Otoño Meloni

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Gorka Larrabeiti

En octubre se cumplirá el segundo año de gobierno Meloni. Vean aquí en este arroyuelo a Giorgia Meloni cayendo. Su consenso se va cubriendo de hojarasca, aunque no hay que precipitarse: su partido resiste en intención de voto pese a quien le pese (28%). Con todo, algo se cuece en Italia (y no me refiero al pusilánime centrosinistra). El verano no le ha ahorrado sofocos al presidente Giorgia: la noticia de la dimisión del ministro de Cultura por un supuesto lío de faldas y favores se sumó a la no-noticia de que Arianna Meloni, hermanísima de Giorgia y ex pareja del ministro Lollobrigida, podría ser investigada por tráfico de influencias. Meloni sospecha hasta de la policía que la protege en Palazzo Chigi y acusa a una “regencia oculta” de urdir esos escándalos. ¿Hay entonces un complot de palazzo contra el gobierno? ¿Estamos más bien ante la clásica dialéctica – il solito teatrino – previa a una ley de Presupuestos en la que costará cuadrar cuentas faltando 10.000 millones €? ¿O se trata de pura y dura ansia meloniana?

El divo Andreotti repetía: “Al pensar mal de los demás se peca, pero a menudo se acierta”. Pensemos mal, pues, pongámonos en lo peor con Giorgia y especulemos qué poderes pueden estar conspirando en su contra y por qué motivos. Se nos ocurren dos: el partido de los hermanos Berlusconi y la Iglesia. Recordemos antes que el gobierno Meloni es fruto de un tripartito que acordó tres ejes estratégicos para su mandato: la reforma constitucional presidencialista deseada por Fratelli d’Italia; la ley de autonomía diferenciada, vieja aspiración de la Liga de Salvini y la separación de carreras de los magistrados con la que siempre soñó Silvio Berlusconi. Es normal que hoy Meloni desconfíe de una Forza Italia que, de pronto, critica la ley de autonomía diferenciada y apoya – como el PD y el Movimiento 5 Estrellas – el derecho a la ciudadanía de quienes hagan al menos un ciclo escolar (ius scholae). 

Dos semanas después de los resultados de las elecciones europeas, a Meloni debió de atragantársele una entrevista en que Marina Berlusconi confesaba sentirse más de acuerdo con la izquierda en temas de derechos civiles como el aborto, el final de la vida y la cuestión LGTBI. Su hermano Piersilvio lanzó en otra entrevista una pulla aún más punzante al afirmar: “Los moderados en Italia son la mayoría, sin embargo hoy no tienen en quién reconocerse verdaderamente”. Antonio Tajani, que además de vicepresidente del gobierno y ministro de Exteriores es secretario de Forza Italia, ha hablado claro: su objetivo es pasar del 10 al 20% y convertirse en “el centro del centroderecha”, ocupando el espacio entre Schlein y Meloni. Forza Italia, a quien se daba por muerta tras fallecer Berlusconi, se recoloca en el tablero y lanza guiños afectuosos al voto católico sin renunciar al credo neoliberal. Marina Berlusconi, presidente de Fininvest y del grupo Mondadori, criticó hace un año así un impuesto a los bancos que pretendía el gobierno Meloni: “No me gusta el término extrabeneficio. Lo encuentro capcioso. ¿Quién establece cuánto beneficio es extra y cuánto es normal? ¿Y cuál es la medida?[...] Si se implementa, corre el riesgo de hacer que nuestro país sea menos atractivo." Piersilvio ha jurado y perjurado que no dará el salto a la política como su papá, pero, muerto Berlusconi, se ha visto que la fuerza del berlusconismo – esa mutación antropológica, ese lado oscuro – sigue fuerte en sus vástagos. Más que a sus principios, al bolsillo de los Berlusconi no les debe de hacer gracia que se les asocie con el extremismo de Meloni y Salvini, y se congracian con la Iglesia.

La Iglesia. Eccoci. Es del todo evidente que el hormigón democristiano jamás ha faltado en todas las ruinas de gobiernos que despuntan desde la posguerra. Este gobierno no podía ser una excepción. Meloni y el papa Francisco hicieron gala de cierta cordialidad en una reunión sobre natalidad en 2023, aunque el presidente Giorgia le diera plantón a Francisco en la edición de 2024. La “cristiana” Giorgia que en Budapest junto a Orban decía combatir para “defender a Dios” demostró en el trágico naufragio de Cutro que su política migratoria era radicalmente opuesta a las enseñanzas de este papa. Era previsible este choque; no así tanto, el que se ha producido con motivo de la ley de la autonomía diferenciada y de la reforma constitucional presidencialista.

