Postmodernismo, liberalismo, ciencia y anarquismo. Consideraciones de un debate un tanto añejo

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Isa Ferrero

“Ningún hombre que piense medianamente desconocerá hoy que es imposible juzgar un período histórico sin tener en cuenta sus condiciones económicas. Pero es completamente unilateral el querer hacer pasar toda la Historia únicamente como resultado de las condiciones económicas, bajo cuya influencia tan sólo adquieren forma y colorido los otros fenómenos de la vida social. Apenas hay un acontecimiento histórico en cuya manifestación no hayan cooperado también causas económicas; pero las fuerzas económicas, sin embargo, no son nunca las únicas fuerzas matrices que ponen en movimiento todo lo demás. Todos los fenómenos sociales se producen por una serie de motivos diversos que, en la mayoría de los casos, están entrelazados de tal modo, que no es posible delimitarlos concretamente. Se trata siempre de efectos de múltiples causas, que pueden reconocerse claramente, pero que no se pueden calcular de acuerdo con métodos científicos”. (Rudolf Rocker, 1933).

Quizá el mayor argumento que puede darse para refutar cierto discurso tóxico que escuchamos a diario es que, según estos análisis, el pensador anarquista Rudolf Rocker sería calificado hoy en día de “neoliberal”, “postmoderno” o “liberal modernito”. No hacen falta estudios sociológicos muy sofisticados para darle la razón. Estas acusaciones que fragmentan aún más a la izquierda entran en una contradicción que sí que tiene más sentido calificar de postmoderna, dado que se suele recurrir a esa forma de teorizar términos que son sacados de su contexto original, por lo que pierden su significado primigenio, originando el posible olvido de los hechos históricos. Resulta irónico ver a gente abiertamente ‘antipostmoderna’ elaborar un discurso en el que se critican conceptos como el “neoliberalismo sexual” haciendo elaboraciones ilegibles que van desde su exclusivo “materialismo histórico con filias estalinistas” hasta el “consumir cuerpos” y el “sexo sin compromiso”. Es muy revelador descubrir que anarquistas como Emma Goodman habrían realizado el “neoliberalismo sexual” muchas décadas antes de que Ronald Reagan o Margaret Thatcher llegaran al poder.

Los tiempos actuales son propicios para que estos discursos vuelvan a florecer con fuerza. El discurso dogmático, infalible y científico ha vuelto a reformularse en términos parecidos para atacar y cuestionar los derechos de las personas trans. Volvamos a Rocker y el error de utilizar las ciencias naturales para los temas sociales.

Nuestro mayor error, en cambio, ha sido no darnos cuenta de que este debate es muy viejo. Las palabras de Rocker resumen de una forma bella las grandes diferencias entre una izquierda más plural y una izquierda mucho más ortodoxa que de vez en cuando yerra, en mi opinión, al llevar su discurso teórico demasiado lejos. Sin embargo, echar un vistazo al pasado y a las victorias que se han conseguido dentro de los países capitalistas debería provocar cierto optimismo. Pese a la propaganda de la Unión Soviética y Occidente, con el consiguiente nefasto resultado de que una parte de la izquierda se viera seducida por intelectuales a menudo poco honestos, plagados de charlatanes que en su día defendieron a Stalin, Mao y compañía, se pudieron conseguir grandes avances. El mayor ejemplo es la formación de los Estados del bienestar después de la Segunda Guerra Mundial y la denominada Edad de Oro del Capitalismo, donde, en países como Estados Unidos o Reino Unido, los partidos conservadores y progresistas estaban más o menos de acuerdo en que el crecimiento económico debía mejorar notablemente las condiciones de vida de los sectores más pobres de la población.

Recordemos, por ejemplo, que los tipos del IRPF superaban ampliamente el 90% para las grandes fortunas. Imaginen qué calificativos recibiría un partido político si propusiera algo tan radical como lo que defendía el expresidente de Estados Unidos Dwight Eisenhower en los años 50. Eisenhower no se caracterizó por ser muy progresista, aunque dejara advertencias sensatas sobre el “Complejo Militar Industrial” estadounidense. Ahora que vuelve a estar de moda Irán y la teocracia iraní, no hay que olvidar que el último experimento democrático fue aniquilado por un golpe orquestado por la CIA en el 53.

