En el Parlamento de Westminster hay un colorido cuadro que representa la audiencia que en 1614 concede Jahangir, emperador mogol de la India, a Sir Thomas Roe, primer emisario que envía el imperio británico. Aunque pueda parecerlo, no es un encuentro entre representantes de similares imperios. Londres lo presenta como el inicio de su influencia en el subcontinente, pero durante mucho tiempo apenas pudo influir. No se trataba de un encuentro entre iguales. Jahangir era la cabeza de uno de los entes político-económicos más poderosos y ricos de la época que abarcaba India, los actuales Pakistán y Bangladesh y la mayor parte de Afganistán, unos 150 millones de súbditos (una quinta parte de la humanidad de entonces) y que para hacer respetar al imperio contaba nada menos que con un ejército de cuatro millones de hombres. Justamente la cifra de toda la población de Inglaterra. Jahangir podía presumir de su potencia manufacturera, equivalente a la cuarta parte del total mundial. Se calcula que la producción manufacturera de Londres entonces era de un tres por ciento de la global.
A pesar de todo ello, Inglaterra se las apañó para gobernar India parcialmente durante 182 años y totalmente 90 hasta su independencia en 1947. Sin embargo, hoy en día la economía india ha sobrepasado a la británica y se estima que en 2027 la india será la cuarta mayor del mundo y la británica ocupará la sexta posición.
Permítanme dar un salto cualitativo para presentarles a Mohan Bhagwat, jefe máximo (utilizo la palabra jefe dada la ideología y estructura de su movimiento) del Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), traducible como Organización Nacional de Voluntarios, ente paramilitar con numerosos integrantes armados, ligada al Bharatiya Janata Party (BJP), que rige hoy la India y cuyo jefe de Gobierno es Narendra Modi. El RSS, fundado en 1925, inspirado por movimientos fascistas europeos, incluido el italiano de Mussolini, pretende la universalización en India de la ideología del Hindutva (Hinduidad) con el fin de fortalecer a la comunidad hindú (la inmensa mayoría del país) y sus valores civilizacionales. Aceptable serían tales propósitos si se tuviera en cuenta que existen (con numerosas dificultades) minorías varias, “minoría” como la musulmana, desde los tiempos de Jahangir, constituida por 200 millones de personas o la cristiana de 28 millones. Estas y otras aun mas pequeñas exigen respeto y luchan para conseguirlo. Pero el RSS no está por la labor. Buena muestra la proporcionó Nathuram Godse, prominente militante del RSS, cuando en 1948 asesinó al mahatma Gandhi, precisamente por ser adalid de la justicia y respeto debido a hindúes, musulmanes y cristianos.
Y por si aún cupiera alguna duda, presten atención a la soflama del jefe Bhagwat en el Financial Express (10-1-2023): “La sociedad hindú está en guerra desde hace más de mil años. Contra las agresiones extranjeras, la influencia extranjera y las conspiraciones extranjeras. La guerra de hoy en día no es contra un enemigo exterior, sino contra uno interior, para defender a la sociedad y la cultura hindúes. Y es natural que quienes están en guerra sean agresivos. Los invasores extranjeros ya no están físicamente, pero su influencia persiste”. Retorciendo la realidad, Bhagwat afirma que “los musulmanes no tienen nada que temer en la India, pero deben abandonar sus planteamientos”. Y sentencia: “No podemos vivir juntos”.
India —que, como decía al inicio de estas líneas, ha revertido los papeles y empequeñecido (y en cierto modo humillado) a su antiguo colonizador— pretende ahora convertirse, vía presidencia del G20 que ostenta durante 2923, en adalid y defensor del Sur Global, esto es de los países económicamente subdesarrollados o en vías de desarrollo (muchos de ellos en “vías de subdesarrollo”, si me permiten introducir el matiz). Modi no se cansa de repetirlo y su ministro de Exteriores, Jaishankar, introduce un imperativo: “India tiene que ser la voz del Sur Global”.
Ese Sur Global debe saber que India es una autocracia electoral donde todavía se celebran comicios, pero que si la racionalidad hindú, que no hinduista, no lo impide, se convertirá en una dictadura
Ese Sur Global, en cuyo nombre pretende hablar Narendra Modi, debe saber que la India actual no es la del mahatma Gandhi, ejemplo activo de conciliación, asesinado por un elemento representativo de una civilización, la del Hindutva, que persigue perpetuarse como hegemónica, que proclama una política de identidad reaccionaria, que promueve una disciplina ciega, que exige deberes cancelando derechos, que institucionaliza la casta, el género y la clase en una sociedad jerárquica. De ese mundo, impulsado por RSS Y BJT, es hoy máximo representante el jefe Modi.
