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Una nueva estrategia EU-CELAC: El redescubrimiento de América

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Julimar da Silva Bichara y Juan Manuel Sotillo Urbistondo

La Cumbre Unión Europea-CELAC que se celebró en julio ha supuesto el pistoletazo de salida a un ambicioso plan de inversiones por parte de la Unión Europea (UE), con el fin de volver estrechar los lazos del Team Europe con los países de América Latina y el Caribe. El plan, incluido dentro del Global Gateway, pretende movilizar hasta 2027 una inversión de más de 45.000 millones de euros en la región. Con más de 130 proyectos multilaterales, el plan implica de forma activa a la Comisión, a los Estados miembros y a otros organismos multilaterales como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo o el Banco Centroamericano de Integración Económica. El bloque comunitario muestra así su apuesta global por una región clave en el panorama internacional actual. En palabras de la propia Presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen: “La asociación estratégica UE-ALC es hoy más importante que nunca”, y es que Europa parece haber salido de su letargo, después de años en los que Latinoamérica no parecía una prioridad. El shock que ha supuesto la Guerra de Ucrania en las instituciones europeas tiene su derivada al otro lado del Atlántico, hacia donde la Unión ha alzado la vista en busca de nuevos socios comerciales y, sobre todo, de nuevas fuentes de materias primas y recursos energéticos. En el horizonte también aparece la alargada sombra de Pekín, una vez que el gigante asiático ha incrementado de forma exponencial su peso económico y diplomático en la región.

Es por esto que la nueva estrategia europea se ve como una doble respuesta: por un lado, frente a la desaparición de los lazos económicos, comerciales, y sobre todo energéticos, con Rusia; y por otro, a un intento de contrarrestar la pujanza china en la región. En la última década, la EU ha asistido pasivamente al ascenso de la República Popular en América Latina y el Caribe, donde China ha pasado de ser un actor secundario a ser un actor de primer orden, convirtiéndose en el primer socio comercial de varios de los países de la región, sobre todo en Sudamérica, incluyendo Brasil. La multimillonaria inversión movilizada por bancos de desarrollo, fondos soberanos y compañías multinacionales chinas, que según estimaciones del Global Development Policy Center de la Universidad de Boston superó los 130.000 millones de euros entre 2005 y 2022, supone una cuestión de alta relevancia a la hora de calibrar las relaciones de la Unión con los 33 socios de la CELAC.

La aparente incondicionalidad de la financiación china esconde el real interés del gigante asiático, que –igual que cualquier otro actor estratégico– busca la consecución de objetivos tanto económicos como diplomáticos

La propuesta de nueva asociación estratégica europea parece una reacción tardía a la iniciativa china de La Franja y La Ruta, que actualmente cuenta entre sus socios con 22 de los 33 estados de América Latina y el Caribe. La iniciativa de Pekín promueve el desarrollo de múltiples infraestructuras estratégicas a nivel global, y a la vez –y de forma quizás menos evidente– promueve también la presencia de las compañías multinacionales chinas, con un aliciente muy poderoso, como es la concesión de financiación para grandes proyectos en los países receptores sin prácticamente ningún tipo de condicionalidad política, ambiental o social. A partir de esa estrategia mercantilista, China se ha transformado en el segundo socio de la región por delante de la Unión Europea y solo por detrás de EE.UU. (aunque no hay que obviar que eso sólo es cierto por el T-MEC). En lo que respecta a la esfera diplomática, Pekín no ha escatimado en esfuerzos para incrementar su proyección en la región, usando su poderío económico, pero además con la creación de un Foro China-CELAC en 2015 similar a su homólogo patrocinado por Bruselas.

