¿Por qué se castiga a una persona cuando mata a otra persona y, sin embargo, el asesinato de un millón es un crimen menor que el asesinato de un solo individuo? Esta pregunta se la hace en su Autobiografía Raphael Lemkin (1900-1959), egregio jurista y fiscal polaco de familia judía, que dedicó su vida a despertar conciencias sobre los crímenes y masacres de la Alemania nazi. Introductor y definidor del término genocidio y principal impulsor de la Convención para la Prevención y Sanción del delito de genocidio, ONU, 1948, de la que se derivaría el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ). La crueldad y deshumanización imperantes en las décadas del siglo XX en las que Lemkin persigue su misión le atormentan. Habría sin duda compartido las tesis de José Antonio Marina expuestas en su libro de 2021 Biografía de la inhumanidad, donde nuestro filósofo y pedagogo explora las crueldades de la historia y las causas de que determinadas acciones fueran llevadas a cabo, aceptadas en algunos casos como una especie de destino implacable.
Habría asimismo Lemkin compartido el análisis y la denuncia de Karim Khan, fiscal jefe del Tribunal Penal Internacional (TPI): “En la actualidad estamos ante un profundo sufrimiento humano a nivel global. Nos atenaza una pandemia de inhumanidad. De Darfur a Ucrania. De la espantosa situación de las mujeres en Afganistán a las aparentemente olvidadas voces de los refugiados rohinyás en Myanmar, y en la actualidad en la intolerable tragedia que se está acentuando en Israel y Palestina, que amenaza con ampliarse.”
Raphael Lemkim era una persona de elevada sensibilidad, probablemente exacerbada a causa de la inhumana actuación nazi en la ocupación de Polonia. La cuestión de los refugiados le impactó profundamente: “Cuando en el pasado me encontré con refugiados, me deprimía más por su estado mental que por su condición física. Un refugiado es, ante todo, un estado mental. Los refugiados que han sido especialmente activos en ámbitos culturales pierden los elementos de vinculación territorial y el contexto humano que son la fuente de su inspiración. El paisaje natal ya no es accesible para el pintor, los blancos abedules para el poeta, las manifestaciones de injusticia local para el hombre de Estado e, incluso, las enfermedades locales para el médico. Se convierte en una especie de lápiz roto y no puede juntar los valores perdidos del pasado con los confusos y hostiles valores de su estado presente de desposeimiento. El estatus de refugiado es la capitis deminutio, el declive del hombre moderno, a veces el abandono de la vida espiritual y el proceso de creación. Se convierte en un fantasma. Una persona que no es un intelectual se encuentra mejor porque el valor del trabajo físico es más universal por su naturaleza. El siglo XX, marcado por la violencia social y los cambios morales, es el siglo crucial del refugiado, que vive con un pulmón y un riñón. Su permanente impermanencia, la suspensión de sus valores y esperanzas, su persistente incertidumbre y el anhelo de la normalidad devasta gradualmente sus almas”. (Autobiografía, pág. 125).
El tema de la moralidad, del derrumbe de los valores morales, de la ética, es recurrente en la obra del insigne polaco. Recién iniciada la Segunda Guerra Mundial, mantiene una conversación con el criminólogo judío Bronislaw Wroblewski, un hombre profundamente moral que “previó el fin de toda moralidad para al menos los próximos cien años”. A su interlocutor no le cabe duda alguna: “Este es el más violento y amoral de todos los siglos. Cuando llegue el fin de la guerra, los seres humanos no recuperarán los estándares morales perdidos, sino que continuarán comportándose como bárbaros, incluso en tiempos de paz”.
Creo que Lemkin intuye que se halla ante un interlocutor avezado. Estimo que su réplica es un tanto contemporizadora: “Estamos en un siglo de transición hacia un tipo de cultura diferente y hacia diferentes valores de gobierno, de economía, de todas las formas de pensamiento y sentimientos. En todos los periodos de transición los valores morales de desmoronan”.
Permítame un inciso (atento lector) sobre la relatividad de los conceptos y en concreto sobre éste. El ejército que está masacrando a la población palestina en Gaza es, según sus dirigentes, el más moral del mundo. En enero de 2024 y en relación con la demanda por genocidio contra Israel presentada por Sudáfrica ante el TIJ, Benjamin Netanyahu se refirió al ejército de Israel como “el más moral del mundo, que hace todo lo posible para evitar dañar a la población civil no implicada en el conflicto”. Llovía sobre mojado porque en 2010, tras la operación Plomo Fundido contra Gaza, que ocasionó 1400 muertos, la mayoría civiles, muchos mujeres y niños, Ehud Barak, entonces ministro de Defensa israelí afirmó: “No tengo duda de que el ejército de Israel es el más moral del mundo”.