Sin embargo, existía un cierto consenso de que las grandes fortunas debían pagar impuestos. Tanto es así que durante su presidencia el tipo marginal llegaba al 91%. Plantear en el contexto actual medidas así conlleva ser tildado de extremista por el discurso oficial. No hace falta irse muy lejos para comprobarlo. La irrupción del candidato Corbyn dentro del laborismo inglés, que buscaba revertir la destrucción neoliberal empezada por Thatcher y rematada por la tercera vía (neoliberal) del partido laborista, generó una dura campaña por parte de los medios de comunicación que, unido al brexit y a los errores de Corbyn, explican su derrumbe electoral. En cualquier caso, más de un siglo después, el “temor rojo” sigue siendo la respuesta de las élites en tanto una alternativa irrumpe y amenaza sus intereses.

Volviendo a lo anterior, no creo que el debate entre las ciencias naturales y temas sociales no sea interesante, sobre todo en lo que tiene que ver con las consecuencias políticas de los avances científicos. La ciencia, en esencia, es neutra y depende del modelo de sociedad que tenemos si los avances son beneficiosos o perjudiciales. No obstante, muchos de estos debates que se producen en el campo de la ciencia o son erróneos o se producen de la forma más beneficiosa para los intereses de las élites.

Las causas de la crisis climática

Vivimos en tiempos muy peligrosos. Literalmente, queda poco más de una década para evitar la destrucción de nuestro planeta. Recientemente hemos visto cómo después de la crisis económica vivida en la pandemia, las emisiones de dióxido de carbono han vuelto a dispararse. Las élites globales siguen sin comprometerse a la hora de evitar la catástrofe y es cuestión de supervivencia que los movimientos sociales obliguen a los gobiernos a actuar. En este escenario apocalíptico en el que vivimos, se hace muy importante que el público conozca las causas de la crisis climática.

Dice mucho de nuestra época y del nivel del sectarismo reinante que sea mucho más importante discutir si la biología puede explicar los fenómenos sociales, (un debate que debería estar superado) que no debatir sobre cómo una serie de canallas con nombres y apellidos tuvieron tanto éxito en sabotear la metodología de la ciencia para alcanzar consensos. Un aspecto transcendental que hay que tener siempre presente es que, ya en los años 80, los grandes avances de los modelos computacionales, unidos a una movilización del sector ecologista, obligaban a los gobiernos a tomar medidas urgentes para evitar la catástrofe medioambiental. Qué poco se discute, por ejemplo, el magnífico estudio realizado por los historiadores científicos Naomi Oreskes y Erik M. Conway, sintetizado en la magistral obra Merchants of Doubt o las investigaciones de años y años de trabajo del movimiento ecologista. No me cansaré de decirlo, pero si de verdad hay una vanguardia, esa vanguardia son las organizaciones sociales.

Atender los grandes problemas entre ciencia y política puede ser una tarea muy productiva si queremos evitar de nuevo trágicas consecuencias en un futuro. También ayudaría a derribar el mito de la prensa libre y comprometida con la verdad, en tanto que las élites corporativas utilizaban a menudo los medios de comunicación para propagar discursos con un fuerte carácter negacionista o que despreciaban la amenaza medioambiental que se ha ido agudizando cada año a pasos agigantados. Como vemos, nuestros grandes problemas de ahora son los mismos problemas de antes.

En España no son tiempos especialmente prometedores, al tiempo que la división dentro de la izquierda se agudiza con el riesgo de sembrar una alternativa que sea de todo menos progresista. Las explicaciones son bastante sencillas y no hace falta hurgar mucho para encontrar fuertes motivos. La decepción dentro del electorado más progresista y con ansias de cambio es latente en tanto que el gobierno más progresista de la historia es incapaz de llevar una agenda mínimamente socialdemócrata. A esto hay que añadir la creciente burocratización de Unidas Podemos y el fracaso de no formalizar un proyecto unido de forma efectiva que empujara hacia políticas de progreso, pero también otros factores muy importantes como es el acoso de los medios de comunicación y su intolerancia con cualquier alternativa que pueda girar a la izquierda al gobierno. A estos problemas se le suma un contexto internacional que de momento no es el más idóneo. En resumidas cuentas, la izquierda sigue siendo incapaz de hacer frente a la nueva oleada reaccionaria que parece no tener fin.

A estos elementos, hay que añadir una lucha de carácter ideológico que hemos mencionado antes y que provoca que se escenifiquen posturas cada vez más insalvables y cuyas semejanzas nos hacen retroceder a las peleas pasadas entre el movimiento más libertario y el marxismo más ortodoxo. Si no se toman las suficientes medidas, corremos el riesgo de ver cómo la izquierda queda bajo los escombros de la intolerancia. Pensar que solo es la ley trans es negarse a ver el problema entero. En este sentido, es inexacto y una media verdad ver ciertas conspiraciones urdidas por el Partido Socialista cuando el problema viene de bastante lejos.

