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Y vuelve a pasar. Una vez más, en la Comunidad de Madrid, y antes de unas elecciones autonómicas, la izquierda siente la victoria, la acaricia con las manos en una burbuja de ilusión de cambio mientras se autoconvence de que esta vez es la definitiva, pero llegado el día D se lleva un golpe de realidad; y la derecha, fragmentada o unida, triunfa de nuevo. Y ya son veintiséis años, ocho comicios, siete presidencias del Partido Popular y muchas campañas de la izquierda madrileña prometiendo un cambio de rumbo que jamás llega.
Habréis oído muchas veces “es que la derecha siempre vota y la izquierda es absentista”. Y eso es parcialmente cierto, pero este 4 de mayo de 2021 se ha registrado la participación más alta jamás conocida en unas elecciones a la Asamblea de Madrid, y no solo ha ganado la derecha, sino que ha crecido en aquellos barrios donde tradicionalmente era la izquierda quien arrasaba. Y para más inri, los comicios han sido un martes laboral, en medio de una pandemia mundial y después de dos años de gobierno de Isabel Díaz Ayuso en los que apenas se han tramitado dos leyes, y una está recurrida. ¿Por qué ha pasado esto en Madrid?. ¿Por qué en Madrid la gente se ha volcado a votar por Ayuso, haciendo que ella sola sume más que las tres izquierdas juntas?.
Es tentativo pensar, y en parte podemos atribuirlo, que Ayuso ha sabido perfectamente capitalizar el hartazgo con la pandemia del covid-19. Ella ha sabido ofrecer algo más: quizá un poco de esperanza anticipada cuando tocaba esperar, quizá un alivio corto para quienes necesitaban recuperar la normalidad, o quizá simplemente un discurso diferente que, por el mero hecho de serlo, fue el clavo ardiendo perfecto. Quizá.
Podríamos dedicar textos enteros a debatir sobre estas atípicas y recientes elecciones, pero la realidad va mucho más allá. Solo tenemos que acudir a la hemeroteca para encontrar textos y textos de tantas otras veces en las que el Partido Popular se ha hecho con el gobierno anteriormente en Madrid, y todas las explicaciones que se han dado para justificar que eso hubiera sucedido, porque ¿cómo es posible que la gente vote así? se preguntarían muchos. ¿Es que la gente no sabe votar? incluso dirían otros.
Nada más alejado de la realidad. La ciudadanía en Madrid vota, y vota muy bien. Negar esta evidencia es, además de un pobre sentido democrático, no entender lo que sucede. Ayuso no ha presentado a sus votantes una carta electoral con la palabra “libertad” y nada más. Lo que presentaba y subyacía detrás de esa sencilla palabra y de ese reverso en blanco es muchísimo más que lo que gran parte de la izquierda aún no termina de asumir. Y es que Madrid, aunque es España, no es como el resto de España, y quienes llevan en el poder casi tres décadas se han preocupado al mínimo detalle de hacer que así sea. Madrid no es otra cosa que el resultado infalible de un plan, de un modelo de gestionar recursos, un modelo de ciudad, un modelo de sociedad, e incluso un modelo individual. El “vivir a la madrileña” de la propaganda de Ayuso no es otra cosa que la traducción aspiracional del Madrid liberal. No, la Presidenta no ha arrasado con algo nuevo, Ayuso ha vuelto a jugar la carta ganadora que el Partido Popular ha estado convenientemente situando en la baraja de los madrileños todas estas décadas. Cifuentes, Aguirre y Gallardón también iban dentro de ese sobre con esa carta en blanco clamando libertad, ese folio con tan pocas palabras, pero tan cargado de mensaje.
