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Plaza Pública

Convivencia, invasión y genocidio en el pasado peninsular

La diputada de Podemos Isabel Franco.

Alejandro García Sanjuán

El pasado 3 de febrero, la intervención de una diputada de Unidas Podemos en el Congreso haciendo referencia a cuestiones relativas al pasado medieval peninsular se convirtió, de inmediato, en trendic topic en las redes sociales, suscitando un rosario de reacciones mediáticas adversas y despectivas. Isabel Franco afirmó, literalmente, lo siguiente: “En al-Andalus convivían tres culturas: la musulmana, la judía y la cristiana. Fue la monarquía hispánica la que provocó una enorme invasión (eso sí fue una invasión), genocidio y ocultación”.

Los sectores conservadores respondieron a estas declaraciones de forma masiva, con una mezcla de indignación y mofa indisimulada. Entre los más moderados cabe mencionar a ciertos políticos y medios de comunicación que se limitaban a señalar el carácter “ridículo” de tales afirmaciones. Otros, en cambio, calificaban a la diputada como “diletante de Wkipedia” y “charlatana”, y los más aguerridos no dudaban en tildarla, directamente, de “analfabeta”. No ha faltado tampoco quien, exhibiendo su profunda erudición historiográfica, haya aprovechado para reivindicar a Ignacio Olagüe, explicando las declaraciones de Isabel Franco como consecuencia de “la querencia de la izquierda radical por la morisma”, su “odio atroz por Occidente” y el “rencor hacia lo visigodo, hacia lo esencial castellano”.

La virulenta reacción de los medios conservadores llama la atención en un país en el que los políticos de derecha acostumbran a utilizar el pasado de forma descaradamente tendenciosa y manipuladora. Recordemos la ya mítica apelación de Aznar a la invasión islámica y la Reconquista como causa de los atentados del 11-M, las repetidas alusiones de Rajoy a España como “la nación más antigua del mundo” y la más reciente consideración de la “Hispanidad” como la etapa más brillante de la historia de la humanidad por parte de Casado. No obstante, la palma a este respecto se la llevan quienes, justo el día antes de la intervención de Isabel Franco, habían vuelto a poner de manifiesto su insuperable adicción al tóxico mito de la Reconquista como gran epopeya de liberación nacional del pueblo español. Sin embargo, como suele suceder, los que más deberían callar son los que más hablan. Con su proverbial gracejo austriaco, el más dicharachero de los eurodiputados de la ultraderecha profería en las redes sociales uno de sus habituales regüeldos etílicos. También los sectores académicos orgánicos de Vox, a los que se les deberían presuponer mayores dosis de contención y capacidad de análisis, se sumaban al coro, dando así muestra, una vez más, de su escaso rigor.

La contraposición entre un al-Andalus de convivencia y multiculturalidad y una monarquía hispánica genocida constituye, sin duda, una enorme simplificación y una generalización abusiva que contribuye a alimentar prejuicios indeseables sobre el pasado. En este sentido, las declaraciones de la diputada son erróneas y desafortunadas. Ahora bien, si analizamos de forma específica los tres conceptos fundamentales que utiliza, tal vez haya razones para obtener una perspectiva más matizada que nos permita situar en su contexto las reacciones suscitadas. Me refiero a convivencia, invasión y genocidio.

La idea de una armoniosa convivencia entre distintas comunidades religiosas ha sido el fundamento de la visión idealizada de al-Andalus, a cuya difusión han contribuido sectores muy variados. En su origen se encuentra la obra del célebre hispanista Américo Castro, si bien se trata de una perspectiva que ha tenido mayor predicamento en foros extraacadémicos. En el año 2009, el propio Barak Obama hizo la que probablemente sea una de las más célebres apelaciones recientes a ese mítico y tolerante al-Andalus. Pero hablar, sin más, de convivencia o de multiculturalidad no supone de manera necesaria incurrir en una mitologización del pasado, y mucho menos constituye una expresión de colaboracionismo con el yihadismo, como pretenden ciertos sectores. La convivencia entre comunidades religiosas existió en al-Andalus durante varios siglos, como también se produjo en los reinos cristianos peninsulares, y llegó a producir fenómenos de simbiosis cultural. Obviamente, sin embargo, en ningún caso esa convivencia o coexistencia puede confundirse con una armónica Arcadia de tolerancia basada en la igualdad, pues la discriminación legal de base religiosa era la base de la consideración de las minorías religiosas en la Edad Media, tanto entre musulmanes como entre cristianos. Como recordaba recientemente Maribel Fierro, “un término como el de ‘convivencia’ sirve al menos para recordarnos aquello que una concepción estrecha y nacionalista de la historia tiende a olvidar”.

