Cien años en la vida de Henry Kissinger

Emilio Menéndez del Valle

En memoria del presidente constitucional Salvador Allende.

Quien fuera asesor de Seguridad Nacional y secretario de Estado de los EEUU entre 1969 y 1977 cumplió un siglo el pasado mes de mayo. Destacado actor de la doctrina de política exterior denominada realismo, impulsada por el politólogo Hans Morgenthau (1904-1980), quien definía la política como “la lucha por el poder. Independientemente de cuál pueda ser su fin último, el poder es su objetivo inmediato”. 

Kissinger ha sido calificado de coloso diplomático. Un hombre que accedió al poder a causa de su sobresaliente inteligencia. The Economist dice de él que ninguna otra persona viva tiene más experiencia en las relaciones internacionales. El senador republicano John McCain (1936-2018), que perdió en 2008 las elecciones presidenciales ante Obama, dijo de él en 2013 que su papel fue fundamental “para nuestra nación en los tiempos más difíciles, con sus importantes opiniones y análisis sobre nuestra política de seguridad nacional. Es un hombre que ocupa un lugar único en el mundo”. Ciertamente, en los años setenta del pasado siglo, varios sondeos de opinión daban fe de que el bávaro emigrado y nacionalizado norteamericano era el hombre más admirado en su país de acogida. Y décadas más tarde había (y hay) un importante sector (no solo norteamericano) de las áreas política, económica y social que continúa profesando esa admiración, prácticamente reverencial. Buena prueba de ello fue el llamativo homenaje que se le rindió en mayo de 2013 con ocasión de su noventa cumpleaños. A él asistieron, entre otros,  nada menos que Bill y Hillary Clinton, John Kerry, James Baker, Condoleezza Rice, George Schultz, John McCain, Michael Bloomberg y el expresidente francés Valéry Giscard d’Estaing. Aun a título anecdótico, es de señalar que dos años después Donald Trump elogiaba igualmente al coloso. 

La filosofía política del ilustre cumpleañero, su idea central, ha consistido en la necesidad de la existencia de un mundo gobernado mediante equilibrios de poder en el que rigen los intereses nacionales y no los ideales y valores

No pretendo disminuir la talla del mismo en lo que a  trascendentales logros en política exterior se refiere. Sin duda colosales fueron las acciones que condujeron a la distensión con la Unión Soviética, lo que modificó la guerra fría o la apertura hacia China, sellada con la visita de Nixon a Pekín en 1972, que sirvió además para adoptar una posición de ventaja hacia Moscú. Desde luego fue significativa (si bien un tanto sui generis) su estrategia para poner fin a la guerra de Vietnam. Él y su contraparte norvietnamita negociadora, Luc Duc Tho, firmaron en 1973 un acuerdo de paz por el que les fue otorgado conjuntamente el premio Nobel de la Paz ese año. Sin embargo, Luc Duc Tho no lo aceptó, afirmando que los términos del acuerdo no se respetaban y que Estados Unidos continuaba operando en Vietnam del Sur. En efecto, la guerra continuó hasta que en 1975 el ejército norvietnamita tomó Saigón y forzó la retirada norteamericana. No obstante, el coloso no tuvo reparos para aceptar el Nobel en 1973, si bien de forma asimismo sui generis. No  acudió a recogerlo a Estocolmo y comisionó a un ayudante para que pronunciara el discurso de aceptación, algo que, por vez primera, provocó la dimisión de dos miembros del comité seleccionador del premio.

