Repensar y rehacer el turismo: más no es mejor

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Javier Blanco Herranz

Sin capacidad de desplazamiento no hay turismo. Y esto lo comprobamos justamente hace cuatro años, a raíz de la pandemia. Situación tan insólita nos obligó a examinar a fondo esta actividad, sus fortalezas y dependencias, sus valores y sus objetivos. Mi aportación al debate la expresé en 2020 en el libro Antes de pulsar el botón de reinicio. Abogaba por su reconstrucción desde bases sólidas y renovadas.

2023 ha certificado la recuperación de las cifras de visitantes y de gasto anteriores a la pandemia. En el pasado FITUR se palpaba un ambiente de euforia saludando cifras tan asombrosas de crecimiento en tan corto espacio de tiempo, pero la aceptación general que conlleva estar instalados en el éxito no implica orillar o difuminar los retos estructurales que deben afrontarse. De hecho, en determinados foros empresariales en la feria se manifestaba la preocupación sectorial por el desapego ciudadano sobre el turismo y sus efectos.

La historia del turismo español es una larga historia de éxito, basado en los valores de sus ciudadanos, en un modo de vida y en un clima hasta ahora muy demandado por nuestros visitantes, orientado al crecimiento por bandera y que ha sabido gestionarse con acierto general en sus diferentes niveles de responsabilidad. Pero es cierto que desde hace años venimos leyendo –especialmente en los preliminares de la feria FITUR– opiniones y editoriales reclamando invariablemente un “cambio de modelo”.

Hoy no ha desaparecido de la gestión turística la mentalidad del crecimiento sin ambages, por más que retóricamente veamos los espacios turísticos colmados con términos como “equilibrio” o “sostenibilidad” o se perciban otros acentos que priorizan la nunca bien explicada “calidad” o el mayor gasto por turista al crecimiento. Aun reconociendo saludables iniciativas turísticas consistentes y alineadas con propósitos sociales y ambientales, éstas navegan con dificultades para proyectar su valor ejemplificante en el vasto mar corporativo que domina el escenario y la influencia institucional.

Y así, nadie detiene la urbanización de los últimos residuos vírgenes de nuestras costas, en zonas saturadas con escasez de agua y deficientes saneamientos, o la ocupación abusiva de espacios públicos en las ciudades. Los fondos de inversión siguen paseando por FITUR alentados por la rentabilidad inagotable de esta actividad. La fiesta no hay quien la pare.

Como corolario de cualquier crecimiento sin control, se ha dicho certeramente que este genera riqueza para una parte de la población, pobreza para otros e incertidumbre para casi todos.

El turismo español contribuye muy notablemente a la economía del país, pero el recurso al mantra de que esta industria “genera riqueza y empleo” o posibles campañas puntuales de comunicación no pueden remediar los daños inflingidos por el crecimiento a toda costa y resultarán insuficientes para atemperar un malestar ciudadano creciente. No puede sorprender que a la vista de la pérdida de calidad de vida en muchas poblaciones y lugares (masificación, pisos turísticos, terrazas, ruidos, carestía, etc.), cada vez resulte más difícil ver “el pan” del turismo. Otros maldicen la actividad (“o ellos o nosotros”), o la perciben como insoportable (¿Dónde meter a tanta gente?).  Lo más preocupante es que ciudadanos afectados por los excesos creen que ellos son “los que sobran” y que ningún poder público competente en materia turística escucha y corrige excesos e impactos tan continuados en el tiempo.

Una condición esencial de un proyecto de desarrollo turístico es la calidad ética de las decisiones de quienes lo impulsan, es decir, cómo lograr que la sostenibilidad penetre realmente en nuestras decisiones. 

Pero, ¿es posible conciliar la visión del crecimiento con la de la sostenibilidad y la reducción de impactos ambientales y sociales? Aunque se nos tache de ingenuos, creemos que es posible, necesario y urgente y tiene que ser objeto de un amplio debate.

España declaró la emergencia climática en 2020, y ello debe tener consecuencias en las políticas turísticas. Somos una de las regiones europeas más vulnerables al cambio climático, y las zonas más cálidas de España ya tuvieron un crecimiento del gasto turístico más lento entre las temporadas altas de 2019 y de 2023 (Caixa Bank Research).