Ese Sur Global debe saber que India es, todavía, una autocracia electoral donde, todavía, se celebran comicios, pero que si la racionalidad hindú, que no hinduista, con la activa participación de otras racionalidades no lo impide, se convertirá en una dictadura, sin separación de poderes donde los comicios serán una pantomima.
El Sur Global tiene que saber que en esta India no solo se conculcan los derechos humanos de la población en general sino específicamente los de los activistas humanitarios precisamente dedicados a la defensa de aquellos derechos. Son numerosos y frecuentes los asesinatos, violaciones, detenciones arbitrarias y acoso judicial. La propia policía es en no pocas ocasiones impune perpetradora de la violencia o testigo mudo de la misma. Una ley de 2019 permite al Gobierno calificar de terroristas a determinadas personas sin proceso judicial alguno. Un caso paradigmático, entre muchos otros, es el del jesuita Stan Swamy, conocido defensor de los derechos de los pueblos indígenas,
detenido en octubre de 2020 y acusado de “librar o intentar librar, o ser cómplice de librar una guerra contra el Gobierno de India” (?!). La acusación incluía sedición, actos terroristas y pertenecer a organización terrorista. Swamy, de 83 años, murió en comisaría. En 2022 la Comisión Internacional de Juristas acusó al Gobierno de la India de perseguir ilegalmente a los activistas humanitarios mediante la inadecuada utilización de la legislación de seguridad nacional.
A pesar de que el Gobierno Modi ha doblegado la independencia de numerosos jueces mediante coacción, amenazas o prebendas, no todos se han sometido. Significativa la exposición de motivos de una reciente sentencia de una Sala del Tribunal Supremo (30-3-23), en la que, a propósito del discurso del odio contra musulmanes, cristianos y otras culturas/religiones a cargo de RSS Y BJP, se pueden encontrar las siguientes afirmaciones: “Proliferan exabruptos como 'idos a Pakistán'. Las gentes de otras comunidades eligieron este país para vivir. Son vuestros hermanos y hermanas. Recordamos nuestro juramento escolar: 'todos los indios son mis hermanos y hermanas'”. “El Estado debe arbitrar algún mecanismo que sea capaz de poner fin al discurso del odio”. “Nos atenemos a la Constitución y nuestras decisiones se basan en la estructura del imperio del Derecho… el Estado ha devenido impotente y no actúa a tiempo. Por qué debemos tener un Estado que no se pronuncia?” Finalmente, el presidente de la Sala ( aunque sin citarlo y tal vez aludiendo a las pretensiones de Narendra Modi en el G20) dice: “Quien derrumbe el imperio de la ley de esta tierra será aplastado por lo que se le vendrá encima. Si verdaderamente se desea el desarrollo de este país y convertirlo en una superpotencia, se debe respetar el imperio del Derecho. Solo así lo convertiremos en un mejor lugar para vivir”.
En resumen, el Sur Global debe ser consciente de que el panorama interno que he descrito es incompatible con los propósitos que el jefe Modi pregona desde su presidencia del G 20.
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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.
En el Parlamento de Westminster hay un colorido cuadro que representa la audiencia que en 1614 concede Jahangir, emperador mogol de la India, a Sir Thomas Roe, primer emisario que envía el imperio británico. Aunque pueda parecerlo, no es un encuentro entre representantes de similares imperios. Londres lo presenta como el inicio de su influencia en el subcontinente, pero durante mucho tiempo apenas pudo influir. No se trataba de un encuentro entre iguales. Jahangir era la cabeza de uno de los entes político-económicos más poderosos y ricos de la época que abarcaba India, los actuales Pakistán y Bangladesh y la mayor parte de Afganistán, unos 150 millones de súbditos (una quinta parte de la humanidad de entonces) y que para hacer respetar al imperio contaba nada menos que con un ejército de cuatro millones de hombres. Justamente la cifra de toda la población de Inglaterra. Jahangir podía presumir de su potencia manufacturera, equivalente a la cuarta parte del total mundial. Se calcula que la producción manufacturera de Londres entonces era de un tres por ciento de la global.