'Polígono chino': los entresijos del poder mediático en España

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Miguel Martín

Con la excusa de descubrir qué hay detrás de las misteriosas muertes vinculadas con una maldición azteca que se cierne sobre todos aquellos que persiguen el tesoro de Moctezuma, Pablo Francescutti nos sumerge en el interior de la redacción de un periódico ficticio de principios de siglo llamado La Munición.

Se trata de Polígono chino (Cosecha negra, 2023), una novela en la que su autor nos invita a seguir los pasos de Jordi Zabala, un periodista desencantado con su profesión que de pronto se ve obligado –por orden de uno de sus jefes– a emprender una investigación completamente descabellada en cuyo desarrollo acabará desvelando, de forma fortuita, algunos entresijos significativos del poder mediático en nuestro país, más concretamente de la prensa madrileña.

Como en toda novela negra, el enganche con el lector se produce sobre la base de una sucesión de incógnitas que se van revelando a medida que se avanza en la lectura. No obstante, lo que la hace original y marca la diferencia es el trasfondo que se describe en torno a sus protagonistas y tramas. El resto responde a las reglas del género: muertes en extrañas circunstancias, desapariciones, secuestros, asesinatos, sexo, conspiraciones, traficantes, mafias y, por supuesto, un protagonista que trata de salir indemne de todo ello.

Detrás de cada giro de guion con el que la historia nos sorprende y desconcierta, el autor mantiene nuestra atención de un modo natural y ameno en torno al paisaje que se nos describe a través de situaciones cotidianas, conversaciones entre diferentes personajes (periodistas, cubanos exiliados, traficantes, santeros, espías, mafiosos, etc.) y escenarios cuidadosamente bien referenciados.

Se trata de la España de los tiempos de Aznar, que recién estrenaba el euro con la promesa de elevar el nivel de vida de los españoles. La España que gestó el milagro económico basado en el mercado inmobiliario. La España de las tertulias matinales que dirigía un profeta ultraliberal llamado Federico. La España en la que la globalización se extendió hasta el deshumanizado mercado de la prostitución. La España en la que comenzó a generalizarse la instalación del ADSL. Y, por qué no destacarlo, la España donde las redacciones de los periódicos aún estaban habitadas por decenas de periodistas, fotógrafos, maquetadores e infografistas. Redacciones rodeadas por una atmósfera neblinosa provocada por el humo de los ceniceros, en la que los periodistas discutían con desenfado sobre si era necesario sindicarse y donde se comenzaban a preguntar sobre quiénes eran aquellos enigmáticos accionistas que sostenían los deficitarios medios para los que trabajaban.

Es en este variopinto escenario en el que se desarrolla la historia de Polígono chino, que, más allá de ser una novela de misterio, es una historia de confidencias donde un lector atento y entrenado podrá identificar con facilidad algunas claves de la crisis que sigue atravesando el periodismo en la actualidad.

Especialmente curiosas son algunas anécdotas que se van sucediendo a lo largo del relato: como la de un joven becario que, de la noche a la mañana, se convierte en redactor jefe de una cabecera financiada por la inmobiliaria de un amigo del alcalde de una localidad madrileña, cuyo fin no es otro que desprestigiar a la oposición con la esperanza de ser fichado para el gabinete de prensa del actual equipo de gobierno.

O el conflicto que se da entre Odalys, avezada periodista de La Munición, y su redactor jefe respecto a cómo se está informando a sus lectores sobre el conflicto entre las FARC y el gobierno de Colombia: mientras que a los primeros no se duda en calificarlos de “narcoguerrilla”, la periodista critica que se obvie explicar la situación de violencia desencadenada por las decisiones de su presidente. Se trata de la línea editorial del periódico, le dirán; una línea editorial que, como deja caer su compañero Jordi, siempre se manifiesta en los titulares, a veces de forma muy burda.

Quizá por eso, cuando se abusa de este tipo de prácticas, es cuando la figura del periodista pierde credibilidad frente a la ciudadanía y comienza a resquebrajarse la confianza en los relatos que hasta ese momento se presentaban como verdaderos e incuestionables, como el caso de la Transición: hoy más mito que realidad.

El problema no es que cualquier persona pueda opinar en redes sociales, sino que hoy en día no es posible establecer una gran diferenciación entre aquellos que dicen informar y los que desinforman

En estas circunstancias tienden a aparecer corrientes contrainformativas que, como se refleja en la novela, dan lugar a espacios de información alternativos como “La Chispa” en clara alusión a “La Tuerka” protagonizados por “revolucionarios de café” que, como se pensaba entonces, parecía que no llegarían nunca a ninguna parte.

