El 'caso Errejón' y la maldición de la izquierda
Dos personas discuten: si eres tan comunista por qué no me das tu coche, termina el uno; y el otro, no dando crédito a lo que escucha y sin salir del asombro, agacha la cabeza.
Después de lo que estamos sabiendo sobre el comportamiento de Íñigo Errejón, particularmente el trato degradante que dispensaba a las mujeres que le atraían sexualmente, a uno se le ocurre pensar si la izquierda puede sacar algo en claro de este asunto. Aquí no vamos a ser menos que nadie y vamos a insistir en que las víctimas son lo primero, concrétese eso como se concrete; pero sí tengo claro que, además de buscar la mejor salida personal a lo que les ha pasado, no estaría de más plantearse que tienen en sus manos hacer algo por otras personas que estén en su situación.
Desde luego, las organizaciones políticas donde ejercía funciones deben tomar nota. Sobre todo si hacía ya más de un año que hubo informaciones públicas sobre el asunto, que fueron archivadas por dichas organizaciones y por más colectivos, algunos con importantes funciones de control en nuestra democracia. Se me vienen inmediatamente a la cabeza los medios de comunicación. Particularmente aquellos que dispensaban un protagonismo excepcional a esta persona, que dicho sea de paso fue muy bien tratada porque realizaba un servicio impagable haciendo de contrapunto a otras opciones políticas. Alguna explicación deberían dar.
Pero, volviendo a la izquierda, esa difusa identificación con la superación (total o parcial) del capitalismo, hay dos aspectos de este asunto que quisiera mencionar. Uno es destacar al individuo o individua dentro del colectivo, que llevado al extremo degenera en el culto a la personalidad, y que adopta formas más suaves como el liderismo. Otro es la coherencia, esa correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace. Me detendré en este último.
A las gentes de izquierda se les exige, y nos deberíamos autoexigir, extremar la coherencia. Porque lo contrario invalida nuestro discurso, le resta credibilidad y alimenta el abstencionismo político (incluido el electoral) de la sociedad en general. Pero, principalmente, nos aleja del principal apoyo social de la izquierda, la clase obrera. Cuestión que mina nuestra razón de ser, que no es otra que avanzar en la superación del capitalismo con la participación masiva de la sociedad, con la mayoría de la clase obrera.
Esa es la maldición de la izquierda: acreedora del capitalismo, ha de mostrarse crítica con él
Como siempre, no hay unanimidad, encontrándonos dos posturas extremas entre las cuales nos situamos los que reflexionamos sobre estos asuntos. Por un lado están los más exigentes, que creen que los dirigentes deberían ser personificaciones impolutas de los ideales, valores e incluso programas que se defienden desde la izquierda; por otro lado, están los más comprensivos, que admiten resignadamente que somos parte de la sociedad, un reflejo de ésta, y nos tocará en suerte un poquito de cada cosa, incluidos ladrones, violadores, tanto como santos y anacoretas.
El camino que se ha encontrado, hasta ahora, es el de los protocolos donde la organización intenta filtrar aquellos casos que tengan un coste público y, en la medida que se progrese, simplemente de aquellos casos no ejemplarizantes.
No deja de ser un camino al servicio de la propia organización, que sin estar mal no va a la causa. En primer lugar se destina a los dirigentes o cargos públicos, de modo que cargos intermedios e incluso afiliados, por no hablar de simpatizantes, quedan excluidos. Lo cual, llevado al extremo, nos enfrentaría a una organización que aspira a una primera línea modélica con el resto de la pirámide medio podrida, con todo el respeto entiéndaseme la idea. Aun así, sería fácil de arreglar pues se trataría de ampliar los protocolos. No considero que sea equivocado, pero tengo la sensación de que no es la panacea y que posiblemente nos estamos perdiendo una reflexión interesante si solo se va por ese camino.
Es claro que hay que ser coherentes, pero por qué no somos coherentes. Señalo algunas cuestiones que, en mi opinión, deberíamos tener en cuenta en la línea de ir a las causas. El capital genera en las personas una conciencia, un pensamiento determinado, que nos lleva a ser cómplices inconscientes del sistema (enajenación). También crea, aunque resulte paradójico, una conciencia crítica que grosso modo y de manera difusa identifico con la izquierda. Bien, esa es la maldición de la izquierda: acreedora del capitalismo, ha de mostrarse crítica con él. Las personas, todas, que se identifican con la izquierda son igualmente portadoras de tal contradicción. La pregunta es si hay algún tratamiento que permita moverse en dicha contradicción. Mi respuesta es afirmativa y la clave está en tomar conciencia de la contradicción de manera dialéctica.
Lejos de eximir de responsabilidad personal, obliga a prestar un cuidado especial a la conciencia de cada cual y a la colectiva. El tratamiento dialéctico de la contradicción supone distinguir la forma (crítica) de la conciencia de su contenido (enajenado). Saberse una conciencia enajenada y partir desde ahí en la crítica: hacer una crítica que tome en cuenta la conciencia de la enajenación. Y el corolario: el desarrollo del contenido en la dirección de ser, como partidarios de la izquierda, portadores de la conciencia superadora del capitalismo, por tanto ejemplo de socialismo en el capitalismo. Esto vale para el caso Errejón y para otros muchos más que fueron, que son y los que serán.
A los diez segundos, levantó la cabeza y le respondió: solo si esa es una condición para superar el capitalismo tiene sentido que te dé mi coche.
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Pedro Andrés González Ruiz es licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Sevilla.