OBITUARIO

Un hombre limpio

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Mariano Barroso

Juan Diego lo tenía claro. Ser actor implica pasión, pero también dignidad. No puede haber dignidad en un personaje si no la hay en un actor. Por eso encaminó su vida en dos direcciones. La interpretación y el activismo. En la primera ha sido brillante. Un actor valiente, luminoso, arriesgado. Hacía que sus personajes fueran “más grandes que la vida”. Él se encargaba de llevarlos al límite, más allá del límite. Si era un señorito, lo defendía a muerte. Si era un revolucionario, lo tenía dentro. Juan les prestaba su pasión y su humanidad a todos ellos.

Como activista fue un pionero en la defensa de los derechos de los actores. Fue de los primeros en reivindicar que los derechos no estaban en contradicción con el privilegio de dedicarse a una profesión que amaba. Que amamos. La pasión y la entrega no implican renuncia en ningún caso. O como dijo aquel jornalero, “en mi hambre mando yo”.

Yo era un niño, pero seguía boquiabierto las luchas de las primeras huelgas de actores de los años 70. Juan Diego en compañía de Tina Sainz, Concha Velasco, Pedro Olea, Eloy de la Iglesia, Ana Belén, Víctor Manuel… Estaban en todas partes, en los teatros y en las calles, en los periódicos y sobre todo en la toma de conciencia de sus compañeros. Arriesgarse entonces no era ningún juego, y su lucha lo cambió todo. Eso se lo deben los actores a Juan Diego.

A veces nos encontrábamos en la frutería, éramos vecinos. Me recomendaba la verdura más fresca y me preguntaba “¿en qué andas?”, con ese tono cercano de los compañeros de profesión. Yo le contaba mis proyectos y él acercaba sus ojos, como si así escuchara mejor. Quería saberlo todo. Luego me contaba sus planes. No le faltaban. Y al despedirnos me decía que tomaba varios litros de leche de soja al día, “para limpiarme”.

Es lo primero que he recordado al enterarme de su partida. Y luego he pensado que Juan quizás no necesitaba tanta soja. Porque para mí Juan Diego siempre ha sido un hombre limpio.

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Mariano Barroso es director, guionista y presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España.

Juan Diego lo tenía claro. Ser actor implica pasión, pero también dignidad. No puede haber dignidad en un personaje si no la hay en un actor. Por eso encaminó su vida en dos direcciones. La interpretación y el activismo. En la primera ha sido brillante. Un actor valiente, luminoso, arriesgado. Hacía que sus personajes fueran “más grandes que la vida”. Él se encargaba de llevarlos al límite, más allá del límite. Si era un señorito, lo defendía a muerte. Si era un revolucionario, lo tenía dentro. Juan les prestaba su pasión y su humanidad a todos ellos.

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