Una vez le preguntaron a Alain Delon si pensaba que llegaría a ser un mito. La respuesta fue taxativa: soy ya un mito. Él se consideraba objeto de esa gran admiración, incluso adoración, que hace de algunos personajes populares seres casi divinos. Lo malo de esos mitos es que a menudo se les atribuyen cualidades maravillosas de las que en realidad carecen. Así, se confunde fama con excelencia.
En Chomsky tenemos otro caso de mito contemporáneo. Algunos periodistas buscan entrevistarle, a veces haciendo cola para guardar turno, aunque lleve largo tiempo repitiendo más o menos lo mismo. Se le atribuye una “revolución” en la lingüística, de la cual casi nadie sabe realmente nada, lo cual le daría fundamento para que sus opiniones en otros ámbitos fueran respetadas. El problema es que las aportaciones de Chomsky a la ciencia están lejos de ser admitidas por la mayoría de los lingüistas, por lo que sus opiniones políticas no podrían apoyarse en esos logros. En realidad, tales opiniones no solo no tienen más valor que las de un ciudadano cualquiera, sino que están muy sesgadas por meros prejuicios. Hay que distinguir entre el Chomsky científico, el Chomsky filósofo y el Chomsky comentarista político.
En los años 50 y 60 Chomsky inventó una formalización para el lenguaje, basada en la aplicación de un modelo lógico-matemático. El objetivo de aquella formalización radicaba en la sintaxis. El nuevo modelo mostraba las insuficiencias del análisis clásico sujeto-predicado, incapaz de dar cuenta de muchas oraciones. Para ello, Chomsky postuló el recurso a ciertas reglas, capaces de generar y transformar un número infinito de oraciones del lenguaje, que resultaban descompuestas en árboles. Es lo que se conoció como lingüística generativo-transformacional. Esa es la parte de sus aportaciones que ha logrado mayor aceptación entre los especialistas, aunque como digo lejos de alcanzar la mayoría. Se trata del Chomsky científico. Desde el principio su concepción, limitada a la sintaxis, ha sido muy disputada y existen numerosas alternativas, aunque al estar sus defensores fragmentados, y eludir la polémica política, no han logrado la popularidad del maestro.
El problema comenzó cuando Chomsky dio un paso ciertamente temerario. Al ver que su modelo de formalización lógico-matemática del lenguaje funcionaba sobre el papel, supuso sin más que aquellas reglas no eran solo parte del modelo inventado. Es más, coincidiendo sus aportaciones con la aparición de lo que se llamó inteligencia artificial, Chomsky atribuyó sus reglas al cerebro mismo, cuyo funcionamiento debía considerarse análogo al de un ordenador. Las reglas en cuestión no formarían parte del software, sino que debían estar insertas en la circuitería de nuestro cerebro. Por ello, Chomsky propuso que una parte del cerebro, distinguida de las demás, está constituida como “órgano del lenguaje”, siendo así parte de su hardware.
Chomsky se tornó entonces filósofo, intentando argumentar su posición de forma independiente, y lo hizo en dos frentes. Por un lado, atacando duramente al entonces en boga empirismo conductista, que trataba de explicar la adquisición del lenguaje desde el punto de vista asociacionista, donde el aprendizaje lo desarrolla poco a poco. Por otro lado, insistiendo en que los niños aprenden el lenguaje demasiado rápidamente como para poder explicarse su adquisición por métodos empíricos: hay que postular que el lenguaje “surge”, se activa, desde el órgano que lo rige: es el argumento de la “pobreza del estímulo”. En cuanto al origen de tal órgano misterioso, Chomsky lo atribuyó a una gran mutación genética única, al no aceptar que la comunicación, basada en las leyes de la evolución biológica, hubiera dado lugar al lenguaje tal como lo conocemos, por un largo proceso de adaptación al medio. Aquí la supuesta revolución se hizo regresiva, pues suponía la vuelta a un Descartes o un Leibniz, defensores de las ideas innatas.