¿Genocidio? ¿Limpieza étnica? El recurso a la “moralidad” ha estado en boca de los dirigentes sionistas años antes del nacimiento del Estado de Israel. Refiriéndose a la expulsión de los palestinos de su territorio, David Ben Gurion tranquilamente expresó en junio de 1938: “Estoy a favor del traslado forzoso de los palestinos. No veo nada inmoral en ello.” Estaba a favor del plan de limpieza étnica, crimen de lesa humanidad reconocido como tal en diversos tratados internacionales y en el Estatuto del TIP de 2002. Illan Pappé, uno de los llamados nuevos historiadores israelíes judíos no sometidos a las “verdades” de la historiografía oficial sionista, relata la planificación de la limpieza: “El 10 de marzo de 1948 , un grupo de once hombres, veteranos dirigentes sionistas y algunos jóvenes oficiales del Ejército, dieron los toques finales a un plan para la limpieza étnica de Palestina…. la expulsión sistemática de los palestinos de vastas áreas del país, basada en unas órdenes que incluían una detallada descripción de los métodos a emplear: intimidación a gran escala, sitio y bombardeo de aldeas y centros de población, incendio de casas, bienes y propiedades, expulsión, demolición. El objetivo del plan era la destrucción de las áreas rurales y urbanas de Palestina”. (The ethnic cleansing of Palestine, 2006, pág. XII).
¿Genocidio? Juzgue usted mismo. En caso de que considerara insuficientes los datos que hasta ahora he expuesto, me gustaría proporcionarle alguno más. Tiene a su disposición la demanda por genocidio contra Israel, presentada por Sudáfrica en enero de 2024 ante el Tribunal Internacional de Justicia, quien la ha admitido a trámite y ha ordenado medidas provisionales a Israel a la espera de una sentencia definitiva. Mientras tanto el TIJ considera plausibles las alegaciones de Pretoria sobre el posible genocidio. La decisión del tribunal tardará meses en producirse.
Mientras tanto, tal vez el lector pueda atender a las razones que Francesca Albanese, Relatora especial de las Naciones Unidas sobre la situación de los derechos humanos en el territorio palestino ocupado desde 1967, acaba de hacer público en su Informe Anatomía de un genocidio. La Convención sobre el genocidio en su artículo 2 entiende por genocidio “cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal: matanza de miembros del grupo; lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; y sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física total o parcial".
El Informe Albanese sigue los epígrafes que la Convención define como actos de genocidio. En cuanto a la matanza de miembros del grupo, el Informe mantiene que “desde el 7 de octubre Israel ha matado a más de 30.000 palestinos en Gaza, lo que equivale aproximadamente al 1,4% de su población. Durante los primeros meses de la campaña, el ejército israelí utilizó más de 25.000 toneladas de explosivos, y sobre áreas densamente pobladas. En las semanas iniciales, las fuerzas israelíes mataron a unas 250 personas diariamente, cien niños incluidos. El 70% de las muertes corresponden a mujeres y niños.
Tras incidir en el apartado sobre la lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo, el Informe Albanese se concentra en el apartado acerca del sometimiento intencional a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física total o parcial. Dichas condiciones incluyen la hambruna, el desplazamiento forzoso del grupo, la destrucción de medios indispensables para su supervivencia, la reducción al mínimo de los servicios médicos esenciales, la privación de vivienda, educación e higiene. Ya a mitad de diciembre de 2023, Israel había destruido el 77% de las instalaciones sanitarias, más del 60% de los hogares de Gaza, todas las universidades.
El Informe concluye, pues, que Israel ha cometido al menos tres de los actos prohibidos por la Convención de Genocidio. Añade que en el asalto a Gaza “hay evidencia directa de la intención genocida. Una retórica genocida pinta a toda la población palestina como el enemigo a eliminar. Altos funcionarios israelíes, incluidos el presidente y el primer ministro, han hecho declaraciones que evidencian la intención genocida” (párrafo 50). “Violencia aniquiladora dirigida a las tropas supone una fuerte evidencia de incitación pública y directa a cometer genocidio. Décadas de discursos deshumanizando a los palestinos han construido la base para esa incitación” (párrafo 51). “Desde el 7 de octubre, la proliferación de manifestaciones incitando al genocidio también han involucrado a varios sectores de la sociedad israelí, líderes religiosos, periodistas, artistas y distintos profesionales, incluidos médicos y comentaristas políticos” (párrafo 52). “Hay pruebas concretas de que estas manifestaciones han sido interiorizadas por las tropas, que se han referido en redes sociales a los palestinos como "cucarachas" y "ratas" y han repetido la terminología utilizada por dirigentes políticos en el sentido de que no hay civiles que no estén implicados” (párrafo 53). “El primer ministro y el presidente de Israel han afirmado que Israel está luchando en nombre de todos los Estados y pueblos civilizados…que ellos eliminarán el mal, lo que será bueno para toda la región y el mundo. Esta retórica racista emula la de otras potencias coloniales y trata de presentar la violencia genocida de Israel como legítima ante el supuesto carácter bárbaro y pre moderno de los palestinos”. (párrafo 54).