¿Qué ha pasado en Madrid para que desde que Alberto Ruiz-Gallardón se hiciera con la presidencia de la comunidad autónoma el 29 de junio de 1995, la izquierda tan solo en dos ocasiones, alguna muy catastrófica, siquiera haya logrado acercarse a una mayoría que le permitiera gobernar? ¿Por qué tras la creación, propiamente dicha, de la Comunidad de Madrid en 1983 y tras doce años de gobierno socialista, ésta pega un giro que parece, una y otra vez, que no tiene reversión?
Si alguna vez os habéis fijado, en la mayoría de países europeos es fácil ver cómo en los interiores, rurales, de carácter más conservador, ganan frecuentemente las fuerzas de derechas; y, en cambio, las grandes capitales son núcleos y caladeros de votos de las fuerzas más progresistas. Esto no sucede en Madrid. El interior de España es, efectivamente y al igual que nuestros homólogos europeos, medianamente conservador, pero la capital en este caso adquiere un corte más liberal que solamente una parte de la derecha muy bien acompasada con la otra parte conservadora ha sabido representar. No por ello hay gente menos progresista que en Londres, en París o Berlín; sencillamente, mucha de esa gente no vota lo mismo que en esas otras capitales.
Para entender por qué Madrid a partir de 1995 camina por una senda propia, hay que entender qué ha sucedido en el entorno, cómo han cambiado tanto la ciudad de Madrid como las grandes ciudades periféricas donde se concentran la gran mayoría de votantes. Hay que explicar cómo se ha estado construyendo Madrid desde entonces, para que la sociedad haya sido dirigida por un camino y no por otro y, en este punto, el modelo de territorio junto al modelo de vida que se ha fomentado es absolutamente vital para comprenderlo.
A partir de 1996 con la victoria de José María Aznar en las elecciones nacionales que dieron paso en España a la VI Legislatura, se inicia en España un nuevo periodo. Un periodo caracterizado por un concepto de Estado radicalmente opuesto al que había dejado Felipe González, un Estado “pequeño” frente a una enorme libertad individual, que se tradujo en grandes políticas de reducción fiscal, privatizaciones y liberalizaciones, entre ellas la del suelo. Un nuevo modelo de gestión de recursos que ponía el foco en el capital privado y en la desvinculación progresiva del individuo con ese concepto previo de Estado grande y dotado.
Fue en esa nueva Ley del Suelo de 1998, creada para satisfacer la creciente demanda de vivienda además de los crecientes precios de la misma, donde se puso un punto de inflexión para lo que sucedería en Madrid a partir de entonces y a lo que pasaría en España años después. En ella se recogía la mayor liberalización de suelos que se había conocido en democracia, pues todo aquel suelo que no estuviera específicamente protegido, pasaba a ser susceptible de ser urbanizable.
Esta circunstancia encontró un nicho de expansión sin igual en Madrid, una gran urbe rodeada por enormes cantidades de suelo rústico sin protección, que ahora podían ser urbanizables. Además, estábamos hablando de la capital donde más demanda y presión sobre los precios existía por aquel entonces. La circunstancia final fue el triplete: Gobierno de España, Comunidad de Madrid y Ayuntamiento de Madrid eran ahora del mismo color político. El Ayuntamiento aprobó el todavía vigente Plan General de Ordenación Urbana de 1997, y la Comunidad de Madrid la Ley del Suelo de 2001. Ambos redactados para dar cumplimiento a esa nueva directriz de la Ley de 1996. Y aquí empezó todo a burbujear.
En la primera década de los 2000 se construyen en Madrid decenas de miles de nuevas viviendas, y la superficie que ocupa la ciudad se extendió en gran medida. Enormes barrios, comúnmente llamados PAU’s [Programa de Actuación Urbanística] brotan alrededor no solo de Madrid ciudad, sino de las grandes ciudades dormitorio que habían ido creciendo desde la década de los 60. A la par que estos nuevos barrios nacen, se les dota de nuevos servicios e infraestructuras, pero con un especial acento en las carreteras. No solo se potencian las numerosas circunvalaciones que tiene Madrid, bastantes más que sus homólogas europeas, sino que se construyen nuevas autopistas radiales que se suman a las ya también radiales autovías nacionales. Se amplía el transporte público, pero en la gran mayoría de casos de una forma testimonial, pues las distancias son tan grandes que la mejor forma de recorrerlas es en vehículo privado. Quizá podríamos llamarlo “la ciudad de la rotonda”, y todos entenderán a qué me estoy refiriendo.
