Corren tiempos de desánimo entre la izquierda. Un desánimo que, en buena parte, viene siendo construido, desde hace años, por los medios de manipulación de masas como parte de una tarea política fundamental. Pero, más allá de esa evidencia, pues los medios son el instrumento político por antonomasia en nuestras sociedades, los resultados de las pasadas elecciones, propiciados en buena parte por el tradicional sectarismo de las organizaciones de izquierda, han alimentado ese sentimiento. Sentimiento que puede convertirse en nuestro peor enemigo y que va a ser promovido desde sectores interesados en la desafección de los votantes de izquierda ante sus organizaciones.
Es cierto que motivos no faltan para esa desafección, pero no es momento de alentarla, por muy grande que sea el enfado que nos embargue, que lo es. Cuando se trata de evitar la posibilidad de un gobierno con presencia de un partido heredero del terrorismo más brutal que ha conocido este país, el franquista, pocas pueden ser la dudas a la hora de movilizarse para votar. Sobre todo cuando lo que está en juego es la defensa, además, de servicios públicos básicos como la sanidad o la educación y de un mínimo de justicia social. Ese invento de la izquierda, como dijo hace poco Ayuso.
Pero hay un argumento más, y muy contundente, para movilizarse de cara a las próximas elecciones. Y es que el gobierno de coalición que han protagonizado PSOE y Unidas Podemos ha sido el mejor del actual periodo democrático. El trabajo de desánimo llevado a cabo por los medios de manipulación de masas del sistema, es decir, la casi totalidad de los medios existentes en este país, ha venido subrayando los desencuentros dentro del ejecutivo y los problemas derivados de la aplicación de algunas leyes. Pero la cuestión que se ocultaba detrás de esas críticas es que muchas medidas de este gobierno han lesionado intereses clave de los poderes fácticos de este país, que han utilizado toda su artillería para intentar destruirlo. Ni que decir tiene que el ejecutivo ha cometido errores, que en ocasiones se ha pecado de cierto infantilismo, que se han tomado medidas impropias de un gobierno de izquierdas, pero se trata de anécdotas convertidas en categorías por parte de quienes se han trazado como objetivo regresar al poder a cualquier precio. Si en esta legislatura hemos llegado a temer por la posibilidad de un golpe de Estado —recordemos la constante calificación del gobierno como ilegítimo—, cómo no imaginar la dedicación con la que los sectores privilegiados de nuestra sociedad se han dedicado a manipular la realidad para construir un relato erosionador del Gobierno.
La medida del éxito de este Gobierno viene dada por el nivel de la inquina que hacia él se ha manifestado desde los sectores reaccionarios
Sin embargo, el haber del actual Gobierno es muy grande. Y no solo no debiéramos olvidarlo, sino que se trata de hacer bandera del mismo. Ningún gobierno de la democracia ha tenido que afrontar situaciones tan difíciles como las que ha sorteado, con bastante éxito, el actual gobierno: la pandemia, la crisis económica aparejada a ella, la guerra de Ucrania, incluso un volcán en erupción. ¿Podemos imaginarnos cómo hubiera gestionado esta situación un gobierno PP-Vox? No hay mucho que imaginar, pues ya tenemos la experiencia de cómo abordó el gobierno del PP la crisis de 2008. La diferencia con la gestión del gobierno PSOE-UP es abismal. Nuestro gobierno (nuestro, sí, aunque no suscribamos algunas de sus actuaciones, ni los comportamientos de algunos de sus componentes) levantó un escudo social frente a la crisis, ha elevado el salario mínimo y las pensiones de modo nunca visto, ha protegido los servicios públicos, ha hecho pedagogía democrática frente a las insidias de una derecha golpista, tanto política como judicial, ha promovido un proyecto de país integrador de todas sus culturas, ha mostrado sensibilidad hacia problemáticas ecológicas. Y podríamos seguir señalando más cuestiones.
La medida del éxito de este Gobierno viene dada por el nivel de la inquina que hacia él se ha manifestado desde los sectores reaccionarios. El odio al sanchismo es síntoma del malestar que las políticas del actual gobierno han provocado en unos poderes fácticos que no soportan que se pongan en cuestión sus privilegios. Hay que recordar que a la anterior experiencia de un gobierno de la izquierda, el Frente Popular de 1936, la derecha de este país solo le permitió seis meses de vida ante de arrasar España a sangre y fuego. En un contexto histórico muy diferente, la pretensión de desestabilizar el país ha sido una constante por parte de los sectores más reaccionarios de la sociedad.
Por todo ello, por una vez que nos encontramos, con Sánchez, con un PSOE que, sea por las razones que sea, se decide a mirar a su izquierda, y con una(s) fuerza(s) a su izquierda capaces de influir en la gobernabilidad del país, es preciso no caer en el desaliento, no hacer el juego a quienes, muy interesadamente, pretenden que nos instalemos en la crítica y el desapego. La crítica, demoledora, de la necedad y el egoísmo de algunos ha de venir. Pero a partir del 24 de julio.
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Juan Manuel Aragüés Estragués, profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza.
Corren tiempos de desánimo entre la izquierda. Un desánimo que, en buena parte, viene siendo construido, desde hace años, por los medios de manipulación de masas como parte de una tarea política fundamental. Pero, más allá de esa evidencia, pues los medios son el instrumento político por antonomasia en nuestras sociedades, los resultados de las pasadas elecciones, propiciados en buena parte por el tradicional sectarismo de las organizaciones de izquierda, han alimentado ese sentimiento. Sentimiento que puede convertirse en nuestro peor enemigo y que va a ser promovido desde sectores interesados en la desafección de los votantes de izquierda ante sus organizaciones.