El enredo del desarrollo sostenible

Carmelo Marcén Albero

Es conveniente comenzar diciendo que el desarrollo sostenible admite interpretaciones diversas. Van desde el crecimiento sostenido (que no desarrollo sostenible) de las condiciones de la economía mundial, hasta la intención y el compromiso de la ONU y muchos países de reducir las desigualdades en ellos y dentro de cada país. Algunos partidos políticos —colocados en la derecha tradicional y la ultranacionalista, también en España— no quieren ni mentar los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible), cual si fuesen la catástrofe que acabará con su manera de ejercer las relaciones sociales y políticas. Al mismo tiempo, algunas administraciones europeas y españolas, así como bastantes grupos empresariales, se han colocado la escaparela ODS —en forma de corona circular coloreada— en su logo de marca y en todo aquello que hacen, sea o no sostenible. Esta palabra ha inundado hasta las relaciones comerciales y de consumo; la sostenibilidad vende, pero cada vez está más desteñida por deficiencias en la interpretación y por intereses espurios

Todo un enredo (propósito o dificultad) perceptivo, relacional, propositivo y vital que va avanzando a trompicones. De ahí que se haya gastado tanto tiempo y palabras en acotar lo de sostenible. Para nosotros, habrá que intentar evitar si lo que hacemos es insostenible a gran y pequeña escala, sine die, en la política y en la vida corriente. Sobre todo para no dejar una herencia en bancarrota a las futuras generaciones y al medioambiente en general. Ya hemos dilapidado una buena parte del legado vivencial de miles de años. 

Como cada año por estas fechas, SDSN (Sustainable Development Solutions Netword), y su correspondiente Red Española de Desarrollo Sostenible (REDS), publicaron el Informe sobre Desarrollo Sostenible 2024.  No es un informe más, unas cuantas cifras y propuestas, sino que reclama una transformación hacia la ONU 2.0 para liderar algo que se nos va alejando: el cumplimiento de los ODS en 2030, el año de la evaluación mundial del desempeño socioambiental y económico. La decisión debe tomarse en la Cumbre de Futuro de la ONU a celebrar en septiembre de este año.

Comencemos señalando que ninguno de los 17 ODS se prevé alcanzado en 2030 a escala global. ¿Qué ha podido detener los avances, mayoritariamente ecosociales, a los que se habían comprometido los casi 200 países firmantes? Se estima que ni siquiera una quinta parte de las metas que definen los ODS están avanzando; en bastantes de ellas hay retroceso. En la primera parte del informe, los más de 100 científicos de todo el mundo que han participado en su elaboración proponen la constitución en la ONU, pero con independencia propositiva, de una Asamblea Parlamentaria con una representación de las Regiones de todo el mundo. Así se acercaría la necesaria corresponsabilidad y se elaborarían propuestas adecuadas a las posiciones de partida, se sugerirían con precisión las contribuciones de los países ricos y entidades privadas para la sostenibilidad de un sistema de relaciones diferente.

Cuesta creer que algunos partidos no quieran mejorar las desigualdades ni en su país. A ellos, y a toda la ciudadanía, hay que convencerlos de que merece la pena enredarse (implicarse) en algo que nos una

Porque el informe lamenta los ritmos de consecución de las metas: Los países nórdicos siguen a la cabeza pero los países pobres y vulnerables se quedan demasiado rezagados. Se sugiere una reforma global en la arquitectura financiera, tal que no asfixie a quienes más necesidades tienen. Dinero habría de sobras, si se limitasen un poco los grandes beneficios de los especuladores fondos de inversión y similares. Todas las estrategias de la Agenda 2030 (incluidas las municipales y personales) tienen alcance global por más que parezcan pequeñas acciones. Apuntemos una alarmante llamada de atención del informe, que necesita acciones inmediatas: Las metas de los ODS relacionadas con los sistemas alimentarios y del uso de tierras están muy mal encaminadas.

¿Cómo vamos en España? Solamente el núm. 5, Igualdad de género, cumple con todos los indicadores, por más que nos avergüencen determinados episodios cotidianos. Hay que señalar que tres ODS están muy cerca de alcanzar todas sus metas: el 1. Fin de la pobreza, el 3. Salud y bienestar y el 7. Energías limpias. Además, hay que lamentar que existen grandes desafíos en varios objetivos: el 13. Lucha contra el cambio climático, el 15.Vida de ecosistemas terrestres, el 17. Alianzas para conseguir los objetivos y el 2. Hambre cero. También hay grandes carencias en el 12. Producción y consumo responsables y el 14. Vida submarina. Sin embargo, aunque haya bastantes agentes sociales y políticos que odien estas propuestas colectivas,  España avanza en el ranking mundial: mejora su puntuación global, escala dos puestos en este año y está en la posición 14 de los 167 países analizados. Para los incrédulos: en el primer informe sobre desarrollo sostenible de 2016, España ocupaba la posición 30. Es evidente que año tras año ha habido una progresión constante. Pero no es suficiente.

Todavía estamos a tiempo de conseguir lo que ambiciona António Guterres: incrustar la esencia de la Agenda 2030, sus partes sustanciales al menos, en casi toda la vida. Todos seremos beneficiarios si lo hacemos en interacción colectiva. La población mundial, la biodiversidad entera se acordarán siempre de nosotros. Cuesta creer que algunos partidos no quieran mejorar las desigualdades ni en su país. A ellos, y a toda la ciudadanía, hay que convencerlos de que merece la pena enredarse (implicarse) en algo que nos una.

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Carmelo Marcén Albero es doctor en Geografía por la Universidad de Zaragoza y especialista en educación ambiental y metodología educativa.

Es conveniente comenzar diciendo que el desarrollo sostenible admite interpretaciones diversas. Van desde el crecimiento sostenido (que no desarrollo sostenible) de las condiciones de la economía mundial, hasta la intención y el compromiso de la ONU y muchos países de reducir las desigualdades en ellos y dentro de cada país. Algunos partidos políticos —colocados en la derecha tradicional y la ultranacionalista, también en España— no quieren ni mentar los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible), cual si fuesen la catástrofe que acabará con su manera de ejercer las relaciones sociales y políticas. Al mismo tiempo, algunas administraciones europeas y españolas, así como bastantes grupos empresariales, se han colocado la escaparela ODS —en forma de corona circular coloreada— en su logo de marca y en todo aquello que hacen, sea o no sostenible. Esta palabra ha inundado hasta las relaciones comerciales y de consumo; la sostenibilidad vende, pero cada vez está más desteñida por deficiencias en la interpretación y por intereses espurios

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