacen que uno sienta en la cabeza, como diría Silvio, cristales molidos. “¿Qué clase de odio puede hacer a un hombre apuñalar a un bebé llorando de hambre mientras su madre es violada en grupo por las fuerzas de seguridad?”, se preguntaba el Alto Comisario para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Zeid Ra´ad Al Hussein el 3 de febrero, "¿qué clase de operación es esta? ¿Qué objetivos de seguridad nacional lo justifican?".

De los 204 refugiados Rohingya en Bangladesh entrevistados por esta institución, la mayoría ha perdido a un ser querido a manos de los militares. La mitad de las 101 mujeres, afirman haber sido violadas o haber sufrido agresiones sexuales por parte del ejército y la policía birmana. Éstos incluyen los asesinatos de un bebé de ocho meses y dos niños (de cinco y seis años) y las violaciones en grupo de una niña de once años y de una mujer embarazada de nueve meses. Una madre describió el degollamiento de su hija de cinco años, otra explicó la despiadada escena mencionada por el Alto Comisario Zeid. En Birmania, pocos se atreven a denunciar estos crímenes abiertamente, por miedo a represalias. Incluso las personas entrevistadas por Yanghen Lee, la Enviada Especial para los Derechos Humanos de Naciones Unidas en Birmania expresan abiertamente este miedo, a pesar de las garantías ofrecidas por el Gobierno durante sus visitas.

¿Cómo puede Aung San Suu Kyi, la consejera estatal de Birmania, Nobel de la Paz de 1991 y un símbolo de la resistencia democrática, justificar la represión y mirar hacia otro lado?

Las cosas como son: el sueño Birmano es ya una profunda pesadilla en Rakhine (también en Kachin y Shan del Norte, pero eso es otra historia). Paradójicamente, para los Rohingya de Birmania, una comunidad de un millón cien mil musulmanes apátridas cuya identidad como grupo étnico es relativamente reciente (y negada con fiereza por el Gobierno y los nacionalistas birmanos), las promesas de la transición democrática no han traído más que represión: desapariciones, tortura, violaciones, desplazamiento forzoso y un clima de desesperanza generalizado.

Desde octubre del año pasado, cuando un nuevo grupo yihadista atacó a la policía y provocó la represión estatal, 66 mil nuevos refugiados han huido a Bangladesh (donde ya hay una comunidad de cientos de miles de refugiados de crisis anteriores en Cox Bazar y otros lugares). Mientras tanto, veintidós mil personas siguen desplazadas en Rakhine, privadas de ayuda humanitaria. En un giro surrealista y de connotaciones nazis (los alemanes planearon en 1940 deportar a los judíos a Madagascar), el Gobierno de Bangladesh ha reflotado la idea de enviar a los refugiados Rohingya en Bangladesh a la isla de Thengar Char, una zona inhóspita y vulnerable a las inundaciones.

Ni ayuda ni información

El Gobierno birmano restringe severamente la provisión de ayuda humanitaria a los Rohingya en Rakhine aduciendo motivos de seguridad. Ni trabajadores humanitarios ni periodistas extranjeros tienen permiso para salir de la zona urbana de la capital del distrito, Maungdaw.  Están atados de pies y manos por la burocracia. Esta falta de ayuda y el desplazamiento forzoso masivo han empeorado la incidencia de la malnutrición infantil, un problema provocado en gran medida por las restricciones a la libertad de movimientos (los agricultores no pueden trabajar, la atención sanitaria es casi inexistente). Según Unicef y Acción Contra el Hambre en el 2015 la prevalencia de malnutrición era del 15.1 y 19 por ciento en los distritos de Maungdaw y Buthidaung –la malnutrición severa era de 2 y 3.9 por ciento, respectivamente–.

Ante esta situación, el Gobierno ofrece lo que la portavoz de Trump, Kellyanne Conway, llamaría "datos alternativos": según el Gobierno, simplemente, no hay malnutrición. El ministro de Asuntos Sociales de Suu Kyi, Win Myat Aye, visitó la zona a finales de noviembre para negar que exista tal problema. Su rueda de prensa del 20 de noviembre pasará a la historia universal de la infamia. Al igual que en Estados Unidos, los portavoces del Gobierno birmano emulan al cerdo Squealer de Rebelión en la granja afirmando falsedades y a la vez pidiendo respeto para el gran líder. También acusan a las organizaciones de derechos humanos de producir "noticias falsas". El hecho de que algunas redes sociales han distribuido "verdaderas" noticias falsas (atrocidades que nunca ocurrieron) sobre Rakhine ha sido ampliamente publicitado por el régimen.

El apartheid birmano y las excusas de una Nobel de la Pazapartheid

Antes de que ocurriera todo esto, la situación ya era desesperante. En Rakhine, desde hace décadas, los Rohingya necesitan un permiso administrativo para desplazarse de un municipio a otro (con las obvias consecuencias para las emergencias médicas, el trabajo, etc.) y no pueden viajar al resto de Birmania. Tras la toma de Gobierno del NLD, las organizaciones de derechos humanos tenían la esperanza de que Suu Kyi pusiera fin la situación de apartheid de los Rohingya pero el Gobierno no ha hecho sino empeorar las cosas. Ante las primeras críticas, Suu Kyi se escudó en la falta de control del Ejecutivo sobre el ejército (que ocupa una cuarta parte del parlamento y los ministerios de Interior, Defensa e Inmigración) y el hecho de que el problema en Rakhine era "muy complicado". Más adelante quedó claro hacia qué lado escoraba. Suu Kyi es ante todo un animal político. En una sociedad mayoritariamente budista donde el nacionalismo usa la religión como identidad nacional, el apoyo a un grupo musulmán no haría más que restarle votos y apoyo popular. El reciente asesinato de su asesor legal U Ko Ni en la entrada del aeropuerto de Yangon da una muestra de las tensiones subyacentes.

