Injusticia de género: la condena de la Teología Feminista

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En el centenario del nacimiento de Juan Pablo II y en el quince aniversario de la elección de su sucesor, Benedicto XVI, voy a reflexionar sobre una teología que no ha tenido el reconocimiento que merece, ni siquiera en los discursos religiosos críticos: la Teología Feminista, cuando se trata de una de las más creativas, incluso “revolucionarias”, de los últimos cincuenta años.

En un primer momento apenas se la tuvo en consideración. Se la desdeñó y se la situó del lado de las teologías de genitivo por creerse que su novedad no consistía en otra cosa que en incorporar a la mujer como un tema más en el programa teológico. Por ello ni siquiera el Magisterio eclesiástico reaccionó ante su nacimiento ni reparó en su originalidad. “Cosas de mujeres”, interpreto que dijeran los defensores de la teología patriarcal y del dogma católico.

Pero la Teología Feminista era más que eso. Llevaba a cabo una verdadera revolución metodológica, un giro hermenéutico y un análisis de la realidad desde la perspectiva de género, que suponía una verdadera conmoción en el discurso teológico. En su mediación socio-analítica llamaba la atención sobre la discriminación de las mujeres, que desembocaba en violencia machista como invariante histórica e instrumento normalizado en la sociedad y la Iglesia patriarcales. Ni siquiera la Teología de la Liberación en sus orígenes reparó en tamaña injusticia, que afectaba a más de la mitad de la humanidad, y de manera especial a las mujeres del llamado “Tercer Mundo”.

Aplicando al ámbito religioso las categorías de análisis de la teoría de género, la Teología Feminista dirigía su crítica radical a las estructuras jeráquico-piramidal-patriarcales de las iglesias, cuestionaba las masculinidades sagradas como única representación divina, rechazaba la moral de esclavas que las religiones imponen a las mujeres, creaba sus propias organizaciones teológicas sin pedir autorización al Vaticano y sin necesidad de asesores teológicos varones, proponía alternativas comunitarias de corresponsabilidad y autoridad compartida, defendía la democracia paritaria en las instituciones religiosas, leía los textos fundantes, en este caso del cristianismo, desde la sospecha de que estaban escritos en un lenguaje androcéntrico y que era necesario despatriarcalizar.

Al darse cuenta de la seriedad y del carácter “revolucionario” de la iniciativa, el Magisterio eclesiástico y sus teólogos asesores comenzaron a sospechar del peligro de dicha teología y a vigilarla de cerca. A las sospechas siguieron las censuras, que desembocaron en condenas. Unas y otras procedían de jerarcas patriarcales y de teólogos androcéntricos –todos, o la mayoría, clérigos–, insensibles a la discriminación de las mujeres. Las condenas recayeron sobre algunas de las más reconocidas teólogas con una excelente formación interdisciplinar desde la perspectiva feminista, una sólida fundamentación epistemológica, una gran capacidad de diálogo interdisciplinar y de interlocución con las diferentes tendencias de la Teología Feministas, especialmente con las decoloniales.

Las condenas patriarcales confirmaban la afirmación de Mary Daly: “Si Dios es varón, el varón es Dios” y se colocaba a Dios del lado del patriarcado religioso para condenar a las teólogas feministas proyectando sobre Él una imagen misógina y sexista, que le hacía un flaco favor a la hora de presentarlo como Dios de todos los seres humanos. ¿Quién iba a creer en un Dios misógino? En palabras de Kate Millet, autora de Política sexual, referente de la tercera ola del feminismo, “el patriarcado tiene a Dios de su parte”, y no solo de parte del patriarcado religioso, también del político, incluso en sociedades secularizadas.

Una de las teólogas sometidas a este proceso patriarcal por parte de la nueva Inquisición fue la norteamericana Elisabeth Johnson, autora de obras tan relevantes de teología feminista como La que es. El misterio de Dios en el discurso teológico feminista (Herder, 2002), Verdadera madre nuestra (Herder, 2005) y La búsqueda de Dios vivo. Trazar las fronteras de la teología de Dios (Sal Terrae, 2008). En ellas de-construye el lenguaje patriarcal de la teología, que está en el sustrato del sexismo y de la misoginia, cuestiona las imágenes androcéntricas de Dios y busca reconstruir imágenes integradoras de la divinidad, privilegiando las que surgen desde abajo a partir de las experiencias del sufrimiento y de las luchas emancipatorias de las mujeres y las que tienen que ver con la vida.

La amplia difusión de su libro La búsqueda de Dios vivo provocó el malestar de los obispos estadounidenses que, a través de la Comisión para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, rechazaron la obra por "contener falsedades, ambigüedades y errores”, por no concordar con la doctrina católica en sus puntos fundamentales y por llegar a conclusiones “teológicamente inaceptables”. Elisabeth Johnson expresó su malestar por la tergiversación de su pensamiento y la falta de diálogo y respondió con una réplica rigurosamente argumentada.

Después, la censura contra la Teología Feminista desembocó en una investigación durante cuatro años a la Conferencia del Liderazgo de Mujeres Religiosas de Estados Unidos, organización que agrupa a numerosas congregaciones religiosas femeninas estadounidenses, por la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal conservador alemán Gerhard Müller, discípulo de Benedicto XVI, quien lo nombró para dejarlo “todo atado y bien atado” en el terreno doctrinal tras su renuncia.

El resultado de la investigación fue la acusación a la Conferencia del Liderazgo de posturas contrarias a la fe de la Iglesia en cuestiones como el sacerdocio y la homosexualidad, de errores doctrinales y de promover un feminismo radical. Además, el cardenal Müller consideró “una abierta provocación contra la Santa Sede” la concesión del “Premio al Sobresaliente Liderazgo” por parte de la Conferencia de Liderazgo a la teóloga Elisabeth Johnson, que había sido condenada por el Vaticano unos años antes.

Durante el pontificado del Papa Francisco no se ha producido ninguna amonestación ni condena contra la Teología Feminista, como tampoco contra las organizaciones religiosas femeninas de orientación feminista. Sin embargo, Francisco no se ha destacado precisamente por su afinidad con el feminismo ni por devolver a las mujeres en la Iglesia católica y en la teología el protagonismo requerido por mor de justicia de género y justificado teológicamente. Más bien todo lo contrario. Continúa la injusticia de género en todos los terrenos.Continúa la injusticia de género

Lilith, Clara Campoamor y Pedro Guerra

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Durante el encuentro de los presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo en el Vaticano para tratar sobre la pederastia en la Iglesia, el Papa Francisco afirmó que “el feminismo es un machismo con faldas”. Es una prueba de que, tras siete años de pontificado “franciscano”, el feminismo y la Teología Feminista siguen siendo dos de sus asignaturas pendientes y constituyen uno de los criterios para que pueda ser considerado consecuentemente renovador. Por el momento las asignaturas no las ha aprobado.

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Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid.

En el centenario del nacimiento de Juan Pablo II y en el quince aniversario de la elección de su sucesor, Benedicto XVI, voy a reflexionar sobre una teología que no ha tenido el reconocimiento que merece, ni siquiera en los discursos religiosos críticos: la Teología Feminista, cuando se trata de una de las más creativas, incluso “revolucionarias”, de los últimos cincuenta años.

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