Ejemplo del urbanismo de la Comunidad de Madrid.
Además, todos estos nuevos barrios que se levantan comparten una misma característica, y es que el modelo de vida que promocionan es exactamente el mismo en todos ellos. Nunca podrás saber si estás en una calle del Ensanche de Vallecas, del Sector 3 de Getafe, de los PAU de Móstoles, de Carabanchel, Vicálvaro o Fuenlabrada. Todos ellos son exactamente iguales y todos están compuestos por la misma tipología de vivienda que son dos: el piso de nueva construcción con carpinterías nobles, grifos mono-mando, de dos dormitorios, en una urbanización privada con su plaza de garaje, conserje, piscina, pista de tenis y jardín para que jueguen los niños; y el chalé adosado con sus plazas de garaje igualmente, jardín privado, barbacoa para los domingos y cartel de alarma en la fachada de ladrillo, en un lugar que hasta para un ladrón se le antoja incómodo llegar.
¿Qué más tienen en común estos barrios? La ausencia de comercio en la calle, apenas existen tiendas a nivel peatón, todos estos nuevos ensanches van siempre asociados a un gran centro comercial al que poder ir en coche, aunque vivas a 200 metros, donde vas a encontrar exactamente lo mismo que en el centro comercial del barrio vecino, donde vas a encontrar exactamente a las mismas familias.
También tienen zonas verdes y grandes parques, sí, pero de un tamaño tan deshumanizado que se hace imposible encontrarse con tus vecinos. Mucho verde pero poca vida. Avenidas de 80 metros de sección, con hasta 12 carriles en los que ni es necesario mirar el semáforo. Un Mercadona como punto de encuentro vecinal.
¿Son malos barrios? Por supuesto que no lo son, de hecho, muchos de ellos son excelentes lugares para vivir un poco ajenos al ajetreo de una gran ciudad, pero es justo ahí donde pretendía llegar.
El Madrid que empezó a configurarse a partir de esos años 2000, es el Madrid de la aspiración a, algún día, poder mudarse a una casa de esa tipología, de comprarse un coche, y de sentir que tu nivel de vida es mucho más alto que si estuvieras en otro lugar, cuando frecuentemente no es así. El Madrid que no se relaciona, pues rara vez muchos de estos vecinos hacen vida fuera de sus mini ciudades, quizá alguna vez acuden al centro de la Capital, así que normal que protesten porque se les reduzcan carriles a la Gran Vía o pidan tener derecho a aparcar. Quizá el hecho de que su Cercanías jamás llegara, vecinos de Navalcarnero, no fuese tan grave, pues con coche y autovía están en Madrid en 20 minutos aunque nunca mencionen los terribles atascos de la carretera de Extremadura, en detrimento de los originales habitantes de Navalcarnero que sí que necesitan su tren. De qué sirve invertir dinero en participación ciudadana o transporte público, si eso no se conoce en muchos de estos lugares.
Pero además hay otro factor que no se puede dejar de lado, y es dónde se sitúan todas estas nuevas ciudades. Mayoritariamente en el sur de Madrid, donde tradicionalmente el voto es hacia la izquierda. Curiosa tentación para quienes reclaman una mejor forma de vida, pero con un concepto más parecido a la vida que existe en los municipios del norte de la ciudad, más pudientes e individualistas. Los bancos, además, ayudaron con buena intención a que muchas de estas personas pudieran acceder a una de esas nuevas viviendas financiadas hasta el 110% con un porcentaje de endeudamiento que hoy sería impensable. Posteriormente lo que pasó con muchas de estas personas ya lo sabemos, pero la semilla ya estaba ahí.
