Israel Sanmartín

“No nos tome por tontos, Sr. Rajoy, de verdad. Yo entiendo que Vd. tiene esa lógica y ese gracejo, no sé de dónde lo ha sacado, porque Vd. es gallego y los gallegos no tienen fama de graciosos”, contestaba la diputada de Podemos Ione Belarra al expresidente del Gobierno Mariano Rajoy en la Comisión de investigación del Congreso sobre la llamada “Operación Cataluña”. La intervención ha sido respondida por muchos gallegos que se han sentido aludidos.

Las contestaciones las podemos agrupar en, al menos: a) los que negaban la afirmación; b) los que rechazaban lo que decía Belarra y ofrecían nombres para demostrar que los gallegos son graciosos; c) los que asociaban la valoración de Belarra con la situación de Podemos en Galicia; d) los que filosofeaban sobre el significado de lo genuinamente gallego.

No existe una única forma de ser gallego ni existen una serie de rasgos constitutivos diferenciales por sistema

Hasta aquí los hechos y su debate a partir de la transcripción exacta del diálogo. Las reacciones recogidas frente a la intervención parten de una postura de agravio y de defensa. Belarra “esencializa” a Rajoy como gallego y descarga sobre él un juicio de valor inconsciente sobre su significado. Belarra confunde el “yo pienso” con el “yo siento” y con el “yo soy”. Es decir, claro que Rajoy es gallego porque nació allí, pero otra cosa es lo que piensa sobre sí mismo y si se siente o no gallego y cómo es ese sentimiento. No es un hecho aislado, en los últimos tiempos la política ha estado secuestrada por las emociones. A partir de ellas, “el otro” sabe lo que siente y lo que piensa “el uno” mejor que “el uno” mismo.

Es decir, Belarra conoce con más precisión que Rajoy lo que él siente y cree. Y lo proyecta sobre los demás. Porque “sabe” que los gallegos no son graciosos y eso lleva implícito que todos los gallegos no son graciosos, como si lo gallego fuese una categoría que se pudiera “esencializar” para considerar a todos los gallegos iguales. Si los gallegos son graciosos o no, cómo sienten su galleguidad, si su galleguismo está vinculado con la lucha por una nación independiente, si su esencia es ser indefinidos o si se consideran personas más o menos trabajadoras, son cuestiones que Belarra no considera. No existe una única forma de ser gallego ni existen una serie de rasgos constitutivos diferenciales por sistema.

Por tanto, nos encontramos ante una afirmación que nos sitúa de nuevo en la política emocional, en la “esencialización” intelectual y en el ejercicio en el que “uno” se cree con más recursos que el “otro” para analizar algo por alguna cuestión telúrica. En base a eso, ¿pudiera ser, al final, que Belarra también se sienta gallega? Porque lo gallego también significa universalidad. Y en un sentido profundo, ser o no gallego no tiene nada que ver con la geografía, ya que podemos tener identidades vinculadas con ideas o con otras circunstancias. Pero, claro, eso no es algo gracioso, ¿verdad? 

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Israel Sanmartín trabaja en el Departamento de Historia de la Universidade de Santiago de Compostela.

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