Desde el punto de vista de los países latinoamericanos, China ha sabido llenar el vacío que habían dejado europeos y estadounidenses, ya que gracias a sus préstamos e inversiones han podido desarrollar algunas importantes infraestructuras. China no ha tenido impedimento en aportar su músculo financiero para la construcción de carreteras, instalaciones portuarias, ferrocarriles, centrales hidroeléctricas y un largo etcétera de muy deseadas infraestructuras en una región con déficit crónico de financiación. Es importante resaltar que allá donde europeos, estadounidenses y organismos multilaterales clásicos ponían el acento en la condicionalidad y el cumplimiento de ciertos estándares para la financiación de los proyectos, desde Pekín se ponía el acento en únicamente mejorar las relaciones bilaterales y el cumplimiento de las condiciones de devolución de deuda pactadas. A China no le importa la gobernanza, ni en muchos casos a qué se destine la financiación otorgada, sino simplemente el cumplimiento de lo pactado.

La aparente incondicionalidad de la financiación china esconde el real interés del gigante asiático, que –igual que cualquier otro actor estratégico– busca la consecución de objetivos tanto económicos como diplomáticos. La estrategia del gobierno chino ataca múltiples frentes y persigue tanto la ampliación de sus horizontes comerciales como el aseguramiento de yacimientos de recursos naturales tan importantes como el cobre, hidrocarburos o el tan preciado litio; además de avanzar en su estrategia de aislamiento de Taiwán o en la promoción exterior de sus compañías multinacionales, que empiezan a tener una voz importante en múltiples sectores de América Latina y el Caribe.

Paradójicamente, la fulgurante ascensión de Pekín en Latinoamérica viene acompañada de desinversiones de los campeones nacionales europeos en Argentina, Brasil, Chile o Perú, además de la financiación de proyectos de infraestructura que la Unión Europea o las instituciones financieras multilaterales no han querido financiar. Asimismo, Europa llega al ralentí de una China que ha firmado este año su cuarto tratado de libre comercio en la región, con Ecuador, y que amenaza con adelantarse a la Unión Europea en su proyecto estrella de Acuerdo Comercial con el MERCOSUR.

El catálogo de inversiones europeas pone el énfasis en el desarrollo a futuro y, como ha sido puesto de manifiesto por algunos líderes latinoamericanos presentes en la cumbre, pretende poner fin al modelo extractivista de épocas pretéritas. El listado de inversiones incluye como proyectos destacables la cooperación en el sector del litio y la inversión en fabricación de baterías; el desarrollo del hidrógeno verde y otras energías renovables; el desarrollo de proyectos de la economía digital y de la infraestructura de redes 5G; o proyectos de movilidad sostenible. Curiosamente, es en estos sectores donde en el último quinquenio han aparecido grandes inversiones por parte de China en la región. Esta táctica encaminada a contrarrestar las inversiones de Pekín en los sectores de tecnologías estratégicas tiene su máxima expresión en la existencia de sendos proyectos de estaciones del programa satelital europeo Copernicus en Chile y Panamá, y que parecen ser una respuesta a las dos estaciones astronómicas de carácter “científico” que China ha promovido en las provincias argentinas de Neuquén y San Juan. 

Por otro lado, resulta remarcable la marginación de Nicaragua y Venezuela en la estrategia de la UE (Nicaragua no tiene proyectos específicos asignados, y Venezuela solo tiene un único proyecto vinculado a la eficiencia energética). Aparte de la inutilidad efectiva de este tipo de política, huelga decir que los más perjudicados son los ciudadanos de ambos países. Bruselas debe tratar de desarrollar una estrategia alternativa hacia estos países, sin olvidar los objetivos democráticos y de derechos humanos, a riesgo de fracasar toda su estrategia hacia la región por los recelos que puede provocar en los demás países. Como ha recalcado el Presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, la relación y la negociación entre ambas partes debe basarse en la mutua confianza, y no en el proteccionismo enmascarado bajo el paraguas de las condicionalidades. La UE tiene en su mano la consecución de un importante objetivo estratégico que depende en gran medida de su compromiso con el desarrollo económico y social de la región y de su capacidad para tratar a América Latina y el Caribe como socio estratégico en condición de igualdad en un juego win-win.