De hecho, en un pronto orwelliano, Suu Kyi pidió formalmente a la comunidad diplomática en Yangon que no usara el término "Rohingya", contradiciendo así el derecho de auto-identificación, un principio fundamental de los derechos de las minorías. La represión ha continuado sin atisbos de una solución a la apatridia (la falta de nacionalidad de los Rohingya). La legislación vigente (la Ley de Nacionalidad de 1982) es un disparate legislativo. Esta ley discriminatoria fue creada por el dictador Ne Win en un afán de construir la nación mediante la separación de los ciudadanos auténticos de aquellos de "sangre mezclada".  La ley niega igualdad de derechos a los ciudadanos "naturalizados" (en el contexto birmano, cuya ascendencia pertenece a grupos étnicos no reconocidos) y crea requisitos burocráticos imposibles de cumplir para miles de personas. Su aplicación ha resultado en la práctica en la desnacionalización de los Rohingya.

A la cárcel por un post de Facebookpost

La represión es a la vez ridícula y aterradora. Cuatro personas fueron encarceladas en junio del año pasado por publicar un calendario con la palabra "Rohingya". Recientemente, más de cuarenta personas cuyo único delito fue expresarse en público se enfrentan a penas de prisión por difamación. Un post de Facebook o una palabra en el lugar inadecuado en contra de Suu Kyi o los militares puede fácilmente ponerte entre rejas. En diciembre del año pasado una joven (militante del partido de Suu Kyi) fue condenada a seis meses de cárcel por burlarse del color del uniforme del jefe del ejército en Facebook.

Esta imagen de Birmania contrasta con las esperanzas despertadas por la Nobel de la Paz de 1991. Lo que no aciertan a comprender los que no quieren creer lo evidente es que Suu Kyi –con todos sus méritos, su sensibilidad e inteligencia y su largo sufrimiento bajo arresto domiciliario– nunca fue en realidad la persona que Occidente quiso ver. Más que un bastión de los derechos humanos y la no discriminación, Suu Kyi es un potente símbolo nacional, nacido y crecido entre las élites. Ella es ante todo la hija de Aung San, el héroe nacional de la independencia, asesinado por sus rivales en 1947.

Harakah-Al-Yaqin, una nueva amenaza yihadista?

Nadie con conocimiento de la zona puede decir que no vio venir la escalada de violencia actual en Rakhine. La privación del derecho a voto a los Rohingya antes de las elecciones del 2015 (empeorando su condición de apátridas), el bloqueo de las rutas de inmigración a Malasia e Indonesia por barco y la falta de una solución política a sus esperanzas han llevado, como era de esperar, al resurgir de la violencia. Un nuevo grupo armado de tintes yihadistas, auto-denominado Harakah-Al-Yaqin (Movimiento de la Fe) atacó el 9 de octubre varios puestos policiales matando a nueve policías y generando una respuesta represiva desproporcionada: limpieza étnica y terror a base de quema de aldeas, helicópteros disparando indiscriminadamente sobre civiles, violaciones, torturas y desapariciones. La inhumana estrategia insurgente de acción-reacción (provocar la represión para hacer escalar la crisis y conseguir más apoyo) sigue muy vigente, desgraciadamente y puede llevar a Rakhine a un escenario todavía peor si cabe.

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Y así, mientras los espectros del totalitarismo se consolidan y surge la amenaza yihadista, se desvanece cualquier esperanza de intervención humanitaria y la idea de la "responsabilidad de proteger" aprobada en la ya lejana Cumbre Mundial del 2005 para prevenir, entre otras cosas, el genocidio y los crímenes contra la humanidad. El Kosovo de 1999 dio lugar a una respuesta internacional excepcional que (con toda su imperfección) frenó la locura de Miloševic de raíz. El Rakhine del 2017 provocará quizá algún twit descerebrado del presidente Trumptwit , sino acaso algo más siniestro.

Birmania inspiró a Orwell desde sus inicios. El escritor pasó cinco años allí al servicio de la Policía Imperial India. Entre mandatarios coloniales y oficiales serviles y corruptos empezó a sensibilizarse contra los horrores del abuso de poder. Hoy, muchos defensores de los derechos humanos observan a la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi junto a los militares como los animales rebeldes en la escena final de Rebelión en la granja observan a sus líderes cerdos metamorfosearse en nuevos tiranos humanos: "[l]os animales que estaban fuera miraban a un cerdo y después a un hombre, a un hombre y después a un cerdo y de nuevo a un cerdo y después a un hombre, y ya no podían saber cuál era cuál". ____________________

Chema Argüelles es experto en minorías.

Las oscuras historias que empiezan a emerger de la represión en Rakhine hacen que uno sienta en la cabeza, como diría Silvio, cristales molidos. “¿Qué clase de odio puede hacer a un hombre apuñalar a un bebé llorando de hambre mientras su madre es violada en grupo por las fuerzas de seguridad?”, se preguntaba el Alto Comisario para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Zeid Ra´ad Al Hussein el 3 de febrero, "¿qué clase de operación es esta? ¿Qué objetivos de seguridad nacional lo justifican?".

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