Paciencia es una buena palabra para alguien que espera una cita, pero cuando la soga ya está alrededor del cuello de la víctima y la estrangulación es inminente, ¿no es la palabra paciencia un insulto a la razón? ¿Está pidiendo Occidente paciencia a los palestinos que están con la soga al cuello?
Juzgue el lector. Y sentencie. Permítame, no obstante, unos breves apuntes finales. Raphael Lemkin se traslada a Washington en 1942 para trabajar en un ente público, el Consejo de Economía de Guerra. Intenta instruir a los colegas norteamericanos sobre los planes de Hitler para destruir a los pueblos europeos que ya controla, tema sobre el que constata hay una completa falta de información. No puede entender que no se den cuenta de que “viene el lobo”. Dice: “El genocidio es tan fácil de cometer porque la gente no quiere creer en su existencia, solo hasta después de que ocurra” (Autobiografía, pág. 180).
Hay reflexiones y apuntes en la Autobiografía de Lemkin que me impulsan a conectarlas con la masacre que tiene lugar estas semanas en Gaza (algunas conexiones indirectas ya he indicado líneas arriba). Recuerda nuestro autor el silencio que se instauró sobre los asesinatos en masa cometidos por los nazis: “El silencio comenzó el día en que los primeros informes llegaron a Londres desde Varsovia a finales de 1942. Duró hasta diciembre de 1944, casi dos años. No se realizó ningún reconocimiento a la muerte de una nación que había dado al mundo la fe en un dios cuya Biblia todavía se leía todos los domingos en las iglesias de los Aliados. Era el asesinato de la verdad: la supresión de la noticia de la matanza” (pág. 186) ¿Se está asesinando la verdad estos días en Gaza/Palestina?
Durante su estancia en Washington, Lemkin intenta conectar con el presidente Roosevelt para trasladarle su preocupación sobre el genocidio en marcha que perpetra Hitler. Le contestan, pero se le pide paciencia a causa de la complicada agenda presidencial. Lemkin escribe en sus Memorias: “Paciencia es una buena palabra para alguien que espera una cita… pero cuando la soga ya está alrededor del cuello de la víctima y la estrangulación es inminente ¿no es la palabra paciencia un insulto a la razón?” (pág 184) ¿Está pidiendo Occidente paciencia a los palestinos que están con la soga al cuello?
Montesquieu decía que “por naturaleza, el Derecho internacional se basa en este principio: en la paz, las diversas naciones deben hacer el mayor bien posible las unas a las otras y en la guerra el menor daño posible, sin detrimento de sus genuinos intereses” (El espíritu de las leyes, I, 3).
Lamentablemente, Israel está haciendo el mayor daño posible, en la guerra y en la paz, aunque auguro que en el futuro, en detrimento de sus intereses, a calibrar cuáles de ellos son legítimos. Insisto. Calibre, juzgue y sentencie el lector.
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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.
¿Por qué se castiga a una persona cuando mata a otra persona y, sin embargo, el asesinato de un millón es un crimen menor que el asesinato de un solo individuo? Esta pregunta se la hace en su Autobiografía Raphael Lemkin (1900-1959), egregio jurista y fiscal polaco de familia judía, que dedicó su vida a despertar conciencias sobre los crímenes y masacres de la Alemania nazi. Introductor y definidor del término genocidio y principal impulsor de la Convención para la Prevención y Sanción del delito de genocidio, ONU, 1948, de la que se derivaría el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ). La crueldad y deshumanización imperantes en las décadas del siglo XX en las que Lemkin persigue su misión le atormentan. Habría sin duda compartido las tesis de José Antonio Marina expuestas en su libro de 2021 Biografía de la inhumanidad, donde nuestro filósofo y pedagogo explora las crueldades de la historia y las causas de que determinadas acciones fueran llevadas a cabo, aceptadas en algunos casos como una especie de destino implacable.