Palestina, causa moral de nuestro tiempo

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Emilio Menéndez del Valle

Colonización, explotación, expulsión. Masacre, miseria, ocupación. Alienación. Decepción, frustración, rebelión, miedo, terror, espanto, odio. Todas estas situaciones y sentimientos ha conocido —y conoce estos días— el pueblo palestino en su historia reciente.

Durante mi etapa como diputado socialista en el Parlamento Europeo (1999-2014) fui vicepresidente de la Delegación para las Relaciones con el Consejo Legislativo Palestino. Estuve en Cisjordania y en Gaza en varias ocasiones (previamente había visitado Cisjordania a título privado durante mis años de embajador en Jordania y en esta y en Gaza estuve cuando más tarde me hice cargo de la responsabilidad de fiscalizar la ayuda a los palestinos como director de la sede en Oriente Próximo de la Agencia de la Unión Europea de Ayuda Humanitaria (ECHO). Antes y después de estas responsabilidades he estado en contacto con amigos palestinos e israelíes.

El denominado Cuarteto, constituido por Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y Naciones Unidas, presentó el 30-4-2003 una Hoja de Ruta para la Paz, con el propósito de poner fin al conflicto israelí-palestino y crear un Estado de Palestina, independiente y soberano. Fui designado en el Parlamento ponente de un Informe sobre el tema. Lo denominé Paz y dignidad en Oriente Próximo. Lejos estábamos y estamos de paz y dignidad y la humillación persevera en los territorios ocupados por Israel. Condenaba en el Informe la violencia terrorista de un sector palestino, claramente minoritario, pero también el uso excesivo israelí de la fuerza militar contra el pueblo palestino. Soledad Gallego-Díaz acaba de publicar un excelente artículo (Homenaje a un periódico, El País, 15-10-23) ensalzando al diario independiente Haaretz, que “lleva años defendiendo los derechos humanos y civiles de israelíes y palestinos, sin desviar ni un instante la mirada sobre la crueldad y la obcecación de los gobernantes, propios y ajenos”.

Precisamente el mismo día en que yo presentaba mi Informe en el Parlamento (22-10-2003, hace ahora exactamente 20 años) Haaretz editorializaba: “El lunes, mientras Sharon pronunciaba un discurso vacío, ausente de toda visión política realista, helicópteros israelíes bombardeaban Gaza, alcanzando a varios terroristas pero también matando e hiriendo a muchos palestinos civiles inocentes. Frecuente y odiosa práctica que —escribía Haaretz— el ejército de Israel ha manifestado va a continuar". Algo que lleva al editorialista —producto de una sociedad democrática como la israelí— a advertir al Gobierno y al ejército que no deben con esa política “minar los estándares éticos que Israel ha adoptado a lo largo de los años, dado que la opinión pública dejará de confiar en sus líderes políticos y militares”. Estimo que lo esencial de ese editorial es plenamente trasladable a la situación de estos días, incluida la aseveración de la falta de confianza de la sociedad israelí en sus líderes.

En la Exposición de Motivos de mi Informe aseguraba que mi pretensión era lograr el máximo consenso para que fuera posible impulsar la racionalidad política que condujera, a la coexistencia primero, y a la convivencia y cooperación más tarde de dos pueblos y de dos Estados, israelí y palestino. En realidad se trataba de impulsar el mero sentido común, que obligara a ambas partes a acabar con las actitudes extremistas, con la violencia y el terrorismo y lograr una paz justa y digna en Oriente Próximo.

Esa paz digna, aunque no plenamente justa, estuvo a punto de lograrse mediante la racionalidad de dos líderes enfrentados, Isaac Rabin y Yasser Arafat, que el 13 de septiembre de 1993 acordaron en Oslo, con el patrocinio de Bill Clinton, poner fin a ese enfrentamiento y abrir una etapa pacífica de responsabilidades compartidas. Producto de la importante Conferencia de Madrid de 1991, los Acuerdos en Noruega iniciaron un notable proceso de paz entre israelíes y palestinos que debería haber estabilizado la región entera. Lo hizo imposible un judío de 25 años que asesinó a Rabin el 4 de noviembre de 1995 al final de una manifestación en apoyo de los Acuerdos de Oslo en Tel Aviv. Arafat había logrado convencer a la mayoría de los palestinos de los beneficios que reportarían los Acuerdos, algo en lo que Rabin había también avanzado en Israel, aunque no lo suficiente. El partido ultra Likud y numerosos dirigentes religiosos acusaron a Isaac Rabin de entregar al enemigo “las tierras de Israel” y calificaron lo acordado de “capitulación ante los enemigos”. Mantenían que retirarse de cualquier porción de territorio judío constituía una herejía.