Existe una explicación bastante razonable de lo que estamos viviendo. Al margen de las motivaciones para difundir estos discursos, es obvio e irrebatible que hay un profundo malestar entre la población, dada la insoportable desigualdad en la que vivimos y el fracaso de un modelo económico que ni las élites son capaces de controlar. Esto provoca que haya un público receptivo a aceptar ideas más ortodoxas (digámoslo así), que tienen razón a manifestar su resignación, pero que la pierden cuando desenfocan su frustración hacia los logros culturales transmitiéndose desde sectores intelectuales un odio irracional. La nueva intelectualidad, con tendencia a ser poco honesta, lo sabe y propaga el odio. En cualquier caso, conocer la razón por la que se produce es una condición necesaria para evitar que la izquierda española salte por los aires.

Por otro lado, dentro de la derecha esta división se ha producido también con mucha más virulencia. Sin ninguna duda, es mucho más preocupante que lo primero y forma parte de los síntomas mórbidos, por parafrasear a Gramsci. No es un fenómeno exclusivamente español. Sus apoyos son cada vez más amplios apoyándose en una ideología que tiene que ver mucho con el fascismo, pero que en el mundo en el que vivimos es incluso peor al combinar el neoliberalismo con ideales reaccionarios. No solo buscan retroceder décadas de avances, sino también seguir reforzando a las grandes multinacionales y quebrando aún más el Estado del bienestar. Son tiempos bastantes extraños y desconcertantes. En apenas una década hemos visto la llegada de Trump, el Brexit, Salvini, Modi y Bolsonaro, por decir solo unos nombres.

Esta amenaza, unida a la de un sistema económico que sigue generando horror y horror, es razón suficiente para que nos mantengamos unidos y busquemos una alianza de las fuerzas progresistas. Todo lo que no sea eso sigue dando margen para que el actual sistema económico y político siga creando barbarie mientras nos encaminamos hacia el abismo. La creciente crisis económica en la que vivimos hace también más difícil el entendimiento por toda la frustración reinante y las posibles diferencias de enfoques/estrategias culturales, pero también se abre una oportunidad porque podemos ponernos de acuerdo en muchos otros temas que deben ser urgentemente reformados.

También en muchos otros temas se pueden alcanzar ciertos consensos, aunque no sea dentro del espacio de izquierdas donde estamos más cómodos. Esto es especialmente cierto en temas de libertades individuales. Y ya no solo es un principio de democracia, sino de estrategia pensar que se puedan llegar a acuerdos con sectores más a la derecha. Esto es fácil de conseguir por la sencilla razón de que los cambios culturales encuentran menos oposición de los grandes poderes que las reformas económicas. Todos lo hemos visto. Es relativamente más sencillo convencer a las grandes corporaciones para realizar una serie de televisión como “La Veneno”, que convencerles para que paguen más impuestos en aras de mejorar nuestros servicios públicos. No es nada nuevo, aunque es igualmente frustrante ver los delirios conspiratorios que ha generado un hecho tan evidente.

Pero aquí también conviene precisar, una cosa es el poder y otra cosa es el ciudadano que escucha el discurso que el poder financia. Hay ciertamente manipulación mediática, pero es verdad que tampoco hay masas uniformadas. Nadie por naturaleza es de derechas ni de izquierdas. Algo obvio, pero que muchas veces olvidamos. Si de verdad hay algo en nuestra naturaleza humana es el carácter social y la necesidad de justicia. Darse por vencidos, no dialogar e intentar llegar a acuerdos solo imposibilitan los cambios.

Los cambios son posibles

También existe otra razón para pensar que estos acuerdos sobre contenidos pueden ser más fáciles de lo que pensamos. Antes de las cuatro décadas vividas de duro neoliberalismo, se han podido experimentar períodos donde la opinión más conservadora defendía modelos económicos del bienestar que ahora se considerarían radicales y de extrema izquierda. La formación de los sistemas del bienestar habría sido imposible de mantener si la derecha no hubiera firmado los logros de la socialdemocracia. Con esto no quiero dar a entender que a lo máximo que aspiramos sea a un modelo económico que también tenía muchos problemas, sino que los cambios son mucho más posibles de lo que creemos y que podemos ser mucho más ambiciosos y, por qué no, avanzar hacia un modelo mucho más socialista. Es un argumento muy potente para el votante conservador hacerle ver que antes de la cruzada neoliberal de Margaret Thatcher, el crecimiento económico era mucho más sano y no daba a lugar a las crisis que de tanto en tanto surgen por la avaricia de un puñado de personas. En el caso de España, su mayor reto es por lo pronto moverse hacia modelos más sanos con el punto de vista puesto en Europa. Es bastante interesante ver cómo en un país como Alemania, la derecha de Merkel implementa políticas de izquierdas que ya quisiera Podemos en un millón de años. Ciertamente dice mucho del proyecto de Podemos, pero también lo dice de Alemania.