El modelo de hacer ciudad que se impuso en la Comunidad de Madrid cristalizó en una sociedad que, ahora, a esa “libertad” de tener tu coche e ir a donde quieras cuando quieras, de decir que tus hijos irán a ese o a ese otro colegio, de trabajar ocho horas por un salario precario pero puedo más o menos pagar mi casa y tomarme una cerveza al terminar el día, y de pedir bajadas de impuestos aunque el ahorro sea de quince euros y en detrimento de servicios públicos que prefiero evitar; a todo eso ahora se le ha llamado “vivir a la madrileña”. Y todo eso no hacía falta escribirlo en una carta, la misma palabra lo decía. Todo ello iba dentro del sobre del Partido Popular. Este es el modelo que Ayuso te ofrece y que gustosamente, seas de izquierda o de derecha, quieres mantener.
Ese es el modelo que lleva 26 años moldeando a los madrileños, esa es la razón por la que nuestra comunidad autónoma discrepa de las regiones capitalinas europeas. No somos un territorio conservador, ni muchísimo menos, de hecho, somos uno de los motores de las grandes libertades y progresos conseguidos en España. Lo que sucede es sencillamente que entendemos, o muchos entienden, nuestra forma de vida de una forma más individual porque se nos lleva casi tres décadas invitando a que así sea. Y ante esta tesitura, en un órdago a la clase trabajadora, que no es poca en la Comunidad de Madrid, la derecha se hace con el poder una y otra vez, pues la semilla ha germinado en algo que ya es muy difícil cambiar.
Esperanza Aguirre sabía perfectamente lo que estaba haciendo cuando inauguraba autovías, centros comerciales, o líneas de metro a lugares imposibles mientras abría MetroSur o la línea 3 a Villaverde. Cristina Cifuentes sabía bien lo que hacía cuando implantaba medidas fiscales no progresivas de las que mayoritariamente se beneficiaban las clases altas, pero calaba en las clases más bajas. Isabel Díaz Ayuso sabe perfectamente que a ella no la iban a votar el 4 de mayo por su gestión de la pandemia, pobre ilusión de la izquierda, a ella la iban a votar por otra cosa, que a quienes iba dirigido, lo podían leer en el reverso en blanco de su famosa carta.
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La Comunidad de Madrid es una tierra progresista y abierta, en la que millones de personas son casi rehenes de aquel modelo que poco o nada encaja en los ideales de futuro de las sociedades europeas, donde el yo es más importante que el ellos, en donde conviven dos mundos totalmente opuestos ensimismados con ese halo de libertad envasada a punto de pulsera. Quizá llegue el día en que una nueva izquierda madrileña sepa releer las necesidades de la población, sepa que hay cosas que en Madrid son distintas y sepa ofrecer soluciones a largo plazo. Implantar una nueva semilla, una nueva forma de hacer ciudad y sociedad. No es hacia el individualismo a donde debemos ir, sino hacia el colectivismo, hacia la igualdad, hacia el Madrid que es capaz de pisar todo Madrid. Pero ese cambio de rumbo tiene un alto precio que, viendo los resultados electorales, aún no estamos dispuestos a asumir. Y vuelve a pasar.
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Antonio Giraldo es geógrafo, urbanista y trabaja en el Partido Socialista Obrero Español.
Y vuelve a pasar. Una vez más, en la Comunidad de Madrid, y antes de unas elecciones autonómicas, la izquierda siente la victoria, la acaricia con las manos en una burbuja de ilusión de cambio mientras se autoconvence de que esta vez es la definitiva, pero llegado el día D se lleva un golpe de realidad; y la derecha, fragmentada o unida, triunfa de nuevo. Y ya son veintiséis años, ocho comicios, siete presidencias del Partido Popular y muchas campañas de la izquierda madrileña prometiendo un cambio de rumbo que jamás llega.
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