El cambio de estrategia de la UE es bueno para la región latinoamericana; es bueno que aumente la competencia internacional por los recursos naturales, mercados y también, por qué no decirlo, la influencia y apoyo internacional

En todo caso, el cambio de estrategia de la UE es bueno para la región latinoamericana; es bueno que aumente la competencia internacional por los recursos naturales, mercados y también, por qué no decirlo, la influencia y apoyo internacional. Para la región, la ruptura del monopolio EE.UU.-UE va a reducir los costes de financiación y las condicionalidades, ofreciendo a la región mayor capacidad de manejo de sus propias capacidades financieras y mayor posibilidad de financiación de su desarrollo económico.

Desde los años 1980 y hasta la primera década del siglo XXI, los países de Latinoamérica han sufrido los coste sociales, políticos y económicos derivados de las políticas de austeridad promovidas por las condicionalidades de las instituciones financieras internacionales controladas por los países de la UE y los EE.UU. (aunque ha recibido el apodo de Consenso de Washington, es importante recordar que la participación de los países de la UE en el accionariado del FMI y del BM es superior a la de los EE.UU.). Derivado de ello, la aparición de China como nuevo player está promoviendo no sólo una nueva fuente de financiación internacional para la región, sino también la construcción de nuevas instituciones financieras internacionales fuera del eje Euro-Dólar, como es el Banco de los BRICS (conocido como New Development Bank), que incluso tiene como objetivos favorecer el uso de modelos locales en las transacciones financieras internacionales de los BRICS y países de la región latinoamericana.

La UE vuelve a descubrir las Américas. Sin embargo, en esta ocasión, teniendo que mostrarse más eficiente tanto por las nuevas exigencias locales –la región ya no se muestra pasiva ante las condicionalidades de la antigua metrópoli– y teniendo también que enfrentarse a la fuerte competencia de China, cuya estrategia se ha mostrado muy eficiente y en muy poco tiempo. La EU no puede obviar que cualquiera que sea la estrategia hacia la región, incluyendo el MERCOSUR, debe traducirse en un juego ganador para ambos. América Latina necesita acelerar su proceso de desarrollo económico y social. La UE puede constituirse en una pieza clave en ese proceso si está dispuesta a cambiar las prácticas neo-colonialistas del siglo XX por una relación basada en el aprovechamiento de las complementariedades, la distribución equitativa de los beneficios y la construcción del bienestar social sostenible a largo plazo.

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Julimar da Silva Bichara y Juan Manuel Sotillo Urbistondo, de la Universidad Autónoma de Madrid, son colaboradores de la Fundación Alternativas.

La Cumbre Unión Europea-CELAC que se celebró en julio ha supuesto el pistoletazo de salida a un ambicioso plan de inversiones por parte de la Unión Europea (UE), con el fin de volver estrechar los lazos del Team Europe con los países de América Latina y el Caribe. El plan, incluido dentro del Global Gateway, pretende movilizar hasta 2027 una inversión de más de 45.000 millones de euros en la región. Con más de 130 proyectos multilaterales, el plan implica de forma activa a la Comisión, a los Estados miembros y a otros organismos multilaterales como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo o el Banco Centroamericano de Integración Económica. El bloque comunitario muestra así su apuesta global por una región clave en el panorama internacional actual. En palabras de la propia Presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen: “La asociación estratégica UE-ALC es hoy más importante que nunca”, y es que Europa parece haber salido de su letargo, después de años en los que Latinoamérica no parecía una prioridad. El shock que ha supuesto la Guerra de Ucrania en las instituciones europeas tiene su derivada al otro lado del Atlántico, hacia donde la Unión ha alzado la vista en busca de nuevos socios comerciales y, sobre todo, de nuevas fuentes de materias primas y recursos energéticos. En el horizonte también aparece la alargada sombra de Pekín, una vez que el gigante asiático ha incrementado de forma exponencial su peso económico y diplomático en la región.

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