En definitiva, los ideales liberales y socialistas (muy bien recogidos por el pensamiento libertario) permiten estos cambios. A veces resulta irracional e imposible pensar que los cambios puedan venir por parte de una vanguardia y es preciso recordar que, aparte de ser una quimera, es una postura profundamente antilibertaria. En suma, hay que volver a ideales antiguos del liberalismo y hay que reconocer que hay ciertos elementos recogidos en la Constitución en nuestras democracias que posibilitan que se produzcan cambios necesarios a través de eternas luchas que al final convenzan a la mayoría de la población de su conveniencia. Con especial fuerza hay que resaltar dos elementos básicos que conectan el socialismo, el liberalismo y el anarquismo. Son la libertad de expresión y la libertad de asociación. Organizarse y transmitir al resto de ciudadanos que una sociedad nueva es posible.

Sin embargo, mucha parte de la izquierda ha decidido abandonar el liberalismo, muchas veces negándose a entrar dentro de sus ideas y ha dejado el espacio para que la derecha se apropie de un término de una forma interesada. No es casualidad que en nuestros medios de comunicación aparezcan hasta en la sopa autodenominados liberales como Juan Ramón Rallo. Esto es cierto hasta en medios teóricamente de izquierdas como La Sexta. Las consecuencias son terribles al producirse una distorsión absoluta sobre las libertades del individuo. Como dice muy bien el célebre historiador del fascismo, Timothy Synder, existe un gran malentendido sobre lo que es la libertad. En España, en consonancia con los países donde se ha puesto en práctica a menudo el neoliberalismo, lo sabemos muy bien.

Quizá no sea cuestión tampoco de presentar al liberalismo como una filosofía de izquierdas, sino darse cuenta de que parte de sus ideales que todos disfrutamos se deben a conquistas sociales y que estos no permiten realizar los cambios necesarios que nuestra sociedad requiere.

Es una cuestión también de democracia y de estrategia adecuada. Cojan por ejemplo varios problemas que deben ser urgentemente solucionados, temas sociales como la pobreza energética, el elevado precio del alquiler, materias de derechos humanos y de colaboración de España en conflictos donde muere a diario mucha gente inocente y derechos para vivir con plena libertad, como es el caso de las personas trans. Si los debates se producen con la suficiente calma, bien organizados y superando el posible entorpecimiento de los medios de comunicación, es posible alcanzar un consenso pleno en estos tres temas. Cualquier persona con dos dedos de frente está a favor de no pagar un alquiler disparatado, de no vender armas para que se maten civiles y de facilitar la vida lo máximo posible a un colectivo que nunca lo ha tenido nada fácil. Es completamente cierto que vivimos en una sociedad fragmentada, pero de igual forma ideales como el liberalismo y el socialismo pueden ayudarnos a volver a crear esa unión de grupo tan necesaria en nuestros tiempos. Sobre todo, porque lo importante en nuestra época es centrarnos en el contenido, en las reformas necesarias que necesita nuestra sociedad para evitar un colapso. Una estrategia adecuada que nos hará ahorrarnos bastantes disgustos.

Por otro lado, hacer un adecuado diagnóstico es importante para poner soluciones efectivas sobre la mesa. El auge de la extrema derecha es un aspecto que asusta y mucho. Lejos de volver a poner trincheras dentro de la incorrecta interpretación que mucha gente suele hacer de la palabra antifascista, no hay que desfallecer en los intentos de convencer a la gente de que los discursos racistas, intolerantes y totalitarios no ocurren por generación espontánea. También ayudaría que la vanguardia de izquierdas tenga la suficiente humildad con el fin de evitar un desastre. Hillary Clinton tenía motivos en la campaña electoral del 2016 para referirse a “la mitad” de los votantes de Trump como “deplorables” y describiéndolos como “racistas, sexistas, homófobos, xenófobos e islamófobos”, pero hacerlo es un grave error. Se puede argumentar que Clinton tiene poco que ver con la izquierda y que de ahí viene la derrota. Es verdad, pero aun así habría seguido siendo un error por muy de izquierdas que fuera la persona que pronuncie un discurso así. A veces es mucho más fácil sucumbir a la tentación de confrontar sin intentar antes convencer. Un error que la derecha utiliza siempre con maestría.