El líder del Likud y futuro primer ministro, Benjamin Netanyahu, acusó a Rabin de estar “alejado de la tradición y de los valores judíos”. Algunos rabinos invocaron contra Rabin personalmente el imperativo de la autodefensa proclamado en la bíblica ley judía, proclamando que Oslo pondría en peligro la vida de los judíos. Con este panorama, es entendible que surgieran al menos algunos Yigal Amir, que así se llamaba el asesino de un hombre de paz, Isaac Rabin.

¿Cómo podemos esperar que los niños que han sufrido la muerte violenta de sus familiares y amigos y la destrucción de sus casas perdonen no sólo a sus vecinos israelíes, sino también a las potencias mundiales que no han hecho nada para defenderlos?

Aquellos polvos, esparcidos por gentes como Ariel Sharon y el propio Netanyahu, han hundido a una población de más de dos millones de gazatíes, casi la mitad de ellos niños, en los lodos de estos días en la Franja. Esa población soporta bombardeos indiscriminados y un bloqueo prácticamente total de agua, alimentos, combustibles, luz… Sin embargo no es la primera vez, aunque ésta sea la más extrema y con mayores víctimas. Lo han padecido en años anteriores. El sacrificio de Isaac Rabin no fue totalmente inútil. En 2014, en otra ofensiva israelí contra Gaza, la Asociación Independiente de Voces Judías se manifestaba así: “El bombardeo de Gaza ha causado no solo un elevado número de muertos y heridos civiles, sino también un severo trauma social. ¿Cómo podemos esperar que los niños que han sufrido la muerte violenta de sus familiares y amigos y la destrucción de sus casas perdonen no sólo a sus vecinos israelíes, sino también a las potencias mundiales que no han hecho nada para defenderlos? En cuanto judíos, estamos horrorizados por las acciones de un Gobierno que falsamente pregona que actúa en nombre de todos nosotros. Es hora de insistir en la detención inmediata de la expansión de las colonias que facilite el inicio de un proceso que ponga fin al bloqueo y a la ocupación”. Espíritu Isaac Rabin…

“No es necesario dormir para tener pesadillas”, rezaba una pintada en el muro de Berlín antes de ser derruido en noviembre de 1989. Hoy la población gazatí no puede dormir y tiene pesadillas. Es urgente, es labor de humanidad colectiva, ponerlas fin. Los Convenios de Ginebra de 1949 y sus protocolos adicionales de 1977 (adoptados por los Estados para que el Derecho internacional humanitario fuera más completo y universal y se adaptara mejor a los conflictos modernos) proscriben sin lugar a dudas las violaciones que estos días están llevando a cabo sobre todo Israel, pero también Hamás, algunas susceptibles de ser calificadas de crímenes de guerra: bombardeos indiscriminados de Israel contra civiles, asesinato masivo por Hamás de civiles en un festival, toma de rehenes civiles israelíes que Hamás lleva a Gaza, hospitales y mezquita bombardeados por Israel…

Es urgente recuperar el sentido común, recuperar el proceso de Oslo. Tras el trauma de esta guerra, cabe la posibilidad (no la seguridad) de que la sociedad israelí, al menos la parte ilustrada de la misma (la representada por la Asociación de Voces Judías que en 2014 pregonó la necesidad de servirse del sentido común), reanude la pacífica batalla contra la irracionalidad y el fanatismo. La sociedad internacional, en concreto las potencias más significativas, deben cooperar y exigir la vuelta a la imperiosa necesidad de establecer en el área dos Estados, palestino e israelí, soberanos e independientes que coexistan y, a ser posible, tras un cierto tiempo (una exigencia inmediata sería irreal) convivan.

Mientras tanto, quisiera, con todo respeto, dirigirme a los creyentes judíos para recordarles que en el siglo X antes de Cristo, el gran rey Salomón, hijo del rey David (que, dicho sea de paso, es considerado en el Corán uno de los profetas más importantes, con el nombre de Sulayman), contribuyó a una de las primeras formulaciones de una paz internacional que la Biblia recoge: “Yahvé dictará sus leyes a numerosos pueblos, que de sus espadas harán rejas de arados y de sus lanzas hoces. No alzarán la espada gente contra gente ni se ejercitarán para la guerra” (Isaías, 2). Convertir hoy esos deseos en realidades compete no solo a los israelíes, sino también a los palestinos. Con un matiz importante: los primeros son los ocupantes, los segundos son los ocupados. En cualquier caso, me reafirmo: considero Palestina la causa moral de nuestro tiempo.

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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.

Colonización, explotación, expulsión. Masacre, miseria, ocupación. Alienación. Decepción, frustración, rebelión, miedo, terror, espanto, odio. Todas estas situaciones y sentimientos ha conocido —y conoce estos días— el pueblo palestino en su historia reciente.

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