Ya sé que, en España, la palabrota tiene mala prensa. Pero, desde luego, no hablo del engendro franquista sino de lo que los sociólogos consideran como: Redes informales basadas en creencias y la solidaridad que se movilizan sobre cuestiones conflictivas, por medio del uso frecuente de varias formas de protesta (Iñíguez Rueda y Vázquez, 2003). Son un movimiento la lucha de los afroamericanos de Estados Unidos, el feminismo o las reivindicaciones gais, entre otros. Formados por personas, colectivos y plataformas de la más variada índole, empujan todos en el mismo sentido al compartir algunos valores y aspiraciones. Si las mujeres han llegado hasta el nivel actual ha sido por el esfuerzo de gente muy, muy, diversa, católica o atea, de izquierdas o de centro, incluso algunas de derechas, rica o pobre, con estudios primarios o universitarios, una amalgama variopinta pero con un color común en la paleta: la indignación por la situación de la mujer en el mundo y la percepción de la necesidad de cambiarla. Queda mucho por hacer, y en ello están, pero nadie hubiera imaginado, décadas atrás, los logros conseguidos, entre ellos que millones de mujeres, que no militan en ningún partido ni colectivo reivindicativo empaticen, se sientan parte de dicho movimiento.
Al hilo de mi anterior artículo en Plaza Pública, cabe preguntarse: el descalabro provocado por el dichoso virus, ¿puede ser el revulsivo que dé a luz un “movimiento” regenerador de la vida política y social? No cabe duda de que muchas cosas se tendrán que replantear, desde la forma de reunirse a las relaciones entre ciudadanía y gestión política. Pero también parece obvio que existe un enorme riesgo de que dichos cambios sean, si cabe, a peor, lo que hace más necesario que nunca el surgir, o resurgir, de tal ola de concienciación.
Para que brote un movimiento, más allá de los encomiables grupos y plataformas que proliferan hoy en día, a mi entender son necesarias dos premisas. Respecto a la primera, según la socióloga Donatella della Porta, es indispensable la identificación de un responsable de la situación contra la que se llama a la movilización (el empuje del movimiento). Este “causante” lo tenemos cada día delante, con su rictus de codicia y arrogancia, en la manipulación de la información o de las finanzas, o en el claro desprecio por el ciudadano de a pie, considerado simplemente como un mal necesario para enriquecimiento de unos pocos. La dificultad para identificarlo es que los rostros que lo encarnan no son significativos sino sus meros ejecutores. Los realmente beneficiados no aparecen, camuflados detrás de fondos de inversión, paraísos fiscales y testaferros. Pero se perciben y ello debería ser suficiente para que el movimiento echara a andar.
La segunda premisa, paradójicamente, parece más difícil de conseguir: la percepción de que existe un mínimo común subyacente a tantos y tantos perjudicados por la grave situación social, presente durante décadas, que tuvo un empujón significativo con el neoliberalismo de Reagan y Thatcher, se agravó en la crisis del 2008, y que ahora un virus imperceptible ha llevado al coma sin asistencia.
¿Cómo poner de relieve este hilo conductor que cosa las mareas de cualquier color, los colectivos vecinales, los grupos ecologistas, los desahuciados, los de las listas de espera, los parados, los trabajadores pobres, y tantos y tantos que, de tanto recibir leña corren el riesgo de identificarse con el tronco? ¿Podrán los que ya están en la lucha admitir a los recién llegados, sin otro pasaporte que el de perjudicados? ¿Reconocerán estos que no se parte de cero, sino de una cruel y dura lucha previa? ¿Se percibirán como compatibles (que lo son) en un mismo empuje, las diferentes reivindicaciones existentes?
Por el momento, se está a la defensiva. Cuando se recibe un palo, se maldice y se corrige la posición para esquivar el siguiente. Se está en las barricadas, cada uno en la suya, esperando que la siguiente oleada no sea la definitiva. Pero no olvidemos que las barricadas fueron útiles en tiempos de la caballería pero se hundieron al aparecer los tanques. Además, nadie ha ganado una batalla sin salir de ellas ¿Cómo avanzar, juntos, al descubierto?
Creo que los medios de comunicación atentos a la situación, y con un ojo en el horizonte, pueden ser decisivos a la hora de ir creando esta imprescindible atmósfera de solidaridad entre reivindicaciones. Amigos de infoLibre, se os acumula el trabajo. Paso a paso, cual gota malaya, para que algún día se llegue a conseguir que la ciudadanía se dé cuenta de lo homogénea, general y tóxica que es la lluvia que nos está calando a todos.
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Antoni Cisteró es sociólogo y escritor. También es miembro de la Sociedad de Amigos de infoLibre
Ya sé que, en España, la palabrota tiene mala prensa. Pero, desde luego, no hablo del engendro franquista sino de lo que los sociólogos consideran como: Redes informales basadas en creencias y la solidaridad que se movilizan sobre cuestiones conflictivas, por medio del uso frecuente de varias formas de protesta (Iñíguez Rueda y Vázquez, 2003). Son un movimiento la lucha de los afroamericanos de Estados Unidos, el feminismo o las reivindicaciones gais, entre otros. Formados por personas, colectivos y plataformas de la más variada índole, empujan todos en el mismo sentido al compartir algunos valores y aspiraciones. Si las mujeres han llegado hasta el nivel actual ha sido por el esfuerzo de gente muy, muy, diversa, católica o atea, de izquierdas o de centro, incluso algunas de derechas, rica o pobre, con estudios primarios o universitarios, una amalgama variopinta pero con un color común en la paleta: la indignación por la situación de la mujer en el mundo y la percepción de la necesidad de cambiarla. Queda mucho por hacer, y en ello están, pero nadie hubiera imaginado, décadas atrás, los logros conseguidos, entre ellos que millones de mujeres, que no militan en ningún partido ni colectivo reivindicativo empaticen, se sientan parte de dicho movimiento.