Plaza Pública

Cumbres borrascosas del PP en la plaza de toros de València

Vista general de la Plaza de Toros de València durante la última jornada de la convención nacional del PP.

Los tiempos son otros, pero para algunos siguen siendo los mismos. El expresidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, llegaba a la plaza de toros de València el pasado domingo, 3 de octubre. No iba de estrella invitada. Ni siquiera de extra con frase. Hace diez años era de los principales protagonistas. Olor de multitudes: vísperas de que el mapa de España se tiñera de azul en 2011, con Mariano Rajoy a la cabeza. En la Comunitat Valenciana ya gobernaba el PP desde 1995. El presidente se llamaba Eduardo Zaplana. Y en la ciudad de València, la alcaldesa Rita Barberá seguía en la cresta de la ola desde cuatro años antes. En 2015 esa misma plaza de toros se convirtió en una ruina para el partido que ahora lideran Isabel Díaz Ayuso y su coach Miguel Ángel Rodríguez. Perdió ese año las elecciones y empezó lo que Casado ha definido como una travesía del desierto.

El pasado domingo, Francisco Camps acudía a la convención del PP en València con más años encima de los que tiene en realidad. Dicen que el poder desgasta. Lo que desgasta es perderlo y, encima, que tu propio partido te considere un apestado. Como dentro del coso no tenía un simple párrafo que llevar al estrado, lo soltó fuera: “veo el mismo ambiente de ilusión y esperanza que he vivido en otros momentos en esta plaza”. Desde esa misma plaza, en palabras del mismo Camps unos días antes, arrancaron las grandes gestas del PP, con Aznar, con Rajoy, con Zaplana, con él mismo y Rita Barberá de personajes estrella. Las gestas del PP. El humo de la destrucción. La podredumbre cuando el poder se convierte en un pozo de aguas estancadas. Lo que aquel día de 2011 arrancaba de verdad en la plaza de toros de València no era el éxito del PP en España y la Comunitat Valenciana, sino la conversión de la política institucional y orgánica de ese partido en un estercolero.

De nuestros tres nombres paisanos, Zaplana anda excarcelado no se sabe muy bien por qué y metido hasta las cachas en líos con la justicia. Rita Barberá fue repudiada por su partido y murió más sola que la una en medio de denuncias de corrupción. El propio Camps ha ido sorteando procesos judiciales (algunos de ellos sí que sabemos por qué) y anda ahora pidiendo la vez para la alcaldía de València en la cola de aspirantes. El cinismo de la número uno para esa aspiración, María José Catalá, no tiene límites: se le hace la boca una baba espesa cuando no para de nombrar a Rita Barberá en todas partes. A buenas horas, mangas verdes, que diría el clásico. ¿Qué tendrá esta gente en el sitio donde se suele tener el corazón? Yo qué sé.

Por eso veo la plaza de toros de València con el PP de toda España dentro y no me quita el sueño. Para nada me lo quita. La vida es algo más que el griterío loco de la desesperación. La brunete mediática saca las fotos de la plaza como un anuncio de lo que nos espera: un tiempo de orden que ponga a buen recaudo al que estamos viviendo ahora mismo. El caos sólo existe cuando no gobiernan las derechas. Esa cantinela ya viene de muy antiguo. Recuerden ustedes la Segunda República y el golpe de Estado del 36. Y repiten como un mantra esa cantinela para esconder en sus pliegues el miedo a eternizarse en la oposición. Cada minuto que pasan en esa oposición pierden fortunas sus amigos, sus familias, esos tipos que como Toni Cantó ahora y hace poco Santiago Abascal se han pasado la vida viviendo del cuento: o sea, de las arcas del PP cuando y donde el PP gobierna. Bueno, lo de Toni Cantó es para el Guinness: allá donde ha encontrado abrevadero, allá que ha metido el morro para chupar como el Drácula más insaciable en sus noches de desenfreno. Un ejemplo claro fue el tiempo valenciano del partido: la fanfarria, el despilfarro, eso que Francisco Camps recordaba el domingo pasado en la plaza de toros de València y que él confundía, aposta, claro, con la ilusión, la alegría y la esperanza en un tiempo mejor. Y si no, ahí tenemos la Comunidad de Madrid, con la capital de centro de operaciones. Un lujo para que algunos se calcen cada día las botas de siete leguas llenas de favores.

