La sensación de ser de izquierdas y vulnerable

Soy de izquierdas y tengo la sensación de que esa característica, esa forma de saberme en el mundo, me hace vulnerable

Desde muy temprano, en ese proceso de asimilación, he estado fomentando la necesidad de acudir a los textos de Toni Negri, de Foucault, a la base teórica de parte de la Escuela de Frankfort, al flujo de pensamiento del marxismo teórico, al cine de Ken Loach o el de Costa- Gavras, a las claves más o menos asentadas en la investigación, para adecuar mi espíritu a determinados valores que me han situado en el espacio de la izquierda ideológica en mi país. 

He marcado mis estudios con un especial interés por sostener aquello que me ponía delante del proceso social para encontrar en el otro un motivo para la acción, para impulsar pensamientos que tengan naturaleza colaborativa, solidaria, humanista, una manera de pensar que no me singularice desde postulados excluyentes, sino que me otorgue la capacidad de compartir. También mi literatura ha ido conquistando los espacios de lo ideológico (no de otra manera el escritor puede transitar por sus mundos particulares). Y en ese recorrido he ido construyendo la fuerza y el ímpetu para decir que soy de izquierdas. Para saberme en la izquierda.

Pero ahora tengo la sensación de que soy vulnerable; y esa vulnerabilidad me hace, no torpe en mis argumentos o escindido del pensamiento, pero sí temeroso ante la beligerancia con la que una parte de la sociedad con la que comparto vida admite mi compromiso con la izquierda. Porque es el miedo ante la intolerancia, el mismo que surge cuando está en peligro mi manera de pensar, el que dificulta andar de frente para ir reivindicando una condición, una intención de enfrentarse a las cosas, desde las claves que determinan un comportamiento de izquierda. 

¿Y cómo hemos llegado a esto?¿De qué manera hemos hecho posible que un pensamiento, o la defensa del mismo, nos haga vulnerables ante los otros? Tengo para mí que el crecimiento de la intolerancia en las sociedades democráticas es una enfermedad que tendríamos que tratar, no con paliativos, sino con la intención de extirpar el tumor allí donde se produce; porque corremos el riesgo de generar metástasis que hagan muy difícil controlar la enfermedad para sanar al paciente. Formación y no confrontación, me atrevo a decir.

Soy de izquierdas y, en este momento, me siento vulnerable. Tengo miedo real a ser agredido en la defensa radical de no sé qué intereses. Y mi única arma es mi lenguaje

Los últimos acontecimientos en la Universidad de Sevilla, en la que un alumno de la Facultad de Derecho afirma que los rojos fusilados estaban bien fusilados, abre la puerta de la reflexión. Y no porque sea la única puerta abierta, sino porque se produce en el seno de la universidad española y desde las aulas de los futuros abogados y jueces de nuestro país. La intolerancia como moneda de cambio de las nuevas generaciones de universitarios no es algo puntual, más bien nos ha situado en el contexto de una asimilación casi total de una juventud entre los 18 y los 35 años, que se define como conservadora en un porcentaje que asusta. Porque su conservadurismo no es sino el camino abierto hacia una ultraderecha que pesca en las aulas donde saben que está la ganancia de pescado de los ríos revueltos de nuestras sociedades. 

Y yo, convencido en mi defensa de los postulados de la izquierda, formado en la necesidad de lo común y apostando por la bondad de una democracia que nos iguala en el ámbito de las decisiones, que nos da derechos y nos impone obligaciones, siento cómo me voy haciendo cada vez más vulnerable ante el juicio sumarísimo de los que creen que no llevo razón, que estoy en el lugar equivocado de la historia o que, sencillamente, soy una lacra dentro de los intereses de evolución de mi sociedad, una sociedad de la que también formo parte.

Las plazas públicas son ahora un espacio para sentir que nuestra capacidad de reflexión y la naturaleza de nuestro pensamiento están en peligro. La izquierda, los que un día creímos en la posibilidad de transformar el mundo, aquellos y aquellas que analizamos, estudiamos con interés, construimos juicios y propusimos sociedades descritas desde la necesidad de ser más y estar juntos, somos vulnerables ante los que ahora piensan que estamos equivocados. Y nos pueden negar con balas, dando espacio a esa frase terrible del estudiante de Derecho Constitucional de una universidad española, confiscando una libertad en la que seguimos creyendo, acallando nuestra manera de pensar.

Soy de izquierdas y, en este momento, me siento vulnerable. Tengo miedo real a ser agredido en la defensa radical de no sé qué intereses. Y mi única arma es mi lenguaje, la manera de hacerme entender desde la defensa de mis ideas, mi formación y los valores que siempre he tratado de sostener, quizá mi literatura. 

“¿A dónde huir, entonces? Por todas partes ojos bizcos,/ córneas torturadas/ implacables pupilas/ retinas reticentes/ vigilan, desconfían, amenazan.”, decía mi admirado Ángel González en su poema “Inventario de lugares propicios para el amor”. Quizá lleguen ahora, aunque todavía estamos a tiempo de reforzar en nosotros una definitiva invulnerabilidad. E ir tirando. 

 _____________________________

Javier Lorenzo Candel es poeta. 

Más sobre este tema
stats