Mejorar la sociedad

Otro tema importante para analizar tiene que ver con el florecimiento de la filosofía postmoderna. Se pueden decir muchas cosas tanto valiosas como mejorables. Muchas de las críticas vertidas desde el marxismo más sectario son ciertamente injustas, imprecisas y en muchas ocasiones bastante desafortunadas. Sin embargo, es un error también no reconocer que tienen un punto de razón o por lo menos cierta racionalidad en su argumentario cuando se aduce que teorías demasiado enrevesadas y complicadas tienen el peligro de distanciar a la sociedad. Utilizar un lenguaje difícil, con formulaciones tan complicadas para explicar ya hechos muy complejos, corre el riesgo de convertir los debates intelectuales en cosa de privilegiados. A veces estos comentarios tienen bastante sentido, pero siempre va a ser oportuna cualquier crítica que busque democratizar el conocimiento. Algo que creo que siempre ha sido cierto, pero que ahora lo es mucho más por todo el enorme flujo de información que recibimos a diario.

La libertad de expresión siempre debe utilizarse para proponer aspectos que mejoren nuestra sociedad. La capacidad para organizarnos y crear alternativas que desafíen a los grandes medios de comunicación y de sentir ese arrope que nos da la sociedad debe ser siempre nuestro objetivo, y más en un mundo que ha sido a propósito fragmentado desde que empezó el neoliberalismo. Por esta razón, crear especies de vanguardias intelectuales que digan al pueblo cómo tiene que pensar es siempre dañino. En muchos momentos de nuestra historia reciente, ha habido intelectuales que se han sentido atraídos por esta filosofía que desde siempre ha pregonado el marxismo más ortodoxo y sectario. Es, por lo tanto, irónico ver cómo muchos de los marxistas más puros de toda la vida se escandalizan por la proliferación del componente más positivo que veo yo en el postmodernismo, y es el cuestionamiento de los grandes relatos y de todas las teorías, independientemente de que luego se pueda canalizar en algo más o menos productivo. Es interesante ver cómo todo esto degenera en una batalla de egos que vuelve a ser el mismo espectáculo lamentable de siempre.

Sin entrar más en una discusión que puede ser eterna, quería expresar una opinión que tengo la sensación de que mucha gente comparte. Pecaré de ingenuidad, pero todavía veo posible avanzar hacia un marco que no acabe por dinamitar las ansiadas expectativas que nuestra sociedad tiene. Se van a cumplir en dos meses diez años del 15M y todavía seguimos esperando un verdadero cambio y transformación que ponga remedio a un deterioro democrático y económico en el que España no es ni mucho menos la excepción. Paradójicamente, quedan también aproximadamente 10 años para evitar la destrucción del planeta.

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No digo nada descabellado si afirmo que, si la especie humana quiere seguir sobreviviendo, en los próximos 10 años debemos tener mucho más éxito que en los 10 anteriores. La urgencia es todavía máxima porque en el plano interno los problemas no dejan de reproducirse. El mundo sigue viviendo continuamente bajo la barbarie, resultado de una historia poco gloriosa que produce cierta vergüenza repasar. A pesar de que hoy en día tenemos derechos humanos, la mayoría de los crímenes en el mundo siguen quedando impunes. Finalmente, el modelo neoliberal ha exportado la pobreza de los países más pobres a las sociedades del bienestar después de los años 80. Nunca ha habido mayor urgencia en la historia para que se produzca un cambio de modelo económico y político. Por esta razón las esperanzas son muy grandes, a pesar de que los peligros son muchos y las amenazas inquietantes.

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Isa Ferrero es activista de derechos humanos especializado en la crisis humanitaria que se vive en Yemen y autor del libro 'Negociar con asesinos. Guerra y crisis en Yemen'.

“Ningún hombre que piense medianamente desconocerá hoy que es imposible juzgar un período histórico sin tener en cuenta sus condiciones económicas. Pero es completamente unilateral el querer hacer pasar toda la Historia únicamente como resultado de las condiciones económicas, bajo cuya influencia tan sólo adquieren forma y colorido los otros fenómenos de la vida social. Apenas hay un acontecimiento histórico en cuya manifestación no hayan cooperado también causas económicas; pero las fuerzas económicas, sin embargo, no son nunca las únicas fuerzas matrices que ponen en movimiento todo lo demás. Todos los fenómenos sociales se producen por una serie de motivos diversos que, en la mayoría de los casos, están entrelazados de tal modo, que no es posible delimitarlos concretamente. Se trata siempre de efectos de múltiples causas, que pueden reconocerse claramente, pero que no se pueden calcular de acuerdo con métodos científicos”. (Rudolf Rocker, 1933).

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