No sé si ya habrán pagado el alquiler de la plaza de toros para su convención. No crean que lo digo por decirlo. Una de esas bacanales triunfalistas, la de la designación de Rajoy como candidato a la presidencia del gobierno, se celebró en las dependencias de Feria València en 2008. El precio del alquiler era de más de medio millón de euros. Las arcas municipales ya con gobierno de socialistas y Compromís consiguieron recuperar esa cantidad, más los intereses, nada menos que en 2017. Y con requisitoria judicial como argumento principal para que el PP apoquinara la deuda. O sea, que ojo al parche. La afición de estos chicos al lujo es patológica, sobre todo si el lujo se lo pagamos entre todos. De eso sabemos mucho quienes hemos tenido que soportar tantísimos años de corrupción en nombre de un bienestar que sólo disfrutaban quienes saqueaban las arcas públicas con la complacencia y el apoyo del PP. Fuimos un chollo para esa gentuza de la Gürtel y cuando veo las imágenes de la plaza de toros y leo lo que dicen los líderes del partido, me acuerdo de Camps, Rita Barberá y Fernando Alonso a lomos de un Ferrari circulando a marcha lenta por el circuito motorista de Cheste, como niños disfrutando con un juguete que no era un Ferrari sino la vida de una tierra impunemente machacada por la codicia de sus gobernantes.

Por eso me entraba la risa tonta cuando veía o leía lo de que en la plaza de toros de València empezaba la escalada del PP hacia las cumbres de la apoteosis. Esas cumbres –las disfracen como las disfracen el partido y sus palmeros mediáticos– son más borrascosas que las que retrataba Emily Brontë en su novela. De puertas adentro, el liderazgo de Pablo Casado sigue estando más en el aire que el pie cambiado de un funambulista. Cara a las afueras, han demostrado –por si había alguna duda– que si los sacan de sus repetidísimos latiguillos contra el gobierno de coalición y Pedro Sánchez (en ausencia de Pablo Iglesias) se quedan sin programa. Poner, en cada punto del programa del gobierno de coalición, lo contrario: ése es su único programa. Así cualquiera. Una risa, vamos.

Eso sí, no he podido evitar un momento de rabia muy fuerte después de leer la referencia de Casado a su Ley de Concordia y a “ayudar a las familias a encontrar de verdad los restos de sus seres queridos”. ¿Qué quiere decir con ese “de verdad”? ¿Cómo podemos olvidar el día de 2013 en que Mariano Rajoy decía lleno de orgullo que su gobierno destinaría “cero euros” a desarrollar la ley de Memoria Histórica? Para el PP las víctimas del franquismo que siguen en las fosas comunes sólo son un montón de huesos, y sus familiares unos caraduras que sólo se acuerdan de ellas cuando se anuncian subvenciones para las exhumaciones. La Ley de Concordia –ojalá no llegue nunca– seguirá enterrando la memoria republicana, la de la resistencia antifranquista, la que todavía hoy sigue siendo incómoda para los libros de texto, la que ocupará –o eso espero– un lugar lleno de dignidad en el articulado de la nueva Ley de Memoria Democrática que se está tramitando en el Congreso.

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Ser optimista, en el caso de que pudiera presumir de alguna, no es precisamente una de mis virtudes. Pero ver la plaza de toros de València llena de adeptos el pasado domingo, con sus gorras, sus banderitas y sus bocadillos envueltos en papel de aluminio, me volvía eufórico: no veía a Pablo Casado y los suyos salir a hombros por la puerta grande, sino encajonados. Los veía así, qué quieren que les diga. Y no creo que fuera una ilusión óptica. Para nada creo que lo fuera. Para nada.

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Alfons Cerveraes escritor. Su último libro es Algo personal (Piel de Zapa, 2021). Algo personal

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