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Hay muchas maneras de sentirnos parte. El sentido de pertenencia es un elemento infravalorado que nos protege de los extremismos. Celebrar juntos nos educa contra los miedos y es difícil defender que anular un festival como Noches de Ramadán, incluso en su versión online, sea buena idea. Desde 2006, con una pausa de 2011 a 2016 (coincidiendo con la llegada del PP al Gobierno central), el festival madrileño Noches de Ramadán ha roto estereotipos, prejuicios y barreras, y nos ha enseñado, a base de cultura y vanguardia, lo diversa que es hoy nuestra sociedad, y digo bien, nuestra, porque aquí no sobra nadie. Anular totalmente este festival en Madrid en 2021 es una torpeza pedagógica y, además, un nuevo guiño a una ultraderecha crecida.
La ultraderecha no quiere adversarios, necesita y elige enemigos. La ultraderecha española sigue, en este sentido y en casi todos, la misma estrategia que el resto de neofascismos europeos. Desde un agresivo marco de alteridad, un siglo más tarde, donde antes señalaban a los judíos hoy señalan a los musulmanes. El verdadero peligro de este tipo de marco no es tanto su extremo final sino los efectos de normalización y aceptación del discurso del otro, del lenguaje de odio, de la tibieza a la hora de defender el espacio común y el fundamental sentido de pertenencia. No podemos entrar en su marco, es torpe, no es seguro, es irresponsable, nos hace peores. Da igual si nos situamos en el centro o en los márgenes, desde su marco, como individuos, como colectivos, como sociedad, solo podemos perder.
El “que viene el lobo” comenzó cuando, hace años, el PP catalán sacaba un videojuego de campaña en el que se eliminaba a inmigrantes desde una gaviota. No es que fuera el primer caso que indicara una peligrosa deriva deshumanizadora, paso necesario para justificar acciones y políticas de rechazo a un otro forzado, pero sí era un indicador de que algo peor estaba por llegar porque introducía dos variantes preocupantes: el juego y la moda. El peligro está en introducir elementos de alienación del individuo que alcancen al imaginario colectivo. Luego llegaron a la política española la gestión de la ira, los bloqueos y las líneas rojas de la derecha moderada a la izquierda en todo su espectro hasta alcanzar también al centro, cuando la ultraderecha aparece en la arena política la derecha clásica no solo dejó vacío al espacio de centro derecha, también consumó la entrega de protagonismo y agenda a los ultras, por un lado, y el desplazamiento del espectro político español hacia la política de extremos. Ahora el “lobo” está dentro del corral, el centro derecha está vacío, la derecha entregada y la ultraderecha crecida y creciendo, normalizada desde programas de máxima audiencia y con un Estado que ha dejado de ser impermeable a su influencia desde que se la blanquea dándole acceso al poder. La Ley Zerolo, la Ley de igualdad de trato y contra la discriminación, es política, y tiene en frente al odio, establecido como un juego, como una moda, como un consumo rápido que nos da likes y nos convierte en influencers más fácilmente.
La deriva de alteridad afecta a todos los elementos, no solo a los afines. A veces no somos conscientes de todas las maneras en las que podemos alimentar al monstruo. No basta con saber diferenciar inmigrante de refugiado como concepto, que mi vecina Fátima es feminista o que Hicham es un español de Chamberí. Insisto, no basta. Del feminismo hemos aprendido que existe el machismo pero también los micromachismos y que los segundos tienen un plus de peligrosidad en el pasar desapercibidos, al final crean imaginario, deshacen cultura. El microrracismo, la microalteridad, el microdiscurso del otro, también existen y su peligro es exactamente el mismo que el de los micromachismos. Es fácil echarse las manos a la cabeza cuando lanzan ataques con cabezas y sangre de cerdo a las mezquitas de ciudadanía española musulmana, pasa más desapercibida la sentencia que condena a un medio de comunicación por utilizar la imagen de varios musulmanes al azar para ilustrar noticias sobre terrorismo. De igual modo, es fácil ver el discurso del otro (y el enemigo elegido) en el inicio de precampaña de Vox en la Comunidad de Madrid, cuando extranjerizan y criminalizan al musulmán, pero nos pasa más desapercibido el peso de los cada vez más populares y provocadores youtubers de derechas, que se jactan de ser el nuevo punk porque desde la derecha puedes ser “políticamente incorrecto” (se refieren a insultar y señalar), o que se anule el festival Noches de Ramadán desde el Ayuntamiento de Madrid, siendo un festival meramente cultural cuyas actividades (conciertos, charlas, exposiciones, etc.) se podían adaptar a la actual situación derivada del covid-19. La microalteridad es justamente esto, presumir de la actividad cultural de Madrid durante la pandemia porque #LaCulturaEsSegura y negar que la cultura es cultura si la hace un tal Mohamed.
Hacer pedagogía sobre la correcta gestión de la diversidad nos compete a todas y a todos y nos vacuna contra este otro virus terrorista que ya destruyó nuestras sociedades y que ya sabemos cuánto horror trae: el discurso de odio.
Nada debe hacernos olvidar esta afirmación: nosotr@s somos tod@s.
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Así pues, ¡seamos!
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Farid Othman-Bentria Ramos es escritor, asesor y gestor cultural
Hay muchas maneras de sentirnos parte. El sentido de pertenencia es un elemento infravalorado que nos protege de los extremismos. Celebrar juntos nos educa contra los miedos y es difícil defender que anular un festival como Noches de Ramadán, incluso en su versión online, sea buena idea. Desde 2006, con una pausa de 2011 a 2016 (coincidiendo con la llegada del PP al Gobierno central), el festival madrileño Noches de Ramadán ha roto estereotipos, prejuicios y barreras, y nos ha enseñado, a base de cultura y vanguardia, lo diversa que es hoy nuestra sociedad, y digo bien, nuestra, porque aquí no sobra nadie. Anular totalmente este festival en Madrid en 2021 es una torpeza pedagógica y, además, un nuevo guiño a una ultraderecha crecida.
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