Plaza Pública

El cuarto poder del machismo

Imagen promocional de 'Nevenka'.

Lídia Guinart Moreno

Vivimos en un mundo en el que muchas mujeres, y cada vez más hombres, no nos reconocemos, denostamos y queremos cambiar se pongan como se pongan algunos. En los últimos días y semanas se han sucedido varios acontecimientos que, lejos de ser fortuitos e inconexos, obedecen todos ellos a un mandato claro. Un mandato patriarcal del que participan y comulgan los más altos intereses económicos auspiciados por el neoliberalismo, con la colaboración necesaria de medios de comunicación y otros agentes de la resistencia machista. No estoy hablando de ninguna teoría conspiranoica ni nada parecido. Estoy hablando de algo tangible y tozudo, como es el orden establecido por el patriarcado. De todo aquello que ha sido y que probablemente será todavía aunque lo vayamos erosionando. De aquello que es porque siempre ha sido. De lo que se resiste a cambiar. Y de lo que se está transformando desde el feminismo y desde las políticas empujadas por el convencimiento de que un mundo más igualitario y justo es posible.

Me refiero, entre otros sucesos, al del triste y vergonzosamente famoso sillón de la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, en Turquía y a la actitud del presidente del Consejo, Charles Michel, que se justifica y sigue sin reconocer que actuó de manera miserable y machista igual que Erdogán, el líder turco del que en cuestiones de misoginia se puede ya esperar cualquier cosa y quien hace unas semanas renegó del Convenio para la protección de las mujeres que precisamente lleva el nombre de la ciudad turca de Estambul.

Estoy pensando, también, en el injustificable tercer grado revictimizador al que la fiscalía sometió recientemente a la víctima de una violación múltiple en Sabadell, algo que la hasta hace poco Fiscal de Sala Delegada de Violencia sobre la Mujer, Pilar Martín Nájera, calificó de falta de sensibilidad y empatía. Y pienso también en el tratamiento informativo de estos y otros casos relacionados con violencia hacia las mujeres.

Rosa Cobo destripa en Pornografía. El placer del poder lo que hay detrás de la pornografía y el relato que la sustenta: la narrativa de la misoginia, que justifica y aun reclama la violencia contra las mujeres porque encarnamos el mal. Por eso se exige presunción de inocencia hacia el maltratador, el violador o el acosador, aun cuando las pruebas son concluyentes, aun cuando la condena es firme. Eso es precisamente lo que hizo el exalcalde de Ponferrada, Ismael Álvarez, en la entrevista que hace unos días concedió a la televisión autonómica de Castilla y León. Ciertamente salió bastante trasquilado porque el periodista le incomodó al preguntarle de manera reiterada si se arrepentía y si pediría perdón por los hechos. Él se limitó a negarlos y a alegar pruebas en su defensa. Eso, veinte años después del juicio que le condenó. Y después de la repercusión pública del testimonio de Nevenka Fernández en un documental en el que él mismo rehusó participar. En la televisión pública de Castilla y León lo hizo solo, sin la posibilidad de defensa o contraste por parte de la víctima. Así sí que se atrevió. Y el medio accedió alegando interés informativo, algo a lo que se ha apelado en otros momentos y espacios similares, pero que choca frontalmente con todos los códigos deontológicos y decálogos de tratamiento informativo de la violencia hacia las mujeres.

No es el único episodio de dudosa ética periodística protagonizado por un medio público en los últimos días. La televisión gallega puso contra las cuerdas a una víctima de violencia machista para que se reconciliara con su pareja, que había ejercido contra ella violencia de control. La joven, que había acudido como público al programa y ni por asomo se imaginaba la encerrona, explicó que había tardado un año y medio en darse cuenta de que estaba siendo víctima de un maltratador, pero que por fin había dado el paso de romper la relación. Hasta que el espectáculo televisivo la revictimizó.

En torno a la confesión de Rocío Carrasco sobre el maltrato al que la había sometido durante años su exmarido, ha habido también polémica. La cadena sacó indudablemente rédito en forma de share y podríamos poner en duda el tratamiento subsiguiente del caso, situando en ocasiones al mismo nivel a víctima y victimario y polarizando obscenamente a la audiencia. Pero no podemos obviar el espaldarazo que supuso para muchas mujeres que se identificaron con aquel testimonio. Algo tuvo que ver en que se dispararan un 61% las llamadas al teléfono de atención a víctimas de violencia, el 016, en los días siguientes.

Yolanda Domínguez habla en su libro Maldito estereotipo de pornomiseria de la satisfacción que despierta retratar el sufrimiento ajeno desde una posición distante y, por lo tanto, cómoda y falta de compromiso. Como personas espectadoras, debemos activar nuestro espíritu crítico y exigir a todos los medios rigor y responsabilidad en el tratamiento informativo de la violencia machista, que no puede ser nunca frívolo espectáculo. Tenemos el poder y el deber de hacerlo.

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Lídia Guinart Moreno es diputada por Barcelona y portavoz del Grupo Socialista en la Comisión de Seguimiento y Evaluación contra la Violencia de Género del Congreso y secretaria de Políticas Feministas de la Federación del Barcelonès Nord del PSC

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