La utilización de la idea de “invasión” también suscitó duras críticas contra la diputada, en este caso desde sectores periodísticos en teoría menos sesgados ideológicamente . Tal vez por ello resulta incluso más llamativa la enorme suspicacia que llega a despertar este concepto cuando se aplica a ciertos hechos del pasado, como puede ser, en el caso de las citadas declaraciones, al contexto de la época de los Reyes Católicos, habitualmente considerados como el origen de la Monarquía Hispánica. Se diría que llamar “invasión” a la conquista del emirato nazarí de Granada por Isabel y Fernando constituye un enorme sacrilegio historiográfico, algo que, en cambio, no sucede respecto a otros contextos: la idea de la “invasión” árabe o islámica de la península ibérica, de Hispania o de España es moneda corriente en la historiografía actual y se sigue usando para designar el origen de al-Andalus. No sucede lo mismo en la dirección contraria, de tal modo que la “invasión católica de al-Andalus” constituye un concepto inexistente en la tradición historiográfica. Frente a la ‘”invasión” musulmana se erige, así, la Reconquista cristiana, en un juego de legitimidades e ilegitimidades que constituye la base de la narrativa españolista más rancia y tendenciosa.

El tercero y último de los conceptos es, probablemente, el más controvertido, y también el más problemático de todos ellos. ¿Resulta legítimo y apropiado hablar de un “genocidio” de la población musulmana peninsular a raíz de la conquista del emirato nazarí en 1492 por los Reyes Católicos? Se trata de una noción sobre la que ni siquiera existe acuerdo historiográfico respecto a hechos mucho más recientes, como la Guerra Civil y el Franquismo: algunos expertos lo aplican, al menos en ciertos casos específicos, mientras que otros, en cambio, lo cuestionan, sin que ello, obviamente, implique minimizar los crímenes franquistas.

Sin duda, el término “genocidio” es reciente, de modo que su utilización respecto a contextos históricos más remotos podría considerarse un anacronismo. Pero también lo es el de “reconquista”, lo cual no ha impedido su constante aplicación al período medieval, de forma entusiasta en muchos casos. La extirpación consciente y por la fuerza de una comunidad formada por varias decenas de miles de personas constituye un tema de debate entre los especialistas que estudian el fenómeno morisco, saldado con la expulsión definitiva de dicha población en 1609, tras décadas de represión y persecución. No faltan autores académicos que han empleado nociones como “genocidio cultural” para referirse a dicho proceso, y otras similares, como etnocidio. Uno de los máximos expertos en el tema a nivel internacional habla de “propuestas de exterminio”, pero no de genocidio, aunque ha llegado a mencionarlo en alguno de sus trabajos. Lo cierto, sin embargo, es que la mayoría no lo utiliza. En todo caso, no parece tratarse de un concepto totalmente ajeno a la discusión académica en torno a ese asunto y, por lo tanto, su invocación por la diputada, aunque pueda considerarse desacertado, no constituye un disparate ni una salida de tono.

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El Congreso de los Diputados no constituye el espacio más idóneo para desarrollar un debate historiográfico, pues habitualmente quienes intervienen no son historiadores y, además, cuando la discusión se produce en un contexto de debate político resulta inevitable que los argumentos queden condicionados por las disputas ideológicas que enfrentan a los partidos. Sin embargo, que la discusión sobre el pasado irrumpa en sede parlamentaria debe servir para volver a reivindicar la importancia del conocimiento histórico y, sobre todo, para poner de manifiesto la necesidad de seguir cuestionando ideas vigentes que proceden de la narrativa tradicional, pese a la evidente irritación que ello produce entre los sectores más conservadores y reaccionarios.

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Alejandro García Sanjuán es profesor de Historia Medieval en la Universidad de Huelva.

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