Y entre retazo y retazo, toma forma el conjunto de la historia, cuyo hilo conductor no se limita a una sucesión de muertes inicialmente inexplicables, sino más bien a una investigación que nos adentra en el mundo opacado de quienes por entonces comienzan a manejar los hilos de los periódicos y las industrias culturales nacionales, muchos de ellos procedentes de América Latina. Un accionariado que, además de reunirse en reservados para decidir cuáles serán los próximos libros de gran tirada o los fichajes de presentadores estrella, busca generar en nuestro país un clima de opinión propicio para sus intereses a costa de perjudicar y denigrar a sus oponentes.

Es precisamente esta cuestión, la de cómo influir sobre la opinión pública, uno de los platos fuertes de la novela. Cuestión, además, que se puede vincular con lo que el semiólogo Paolo Fabbri denominó “gramática del poder”, término con el que se refería a las estrategias que se emplean en los discursos políticos para generar distintos efectos en el destinatario.

Si el problema de cómo se articula el poder mediático se redujese a la dimensión de quiénes son sus dueños, sería tan sencillo como desenmascarar quién está detrás de un determinado conglomerado mediático para comprender los intereses ocultos que hay tras lo que transmiten. Sería tan fácil como señalar al conjunto de sujetos que se mueve entre bambalinas para desacreditar la información que su medio provee al conjunto de la sociedad.

Sin embargo, este tipo de estrategias –como se ha podido comprobar por el desgaste constante de fuerzas políticas como Podemos– no es muy útil por sí sola. Esto se debe, entre otras cuestiones, a que la “gramática del poder”, más allá de explicarse por quién es el sujeto que enuncia una determinada información u opinión, se configura en el plano discursivo, lugar en el que se negocia sobre el valor y sentido del mundo en el que nos encontramos inmersos y que da forma a aquello que identificamos como la “realidad” o lo “verdadero”.

Parafraseando a uno de los personaje de la novela, puede que este tipo de reflexiones sobre la labor periodística resulten ser un tostón para muchos lectores, pero la ventaja de esta historia es que, lejos de serlo, es un divertido pasatiempo con el que, además de entretenernos, podemos entender por qué vivimos en el clima de polarización mediática en el que estamos instalados, por qué los periodistas se han convertido en figuras tan desprestigiadas para un amplio sector de nuestra sociedad y cómo los medios de comunicación han acabado en manos de quienes están.

Francescutti nos sitúa en un tiempo en el que se comienza a intuir con claridad la crisis del periodismo: “La prensa la lleva cruda […] no podemos ganarle a la Red”, dice un personaje hacia el final de la historia. Sin embargo, atendiendo a lo que se cuenta en esta novela, creo que el origen del problema no es Internet en sí, sino el profundo descrédito que ha alcanzado esta profesión por el descuido de quienes la han ejercido y, por qué no decirlo, por la dejación de funciones del Estado a la hora de evitar que nuestro ecosistema mediático se haya convertido en un oligopolio en manos de intereses particulares, muchos de ellos extranjeros.

El problema no es que cualquier persona pueda opinar en redes sociales, sino que hoy en día no es posible establecer una gran diferenciación entre aquellos que dicen informar y los que desinforman. Esta confusión es en la que se instala nuestro protagonista, que, a pesar de tratar de ejercer de forma honesta su labor como filtro de múltiples informaciones cruzadas, acaba viéndose a sí mismo como un juguete roto al servicio del morbo y del sensacionalismo.

Pero como también se dice en la novela, “un periodista vale más por lo que calla que por lo que cuenta” y una de las principales armas del periodismo, quizá la principal, es el discurso: saber qué decir y cómo; saber qué dar por presupuesto y cómo hacerlo presente sin tener que contarlo. Esta es la gran habilidad que pueden desarrollar los periodistas para informar a la ciudadanía y sobrevolar la censura de quienes tienen poder sobre ellos, sobre todo en un tiempo en el que saben que son dependientes de estructuras que los limitan a la hora de expresarse.

Quizá, así, logren recuperar su valor y credibilidad. Quizá, así, dejen de ser vistos como vasallos del poder y comiencen a ser valorados como verdaderos profesionales de la información, es decir, profesionales que con su trabajo nos ayudan a escapar del constante flujo de pasiones y odios que nos circunda y facilitan que podamos dar forma y sentido a los sucesos que acontecen en el mundo. En definitiva, que con su labor contribuyan a que la realidad tome un orden y se haga inteligible al margen de intereses puramente particulares o miradas sesgadas. Con Polígono chino, una ficción basada en hecho reales, esto se consigue con éxito. Por eso, no duden en seguir a Jordi Zabala en sus aventuras y desventuras.

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Miguel Martín es licenciado en Filosofía por la Universidad de Valladolid, Doctor en Semiótica por la Universidad Complutense de Madrid e investigador de Diacronía.

Con la excusa de descubrir qué hay detrás de las misteriosas muertes vinculadas con una maldición azteca que se cierne sobre todos aquellos que persiguen el tesoro de Moctezuma, Pablo Francescutti nos sumerge en el interior de la redacción de un periódico ficticio de principios de siglo llamado La Munición.

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