Tales argumentos han sido desacreditados por numerosos filósofos y científicos de prestigio. El empirismo ha rebasado el marco del conductismo de mediados de los años 50 y hallado enfoques alternativos, que fundamentan la adquisición del lenguaje en la experiencia vivida. Al mismo tiempo, se ha visto que el lenguaje se convierte en eficaz medio del pensamiento, contra otro de los dogmas innatistas de Chomsky. Respecto al órgano del lenguaje, no ha sido hallado como tal en ningún rincón del cerebro. En cuanto a la supuesta universalidad de las reglas que rigen el lenguaje, se han señalado muchas excepciones, e incluso se han descubierto idiomas, entre los 6.000 que existen, donde no se cumplen.
Por otro lado, los especialistas en el origen evolutivo del lenguaje nos dicen que esa gran mutación, que hubiese hecho posible el lenguaje, no tiene el menor viso de haber ocurrido. Los rasgos que exigiría del cerebro son los menos adecuados para aparecer súbitamente en toda su complejidad, así como para transmitirse según las leyes de la evolución. Además, la supuesta pobreza del estímulo ha quedado superada. Minuciosos estudios sobre la adquisición del lenguaje en los niños han puesto de manifiesto la gran potencia y elasticidad de la mente infantil, perfectamente capaz de adaptarse a los diferentes idiomas sin presuponer reglas fijadas en el cerebro. Finalmente, extensos estudios sobre la adquisición de idiomas humanos por otras especies han descubierto que la capacidad lingüística no es exclusiva de nuestra especie. Los bonobos pueden aprender, por medio del lenguaje de signos, cientos de palabras, así como a combinarlas creativamente formando oraciones complejas, en las que son sensibles a los mecanismos sintácticos. Ampliaciones a ello pueden hallarse aquí.
Nos queda el Chomsky político. Hay dos rasgos que ayudan a entender sus “aportaciones” a este campo. Uno es su carácter intransigente, incapaz de admitir un error, ni en su obra científica y filosófica, ni en sus posiciones políticas. Bajo una gran amabilidad superficial en el trato, aparecen súbitamente en el reacciones muy negativas ante cualquier opinión que no le guste, o frente a cualquier pregunta que de algún modo cuestione sus posiciones. Eso explicaría que Chomsky tendiera a evitar los congresos, donde estaría obligado a discutir de tú a tú, prefiriendo los foros de bajo nivel académico, o donde sabe que la audiencia le va a estar entregada. Cuando un entrevistador, o asistente a una charla, se atreve a repreguntar o a cuestionar de algún modo sus tesis, la reacción de nuestro hombre tiende a ser dura, cuando no a bordear lo insultante.
Minuciosos estudios sobre la adquisición del lenguaje en los niños han puesto de manifiesto la gran potencia y elasticidad de la mente infantil, perfectamente capaz de adaptarse a los diferentes idiomas sin presuponer reglas fijadas en el cerebro
El otro rasgo es su manifiesta inquina a EEUU y la OTAN. Al parecer todo empezó por su oposición a la guerra del Vietnam en los años 60-70, cuando fue detenido varias veces y estuvo a punto de ir a la cárcel. Sea ello como fuere, todas sus opiniones políticas están regidas por un principio: los EEUU y la OTAN son el verdadero “eje del mal”, y por tanto los causantes principales de todos los conflictos de peso geopolítico de los últimos setenta años. Mantener ese principio le conduce a retorcer la historia y la actualidad para amoldarlas a su dogma, al tiempo que a proferir perlas que a menudo suenan a barbaridades. Veamos algunas.
Según Chomsky, el papel de EEUU en la Segunda Guerra mundial fue insignificante, comparado con el de la URSS. Todos los presidentes de EEUU tras aquella guerra han sido criminales. Su país no está dirigido por sus gobiernos, ni por el parlamento, sino por grandes corporaciones, que buscan solo maximizar sus beneficios a costa de lo que sea. La invasión rusa de Afganistán fue de hecho provocada por secretas maniobras americanas. Asimismo, la intervención rusa en Siria fue causada por la previa de los EEUU. El ataque de la OTAN a Serbia, motivado por las matanzas de albaneses en Kosovo, no tuvo por objeto defender a aquella minoría étnica, sino debilitar a un aliado de Rusia. Es más, aquellas matanzas no fueron la causa de los bombardeos, sino su consecuencia. Es un patrón repetido hasta la saciedad. Señalen Vds. cualquier conflicto internacional de los últimos setenta años, y verán como Chomsky se las arregla para culpar de el a EEUU y la OTAN.
