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La izquierda necesaria

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Eduardo Crespo de Nogueira y Greer

Vivimos tiempos de enorme incertidumbre. Ante nosotros se entremezclan problemas y amenazas de diversa índole, que van dibujando un panorama de inseguridad y temor, mientras vemos cómo pierden validez las soluciones “de toda la vida”. Nuestra sociedad, tan extraordinariamente compleja, corre el riesgo de verse paralizada por el desconcierto, o violentamente fragmentada en un escenario de “sálvese quien pueda”. Por fortuna, al menos en comparación con otros lugares, vivimos en un Estado de Derecho, una democracia representativa dotada de unos poderes públicos capaces, en principio, de liderar e implicar a la ciudadanía en la construcción de respuestas que estén a la altura de los desafíos; muchas veces formando parte de esfuerzos supranacionales, porque la mayoría de las dificultades que afrontamos operan a escala global.

En este contexto, resultan especialmente relevantes la actitud y el desempeño de las fuerzas políticas progresistas, llamadas a trazar caminos de superación del actual horizonte que además conduzcan a una situación de llegada más justa, sostenible e inclusiva para el conjunto de la sociedad. Percibimos en la actualidad algunos comportamientos preocupantes en este sentido, en la medida en que acortan peligrosamente la mirada y se acomodan a horizontes menos luminosos.

Comenzando por los aspectos ideológicos básicos, gran parte de la llamada “izquierda” no ha superado aún en España el deslumbramiento causado por los nacionalismos periféricos. Su reivindicación más allá de la primera mitad del siglo XX puede explicarse porque la Guerra Civil y la dictadura de Franco impidieron su pleno desarrollo en la época que les correspondía, y propiciaron un enquistamiento de espera y un florecimiento tardío; pero a estas alturas del siglo XXI ya urge que la izquierda española, con histórica vocación mundialista, suelte el lastre regresivo de su vinculación al nacionalismo. Apoyar hoy de cualquier modo el establecimiento provinciano de nuevas fronteras va sencilla y directamente en contra del progreso de la Humanidad. Una consecuencia llamativa de este asunto es el tratamiento de los idiomas, la tendencia a emplearlos como barreras más que como herramientas de comunicación. Está aún por verse una iniciativa de la izquierda para que en la enseñanza primaria de todas y cada una de las escuelas públicas de España, cualquiera que sea su ubicación, se familiarice a la infancia con rudimentos de catalán, gallego y vasco, como semilla de mayor entendimiento, no solo verbal, en el futuro.

Sin salir del ámbito de las ideologías, algunas fuerzas supuestamente progresistas siguen mostrando también ciertos “tics” de condescendencia con viejas formas de dictadura, y no solo marxistas u occidentales. Se alinean incluso con posiciones que niegan la validez universal de los Derechos Humanos, escudándose en el respeto a la diversidad cultural de las civilizaciones, e ignorando que, aunque hayan sido formulados por Occidente, la dignidad individual, la libertad y la igualdad son costosos logros del conjunto de la Humanidad, cuya implantación generalizada conlleva una lucha a la que la izquierda no puede sustraerse. Por poner un ejemplo palmario, la determinación feminista de la izquierda no debería verse mermada en ciertos contextos por el temor a recibir acusaciones de islamofobia.

Pero si en algún terreno necesita la izquierda, y necesitamos de ella, un profundo saneamiento de sus posiciones a la luz del mejor conocimiento científico, es en materia de medio ambiente y conservación de la Naturaleza. Por increíble que parezca, persisten reductos nominalmente progresistas en los que las cuestiones ambientales, y en especial las ecológicas, siguen siendo elementos decorativos de los que cabe prescindir si es necesario para atender a cosas “más importantes”. El mayor y más difícil reto que afronta hoy nuestra civilización es sin duda el ambiental en todas sus vertientes, y no priorizarlo es incompatible con ser y llamarse progresista. Su envergadura planetaria y su urgencia vital exigen la máxima implicación por parte de la izquierda, y no la estamos viendo.

Para empezar, el seguir fiando la solución general frente al cambio climático y sus derivadas a la promesa de los avances tecnológicos, en lugar de apostar nítidamente por el cambio de modelo económico y el decrecimiento real, resulta demasiado miope, cuando no cómplice, para ser considerado progresista. Ni las energías renovables generadas en espacios naturales frágiles, ni la movilidad centrada en vehículos eléctricos particulares, ni los trenes de alta velocidad como supuestos instrumentos de reactivación rural —propuestas que también nacen en la izquierda— son iniciativas creíbles de progreso. De igual manera, la apuesta por modelos agro-ganaderos expansivos, cuando el consenso científico respalda de forma abrumadora la necesidad de reducir el consumo de productos animales, y de ceder la mitad de la superficie terrestre a los ecosistemas naturales, tampoco se condice con el ser progresista. No es concebible progresar a costa de la Naturaleza.

España es una potencia mundial en biodiversidad y espacios naturales. Su uso cuidadoso, conservación y restauración constituyen una fuente copiosa de actividad económica, empleo y bienestar; pero sobre todo, contribuyen de forma irreemplazable al imprescindible equilibrio ecológico global. Por eso resulta aberrante escuchar mensajes procedentes de la izquierda que siguen, por ejemplo, estigmatizando al oso y al lobo. O abogando por nuevas estaciones de esquí, que nacerían obsoletas y contraproducentes. O hablando del agua en términos de “cuencas excedentarias y deficitarias”, buscando justificar trasvases y transformar en regadíos zonas secularmente áridas.

Por eso también duele escuchar voces en la izquierda que siguen avalando urbanizar tramos naturales de costa, o defendiendo cierta industria y minería, en un tiempo en el que ya ni siquiera el principio de “quien contamina paga” está a la altura de las necesidades. En una sociedad progresista, la infraestructura no debe ser solo ambientalmente neutra, sino que debe contribuir a restaurar la naturaleza, a sanar las heridas del medio en el que se inserta, a restablecer sus conexiones rotas. Debe, en suma, mostrar utilidad ecológica. Y en la izquierda, hoy por hoy, escasean las ideas en este sentido.

Por concluir con algo que sería anecdótico si no fuese cruel, también resultan patéticos en nuestra izquierda los intentos de hacer compatible la condena al maltrato animal con los apoyos a la tauromaquia.

Los sueños... países son

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No. Este no es el camino. Como país, como sociedad avanzada que busca respuestas viables en el mundo incierto de nuestro tiempo, necesitamos un proyecto ejemplar e inequívocamente progresista, una izquierda valiente, globalista, plenamente democrática y científicamente ecologista. Es más que necesaria. Es urgente.

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Eduardo Crespo de Nogueira y Greer es doctor ingeniero de Montes y funcionario del Estado.Eduardo Crespo de Nogueira y Greer

Vivimos tiempos de enorme incertidumbre. Ante nosotros se entremezclan problemas y amenazas de diversa índole, que van dibujando un panorama de inseguridad y temor, mientras vemos cómo pierden validez las soluciones “de toda la vida”. Nuestra sociedad, tan extraordinariamente compleja, corre el riesgo de verse paralizada por el desconcierto, o violentamente fragmentada en un escenario de “sálvese quien pueda”. Por fortuna, al menos en comparación con otros lugares, vivimos en un Estado de Derecho, una democracia representativa dotada de unos poderes públicos capaces, en principio, de liderar e implicar a la ciudadanía en la construcción de respuestas que estén a la altura de los desafíos; muchas veces formando parte de esfuerzos supranacionales, porque la mayoría de las dificultades que afrontamos operan a escala global.

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