La cultura subvencionada

Pau Rausell Köster

Cada edición de los Goya, como los almendros que florecen sin falta, vuelven a brotar los lamentos, pero hoy lo hacen de forma más estruendosa en el contexto del “calentamiento libertario” y la fiebre trumpista. Los pseudomedios se empeñan en gritar contra las ayudas concretas destinadas a producir películas que apenas atraen espectadores, o, en general, contra la cultura subvencionada. Basta con teclear “Goya cultura subvencionada” para ver cómo saltan titulares de Vox Populi, El Diario de Madrid, The Objective, El Confidencial o El Debate, denunciando subvenciones supuestamente escandalosas a cintas woke que no interesan a nadie.

Pero, ¿realmente es así? ¿Es verdad que la cultura en general y la producción audiovisual en particular son actividades subvencionadas? La respuesta es que sí.

Según las Cuentas Nacionales, en 27 de los 64 sectores en los que está estructurada la economía española (equivalentes al 42% de las secciones económicas y al 30% del valor de la producción) comparten esa característica con las actividades culturales y la aportación neta de impuestos menos subvenciones es negativa. Es decir, las ayudas superan a los impuestos a la producción. Aun así, para el caso de la Actividades Culturales esa diferencia representa apenas un 0,04% del valor total de la producción, casi insignificante. Para ponerlo en perspectiva, en 2019 las actividades culturales en conjunto registraron un valor neto de subvenciones de 25 millones de euros, en un universo productivo que alcanza la considerable cifra de 56.705 millones de euros.

Por supuesto, sectores como la agricultura (con un 9,72% del valor de la producción), la industria farmacéutica, la fabricación de productos informáticos, e incluso ámbitos como la programación, consultoría, servicios de información o el transporte aéreo, reciben ayudas mucho más sustanciosas. Y, curiosamente, sobre ninguno de estos sectores se escuchan los estruendosos reclamos de los paladines del libre mercado.

Lo que cada vez está más claro y tenemos más evidencias es que los Sectores Culturales y Creativos (SCC) son hoy motores vitales del crecimiento económico, la inclusión social, la sostenibilidad y el bienestar en toda Europa. Los datos disponibles indican que el papel de la cultura va más allá de los beneficios puramente económicos y repercute en diversos aspectos de la vida comunitaria, como la salud, la educación, la cohesión social y la formación de la identidad local. Investigaciones recientes que aplican técnicas avanzadas de análisis y aprendizaje automático confirman que, en la mayoría de las regiones europeas, el aumento de la actividad cultural y creativa influye positivamente en las dimensiones del desarrollo humano y la competitividad regional. Estos beneficios multifacéticos ponen de relieve la urgencia de adoptar un enfoque de la competitividad basado en la cultura, que integre las dimensiones sociales, culturales, inclusivas y sostenibles junto con las métricas económicas.

Varias voces destacan el papel cada vez más importante de la cultura en las democracias frágiles, en la seguridad, en la sostenibilidad y el futuro estratégico más amplio de Europa. Del mismo modo, las nuevas iniciativas de la UE, como la relativa a la descubribilidad, reflejan una conciencia cada vez mayor de que el acceso a diversas expresiones culturales –incluso en entornos digitales– afecta a la equidad social, la preservación de las lenguas y las oportunidades económicas. 

Sectores como la agricultura, la industria farmacéutica, la fabricación de productos informáticos, e incluso ámbitos como la programación, consultoría, servicios de información o el transporte aéreo, reciben ayudas mucho más sustanciosas que las de la cultura

A nivel macroeconómico, Europa ha aprovechado históricamente su producción cultural para reforzar su poder blando, aumentar su influencia mundial y diversificar el comercio. Sin embargo, los SCC deben adaptarse a los cambios en las potencias mundiales, los modelos de distribución digital y las preferencias de los consumidores. El análisis de datos a gran escala indica que las inversiones en cultura siguen siendo un poderoso mecanismo para reforzar la posición de Europa, sobre todo si van acompañadas de estrategias proactivas para abordar la precariedad laboral, la preservación de los activos intangibles y las limitadas y deficientes herramientas de financiación.

A nivel meso o regional, investigaciones recientes de Jordi Sanjuán, han demostrado que la cultura causa ganancias de bienestar en ámbitos como la educación, la renta, el empleo, la productividad y la salud (véase la herramienta SICCRED). Aunque estos efectos no se distribuyen uniformemente –algunas regiones se benefician más que otras–, el patrón general subraya el papel de la cultura en el fomento de la cohesión social, la identidad comunitaria y el desarrollo inclusivo. Los estudios también ponen de relieve que las políticas culturales adaptadas pueden ayudar a las regiones a obtener beneficios específicos. La actividad cultural está claramente correlacionada con la competitividad regional.

Y también Fernando Álvarez nos ha demostrado que los efectos multiplicadores de los SCC son netamente superiores a los de otros sectores como la industria, el turismo, la agricultura y la construcción, y con muchas menores externalidades negativas e incluso en España son superiores a muchos otros países. Demasiadas ventajas para no aprovecharlas con mayor intensidad.

A nivel sectorial, las CCSI impulsan una serie de interconexiones y efectos indirectos muy sofisticados. Las actividades culturales y creativas suelen impulsar la innovación en industrias adyacentes como el turismo, la tecnología y la educación. Sin embargo, la precariedad de las condiciones de trabajo, la insuficiencia de I+D y las disrupciones digitales siguen siendo retos críticos y que requieren de políticas públicas decididas. Las intervenciones políticas específicas, el desarrollo de capacidades y la participación del sector privado pueden ayudar a los SCC a mantener su competitividad y, al mismo tiempo, aportar beneficios sociales más amplios.

Desde esta perspectiva ampliada, la competitividad en los sectores culturales y creativos describe la capacidad de generar y mantener valor económico, social y cultural a través de actividades creativas innovadoras e integradoras. Implica combinar eficazmente el talento creativo, las competencias digitales avanzadas, la eficiencia en la gestión y las prácticas laborales equitativas para hacer frente a la evolución de la demanda del mercado, reforzar las identidades culturales y fomentar el bienestar colectivo, sin dejar de ser respetuosos con el medio ambiente y adaptables al cambio tecnológico. El impulso a los SCC y la mejora de sus condiciones, además, podría incentivar el retorno de la diáspora joven y cualificada española que hoy se encuentra exiliada. Se requiere una nueva percepción de la competitividad que no mida únicamente los resultados del mercado, sino la capacidad del sector para influir en la cohesión social, preservar el patrimonio inmaterial, promover el compromiso democrático y proyectar narrativas culturales en contextos locales, nacionales y mundiales.

Hoy en España, por más que les pese a la marea libertaria y a la reacción trumpista, los sectores culturales y creativos subvencionados son la vía más barata, con mayor impacto transformador y de efectos más rápidos para mejorar el vibrante papel de España en Europa y en el mundo, reforzar su competitividad, hacer crecer su productividad y mejorar integralmente la vida de su ciudadanía.

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Pau Rausell Köster es economista y profesor de Economía Aplicada de la Universitat de València.

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