Van a cumplirse dos años de gobierno Meloni, que ha logrado convencer a la OTAN y a la UE de que no era un peligro a la vez que enardecía a los seguidores de Vox ante Milei y Orbán

A finales de mayo, a un mes de las elecciones europeas, la Conferencia Episcopal italiana publicó una nota muy seria al respecto: “Nos preocupa cualquier intento de acentuar desequilibrios ya existentes entre territorios, entre áreas metropolitanas e internas, entre centro y periferia”. Ese proyecto de ley –seguía la nota– “podría socavar los cimientos de ese vínculo de solidaridad entre las distintas regiones, que es garantía del principio de unidad de la República”. Salvini, zafio siempre, acusó a los obispos de no haberse leído la ley. Además, en una rueda de prensa al término de la Asamblea General de los Obipos, el presidente de la CEI, cardenal Zuppi, al preguntarle qué pensaba de la reforma presidencialista, respondió ladino diciendo que había obispos preocupados y que los equilibrios institucionales había que tocarlos con mimo. El presidente Meloni no contuvo una respuesta enrabietada de las suyas, en este caso increíblemente laica: “No sé qué le preocupa exactamente a la CEI, visto que la reforma no interviene en las relaciones entre Estado e Iglesia. Con todo el respeto, no me parece que el Estado Vaticano sea una república parlamentaria, así que nadie me ha dicho que se preocupaba por ello”. En lugar de tomársela con los obispos italianos (entre los que seguro que hay algún meloniano), el presidente se la tomó con el Vaticano, porque sabe que la CEI, sobre todo desde que asumió su presidencia el cardenal Zuppi, sigue fielmente la agenda social y geopolítica de Francisco. Una Italia más desigual, con más regiones del centro y sur todavía más empobrecidas, supondría un lastre sobre una Iglesia global que, ante la indiferencia europea, vuelca su mirada hacia Asia.

Van a cumplirse dos años de gobierno Meloni, interesante camaleón político, que ha logrado durante más de un año convencer a la OTAN y a la UE de que no era un peligro a la vez que enardecía a los seguidores de Vox ante Milei y Orbán, coqueteaba con el extremista Elon Musk y a escondidas permitía que las juventudes neofascistas italianas se mantuvieran firmes y clásicas en su racismo antisemita. Giorgia empieza a no resultar creíble para muchos. Demasiada engañifa tanto para una OTAN que prefiere a un representante español para el Sahel, como para la Iglesia de Francisco, como incluso para los hijos de Berlusconi que temen probablemente más por su dinero que por sus principios. 

Próxima estación, las elecciones estadounidenses: Giorgia no ha apostado por Kamala mientras que Salvini sí por Trump. Para Meloni, el invierno este año puede empezar en noviembre.

(La izquierda y el campo largo, si eso, otro día).

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Gorka Larrabeiti es profesor de español residente en Roma interesado en Italia y el Vaticano.

En octubre se cumplirá el segundo año de gobierno Meloni. Vean aquí en este arroyuelo a Giorgia Meloni cayendo. Su consenso se va cubriendo de hojarasca, aunque no hay que precipitarse: su partido resiste en intención de voto pese a quien le pese (28%). Con todo, algo se cuece en Italia (y no me refiero al pusilánime centrosinistra). El verano no le ha ahorrado sofocos al presidente Giorgia: la noticia de la dimisión del ministro de Cultura por un supuesto lío de faldas y favores se sumó a la no-noticia de que Arianna Meloni, hermanísima de Giorgia y ex pareja del ministro Lollobrigida, podría ser investigada por tráfico de influencias. Meloni sospecha hasta de la policía que la protege en Palazzo Chigi y acusa a una “regencia oculta” de urdir esos escándalos. ¿Hay entonces un complot de palazzo contra el gobierno? ¿Estamos más bien ante la clásica dialéctica – il solito teatrino – previa a una ley de Presupuestos en la que costará cuadrar cuentas faltando 10.000 millones €? ¿O se trata de pura y dura ansia meloniana?

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