La filosofía política del ilustre cumpleañero, su idea central, ha consistido en la necesidad de la existencia de un mundo gobernado mediante equilibrios de poder en el que rigen los intereses nacionales y no los ideales y valores. Sería deseable una política exterior guiada por valores, pero la “realpolitik” resulta inevitable para una superpotencia. En los intensos años de actividad del coloso esa “realpolitik” ha pesado más que cualquier otra consideración. Como recuerda la historiadora Margaret MacMillan “Kissinger no contesta cuando se le inquiere sobre el hecho de que siempre ha estado dispuesto a sacrificar principios y personas por razones de Estado”. Y ello no solamente contra el parecer de amplios sectores de su propia opinión pública e internacional, sino también contra el de sus propios colaboradores y diplomáticos in situ. Aunque me referiré posteriormente a cómo la “realpolitik” configuró por completo su acción exterior, he aquí un caso concreto referido por el International Herald Tribune (“Nixon and Kissinger’s forgotten shame”, 01-10-2013) sobre la situación en India: “Las cintas de la Casa Blanca relatan cómo en la Oficina Oval Nixon dijo a Kissinger que los indios necesitaban una hambruna masiva. Kissinger se mofaba de quienes lamentaban la muerte de los bengalíes. Insensibles ambos ante el sufrimiento de los bengalíes, a pesar de los detallados informes sobre las matanzas que Archer Blood, el valiente cónsul general norteamericano en Pakistán oriental, les había remitido. Tampoco reaccionaron cuando Kenneth Keating, ex senador republicano por Nueva York y entonces embajador en la India, se enfrentó personalmente a ellos en la Oficina Oval a propósito del genocidio que se cernía sobre la minoría hindú de los bengalíes. Cuando Blood envió un telegrama oficial en el que disentía de la política norteamericana y denunciaba el genocidio, Nixon y Kissinger lo cesaron. Kissinger lo tachó de fanático y Nixon de traidor”. 

En la fiesta homenaje que se le hizo en 2013, McCain taxativamente dijo: “No conozco a ninguna persona más respetada en el mundo que Henry Kissinger”. Osada afirmación sobre una persona que, en 1969, en una recepción en una embajada latinoamericana en Washington, arrogantemente y si tapujos, declaró: “No me interesa, ni sé nada al respecto, la parte meridional del mundo, de los Pirineos para abajo”. Cuando un diplomático chileno le acusó de no entender a Chile, el coloso respondió: “No. Y me da igual. Nada importante puede proceder del sur. El eje de la historia comienza en Moscú, va a Bonn, pasa por Washington y luego a Tokio. Lo que sucede en el sur no tiene importancia”. Christopher Hitchens dijo que Kissinger era un consumado mentiroso con una memoria sobresaliente. Su supuesto desinterés del que hizo gala en esa embajada en 1969 quedó desmentido por su actuación, la de Nixon y la de la CIA tan solo un año más tarde. En las últimas décadas y hasta hoy mismo multitud de documentos oficiales secretos han sido desclasificados. La organización privada norteamericana National Security Archive lleva aire ándolos todo este tiempo. El 22-10-2020 publicó “La CIA y Chile: anatomía de un asesinato”. El 22-10-1970, coincidiendo con la toma de posesión del Gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende, el general René Schneider, comandante en jefe del ejército chileno, fue abatido a tiros. Se había negado a conspirar contra Allende. Los documentos desclasificados son meridianos: “El 15 de octubre, Thomas Karamessines, responsable de operaciones encubiertas de la CIA, se reunió con Henry Kissinger y su asistente militar, Alexander Haig, para ponerles al corriente del estado de la cuestión sobre la preparación del golpe en Chile. Como consta en el acta de esa reunión, Kissinger insistió a la Agencia  que estuvieran atentos a cualquier punto débil de Allende. Al día siguiente la central de Washington comunicó a la sede en Santiago: 'Nuestra política firme y decidida es que Allende sea derrocado por un golpe de Estado'”. Por su parte, el Departamento de Estado contribuyó cínicamente con una carta de pésame que Nixon había de enviar al presidente Allende: 'Querido señor presidente: el impactante atentado contra la vida del general Schneider es una mancha en las páginas de la historia contemporánea. Quisiera trasladarle mi pesar ante este repugnante acto ocurrido en su país'”.

Asesinado Allende el 11-09-1973, el coloso relató puntillosamente pocos días después a Richard Nixon  diversos pormenores no tratados anteriormente. Es sobresaliente su comentario final: “En tiempos de Eisenhower habríamos sido considerados héroes”. El heroico coloso, el que no estaba interesado en nada que viniera del sur, quedó encantado de su reunión en Santiago en junio de 1976 con el golpista, dictador, asesino y torturador Pinochet, a quien dijo: “Es usted víctima de todos los grupos izquierdistas del mundo y su pecado ha consistido en derrocar un Gobierno que iba hacia el comunismo. Nosotros queremos ayudarle, no minarle. Prestó usted un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende”.

Asombrosamente, Niall Ferguson califica a Henry Kissinger de “idealista incomprendido”. Prefiero la calificación de Radio Nacional de España, que el 27-05-2023, día de los cien años del heroico coloso, se refirió a él de la siguiente manera: “De intelectual, estadista, brillante negociador y Nobel de la paz, a ególatra, arrogante y criminal de guerra. O todo a la vez”.

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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.

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