Hay todavía posiciones más incomprensibles. Por ejemplo, sostener que la muerte de dos millones de camboyanos a finales de los 70 no se debió al genocidio ejecutado por los jemeres rojos de Pol Pot, sino a una mala cosecha de arroz. Incluso el asesinato de 3.000 personas, en el atentado a las Torres Gemelas de 2001, suscitó en Chomsky comentarios rayanos en lo escandaloso. Sin negar su carácter de atrocidad, inmediatamente pasó a atribuir la responsabilidad a EEUU y la OTAN, por llevar años causando muchos más muertos por sus intervenciones en Oriente Medio. Ese mismo patrón lo ha aplicado numerosas veces ante sucesos similares. Se caracteriza por este esquema: “Sí, esto ha sido terrible, pero la causa última hay que buscarla en Occidente”. Cuando se le recrimina esa reacción, responde: comprender un hecho no es justificarlo. Sin embargo, al hacerlo así parece no cobrar conciencia de que, señalando como causante último de un hecho cruento a un agente distinto al que lo ha producido, le hace el caldo gordo al criminal en cuestión.
Es lo que ocurre en el caso de la guerra de Putin contra Ucrania. Ya en 2014 Chomsky restó importancia a la invasión de Crimea, alegando que ese territorio había sido tradicionalmente ruso, que sus habitantes parecían estar de acuerdo (bendiciendo así un referéndum hecho a punta de kalashnikov), y que Rusia necesitaba un puerto cálido para su flota. No merece la pena argumentar en contra; toda persona bien informada sabe que semejante posición es injusta y confundidora. Él diría que comprender no es justificar, pero lo cierto es que para Putin la posición de Chomsky fue poco menos que un espaldarazo. Ni que decir tiene que la izquierda seguidista de Chomsky adoptó una posición parecida, que se ha repetido con la invasión de 2022.
En efecto, para Chomsky Putin se vio “obligado” a invadir Ucrania. La expansión de la OTAN hacia el Este, contra lo supuestamente prometido por Occidente, estableció las condiciones que llevaron a la invasión. De nada le han servido los numerosos argumentos en contra. Primero, mostrando que se ha tratado de una clara agresión imperialista de Putin, destinada a mantenerse en el poder a cualquier precio. Putin quería obtener un punto más de influencia, como en Chechenia, Georgia (Abjasia, Osetia del Sur) y Moldavia (Transnistria). Segundo, señalando el objetivo de destruir una cultura ampliamente proeuropea, por miedo a que calara en la sociedad rusa. Asimismo, para Chomsky, parte de culpa la tuvo el gobierno de Zelensky, al no cumplir los acuerdos de Minsk. Pero ello dependía tanto de Ucrania como de Rusia, y Putin nunca quiso cumplir Minsk, que era incompatible con sus planes de invasión, como se ha visto. Sobre ello hay más detalles aquí.
Termino. En unas entrevistas de este verano, un periodista atrevido le preguntó si es que los ucranianos no tienen derecho a defender su tierra contra el invasor. La respuesta de Chomsky fue típica, al decir que nadie les niega ese derecho, pero que él no se lo recomendaría. Esta asombrosa afirmación es perfectamente coherente con su conocida posición sobre la guerra: Ucrania debe negociar una salida “digna” para Putin, aunque para ello deba ceder territorios. Como si los territorios no estuvieran poblados por millones de ciudadanos. Por si fuera poco, en otro momento de esas entrevistas Chomsky insulta a Zelensky, afirmando sin pruebas que el presidente de Ucrania no cumplió con los acuerdos de Minsk porque la extrema derecha de su país le tenía amenazado de muerte si lo hacía. Semejante lindeza, impropia de un intelectual serio, nos deja sin palabras, al tiempo que vuelve a servir de apoyo directo a Putin.
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Francisco Rodríguez Consuegra es catedrático retirado de Lógica y Filosofía de la Ciencia.
Una vez le preguntaron a Alain Delon si pensaba que llegaría a ser un mito. La respuesta fue taxativa: soy ya un mito. Él se consideraba objeto de esa gran admiración, incluso adoración, que hace de algunos personajes populares seres casi divinos. Lo malo de esos mitos es que a menudo se les atribuyen cualidades maravillosas de las que en realidad carecen. Así, se confunde fama con excelencia.