¿Cómo podríamos agregar más valor a la actividad?, quizás con proyectos transformadores y transversales a medio y largo plazo, fruto de la colaboración público-privada y con participación social, escuchando a ciudadanos y grupos afectados.

La acción climática (adaptación, mitigación y protección) debe erigirse en uno de los factores esenciales de nuestras políticas y del desarrollo socioeconómico. España es el país europeo con mayor biodiversidad de fauna y flora y nuestros destinos deben ser auténticos guardianes de su conservación, involucrando también a los turistas en procesos que favorezcan comportamientos sostenibles reales.

El turismo español, como consecuencia de su crecimiento turístico, necesita ir más rápido y más lejos para reducir las emisiones contaminantes de su actividad, adaptando todas las infraestructuras y actividades a las cambiantes condiciones climáticas.

Frente al modelo de crecimiento exponencial de las últimas décadas, debiéramos fijar nuestro propósito en construir destinos bajos en carbono, prósperos y con valor público, social y ambiental

Alrededor del 11% de las emisiones mundiales de GEI proceden del turismo. La aviación, que es responsable de alrededor del 5%, es a su vez un medio esencial para las llegadas del 85% del turismo internacional, y hoy el crecimiento de las llegadas aéreas continua imparable a ritmo de dos dígitos. El anuncio de la ampliación de Barajas se inscribe en esta dinámica de crecimiento de una capacidad de acogida ya muy apreciable.  Esperando a nuevas políticas de la UE para hacer frente a las emisiones extracomunitarias de larga distancia, parece irreversible impulsar un mayor uso de nuestra capacidad de infraestructura ferroviaria y un sistema de transporte multimodal eficiente. En este sentido, debiera ponerse en marcha la prohibición de vuelos domésticos donde haya alternativas AVE de menos de 3 horas. Aunque insuficiente, sería una señal del cambio.

En destinos agotados de costa siguen los planes expansionistas, a corto plazo, bajo el modelo residencial e intentando mejoras del territorio que el propio crecimiento ha degradado. Las limitaciones al crecimiento en zonas sobreexplotadas deben ponerse en marcha. Debemos demostrar capacidad institucional y de conocimiento para imaginar y emprender salidas ambiciosas para romper inercias que nos llevarían, más pronto que tarde, al colapso en algunos lugares. Se trata de prevenir, atendiendo a las consecuencias de nuestras acciones. 

Por otro lado, los objetivos para la promoción del país en mercados internacionales deben reconsiderarse seriamente. Continuar aspirando a mercados emisores con mayor capacidad de gasto implica incrementar aún más la huella climática, al afectar a mercados asiáticos o transatlánticos. Otros países europeos ya están reduciendo selectivamente algunos de sus mercados principales. 

En fin, frente al modelo de crecimiento exponencial de las últimas décadas debiéramos fijar nuestro propósito en construir destinos bajos en carbono, prósperos y con valor público, social y ambiental.

Necesitamos y pedimos un cambio de rumbo real. Quiénes hemos estado trabajando en este sector y queremos seguir apostando por su desarrollo futuro, creemos en otras posibles formas de turismo, con otros propósitos, con mirada larga, con conciencia planetaria que nos advierta sobre estilos de vida de alto consumo, capaces de adoptar con firmeza decisiones éticas, de escuchar a los ciudadanos afectados por las consecuencias de prácticas extractivas.

¿Por qué no proyectamos un noble y posible horizonte común donde el bienestar general prime sobre los demás y la actividad turística de España sea el mejor ejemplo de desarrollo positivo y de una distribución más equitativa de los beneficios que genera?

En el turismo que viene, más no es mejor.

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Javier Blanco Herranz, ex Director Ejecutivo de la Organización Mundial del Turismo (OMT).

Sin capacidad de desplazamiento no hay turismo. Y esto lo comprobamos justamente hace cuatro años, a raíz de la pandemia. Situación tan insólita nos obligó a examinar a fondo esta actividad, sus fortalezas y dependencias, sus valores y sus objetivos. Mi aportación al debate la expresé en 2020 en el libro Antes de pulsar el botón de reinicio. Abogaba por su reconstrucción desde bases sólidas y renovadas.

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