No es buena cosa hacerse trampas al solitario. Así, del Gobierno alemán, después de la sentencia de su Tribunal Constitucional sobre la improcedencia de las recompras de deuda pública de los países del euro por parte del Banco Central Europeo, no es verosímil creer que lo haya olvidado en el reciente acuerdo del Consejo Europeo conocido como Next Generation EU.
Porque aquella sentencia vino a recordarnos a todos los que compartimos el euro y el BCE que no está bien visto que nadie actúe por estos pagos al margen de la disciplina de los mercados financieros, de las primas de riesgo y de las agencias de calificación.
Recordarnos, en fin, que el euro no es una moneda con un Banco Central que pueda financiar el endeudamiento público de las economías de la eurozona (aunque sí de los bancos privados), emitiendo moneda o comprando bonos en el mercado primario. Es más, que lo haga excepcionalmente en el mercado secundario sólo es admisible si lo que se quiere conjurar es el riesgo de deflación no, como algunos pasan de matute, para desactivar las primas de riesgo de algunos países.
El que se haga la vista gorda en momentos en los que está en juego el impago de un país (más si es de gran tamaño), y por tanto el euro, no debe nunca relajar la señal y el estigma: ese país se merece un ajuste y recortes. Mercados dixit.
Es esta una línea roja que no se debe traspasar. Aún en una crisis social como la derivada de esta pandemia sanitaria en la que no pocos, lo digan o no, siguen preocupados por los atávicos problemas de riesgo moral de los países del sur de Europa.
Siendo así que si uno revisa al detalle el texto debatido en el citado Consejo, la palabra “deuda” solo aparece una vez cuando se afirma “demostrará a los inversores que el presupuesto de la UE puede cumplir su obligación de reembolso de deuda en cualquier circunstancia”. Lo que es un contrasentido: porque las deudas públicas se refinancian, no se devuelven ni reembolsan. El redactor se libra de generar falsas expectativas ni por una sola vez.
Sin embargo la palabra “préstamo” aparece más veces. La primera de paso que se recuerda que esto no es deuda perpetua, hay que devolverlos. Se indica que se trata de reducir temporalmente cierta presión, ¡pero nunca llegar a anularla¡, “los préstamos serán reembolsados por los Estados miembros prestatarios… contribuyendo a reducir la presión sobre los presupuestos nacionales”.
La segunda vez para dejar muy claro que, ni la Comisión ni los Estados que manejen estos fondos, lo harán como si se tratase de deuda soberana: “La Comisión contraerá empréstitos por un importe máximo de 750.000 millones de euros… los Estados miembros contraerán indirectamente empréstitos en condiciones muy favorables, beneficiándose de la elevada calificación crediticia de la UE y de tipos deudores relativamente bajos en comparación con los de varios Estados miembros”.
Lo dicho: un respiro, para reducir una presión en el mercado de deuda que podría ser letal para varios Estados (y es por eso que Italia y España podrán usar casi el 50 % de esos millones cuando apenas suponen el 22 % del PIB de la UE) y, de rebote, para el propio euro.
En suma: la Comisión no emite deuda pública (eurobonos o coronabonos, ¿se acuerdan?), se endeuda mancomunadamente con compromiso de reembolso y de rentabilidad para los agentes privados que presten el dinero. Y traslada esa obligación, con los prestamistas privados, a los Estados que usen el mecanismo. Al igual que ya sucede con los prestamos SURE para los pagos de paralización de actividades (ERTE y autónomos).
Estados que, pasada la recesión, habrán de amortizar lo recibido con cargo a ajustes de gastos o a mayor deuda pública nacional; deuda que habrá que refinanciar entonces en los sensibles mercados financieros (por ejemplo por medio de los bancos rotulados como “creadores de mercado”).
Por una vía o por otra los mercados y sus creadores evaluarán, al final, la disciplina deudora de cada uno (prima de riesgo y calificación). Mercados y creadores que, dicho sea de paso, ya han casi expulsado al ahorrador interno como prestamista en beneficio de los capitales foráneos (“no residentes” que controlan el 50 % de la Deuda del Estado español).
Ese es todo el compromiso alemán: te aflojamos la soga para que no te ahogues. Pero, al final, cada palo aguantará su vela. Con un recordatorio: porque en España el art. 135 ya estableció de facto un nuevo contrato social en el que las necesidades de los ciudadanos pasan a ser menos prioritarias que las de unos acreedores que gozarán de “prioridad absoluta”. Por entonces, con el agua al cuello y sumando más puntos por encima del 120 % de deuda sobre el PIB.
Y en esas estamos. En Estados que han perdido su soberanía monetaria (que les permitía devaluar, reestructurar o ir al impago) ante los mercados, y atrapados en una Eurozona que no tiene, ni quiere tener, soberanía monetaria (con una Hacienda digna de ese nombre y monetización o mutualización de deudas soberanas). Es así como los mercados financieros y los bancos privados, con la ayuda del BCE, abducen la soberanía nacional y marcan las líneas rojas de las políticas públicas.
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Que esto se nos venda como un avance histórico se entiende, pues, como ya escribió Terencio hace nada menos que dos mil doscientos años, “hacemos lo que podemos, cuando no podemos hacer lo que queremos”.
Eso para la gente. Ya que si de nuevo fuesen los bancos privados los que entrasen, a pesar de todo este gran negocio que se les pone en bandeja, en serias dificultades financieras, entonces sí: el BCE y los Estados los rescataríamos a escote como en 2008. Porque ellos sí son sistémicos, nosotros somos un potencial riesgo moral. Amén.
Albino Prada es miembro de ECOBAS y del Consejo Científico de AttacConsejo Científico
No es buena cosa hacerse trampas al solitario. Así, del Gobierno alemán, después de la sentencia de su Tribunal Constitucional sobre la improcedencia de las recompras de deuda pública de los países del euro por parte del Banco Central Europeo, no es verosímil creer que lo haya olvidado en el reciente acuerdo del Consejo Europeo conocido como Next Generation EU.