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Sida, responsabilidad compartida

Sonia Guerra López

1959. Hace exactamente 61 años que se registró el primer caso de sida en el mundo. El virus se expandió acompañado del miedo, y junto a ellos viajaban los rumores, bulos y prejuicios que siempre acompañan a lo desconocido. Fueron muchas las personas, demasiadas, las que intentaron vincular el Síndrome de la Inmunodeficiencia Adquirida con el peligro, las drogas, la homosexualidad e incluso el “vicio”. Esta segmentación ficticia hizo que muchas personas no se sintiesen interpeladas y dio alas a un virus que siguió propagándose vertiginosamente entre una población, sobre todo masculina, que por primera vez en mucho tiempo, vivía el sexo y la sexualidad de manera libre, pero poco segura.

La información, la educación y la sensibilización son claves para la prevención de cualquier virus, y más cuando nos va la vida en ello. Lo sabemos bien los y las españolas, también en estos tiempos de covid. Por eso ya entonces, el Gobierno de España, preocupado por la población más joven que rompía con los roles afectivos-sexuales de la generación anterior, libres de la dictadura que había sometido a los y las españolas también en el deseo y las prácticas sexuales, lanzó dos campañas completamente revolucionarias que todavía recordamos los que ya tenemos cierta edad: “SIDA/NODA” (1988) y “Póntelo/pónselo” (1990). Mensajes impactantes, directos y sin tapujos que supusieron un gran revuelo en aquel momento, pero que concienciaron a la población, y cumplieron con su cometido: frenar la propagación de la enfermedad.

Han pasado ya tres décadas y desgraciadamente 32 millones de personas nos han abandonado a nivel mundial a causa del sida. En España lo hicieron 59.525 entre 1981 y 2018. El 80,9% de las víctimas mortales fueron hombres y el 19,1% mujeres. En datos globales la mortalidad ha disminuido un 39% desde 2010 y las infecciones se han reducido un 40% desde 2008. Es cierto, hemos avanzado, pero la lucha no se ha acabado. A finales de 2019 todavía más de 38 millones de personas convivían con el VIH en todo el mundo. El 70% en África, donde las personas infectadas no reciben los tratamientos adecuados, y faltan políticas de prevención de propagación de la enfermedad. No podemos mirar para otro lado, la enfermedad nos interpela a todos y todas, como bien nos recuerda hoy la ONU: “solidaridad mundial, responsabilidad compartida”.

Responsabilidad compartida porque mientras exista una sola persona que muere por sida, viva donde viva, y tenga los recursos que tenga, todos y todas seremos corresponsables. Responsabilidad compartida también para los poderes públicos, mediante la cogobernanza, porque es indispensable universalizar un tratamiento que permita a las personas seropositivas vivir y no solo malvivir o sobrevivir.malsobre Y también, y no menos importante, responsabilidad compartida también de todos y todas para conseguir que esas vidas sean vidas libres de prejuicios y estigmas que, en demasiadas ocasiones, tienen secuelas más profundas que las provocadas en el sistema inmunológico por la propia enfermedad.

Es cierto, hemos avanzado en la lucha contra la enfermedad, pero desgraciadamente todavía el sida sigue estigmatizando a mayores y jóvenes. La prevención y concienciación siguen siendo necesarias para evitar la discriminación y la exclusión social de las personas portadoras del VIH. Desde los poderes públicos debemos seguir avanzando en la promoción de la igualdad de trato y de oportunidades de todas las personas, evitando que se excluya a las personas seropositivas a causa de su enfermedad. Por eso, desde el Gobierno de España apostamos por el Pacto Social por la No Discriminación y la Igualdad de Trato asociada al VIH, eliminando las restricciones en el acceso al empleo y la función pública de las personas que conviven con el virus. Por eso, tampoco podemos, ni debemos consentir que los certificados médicos incluyan el estado serológico como indicador de enfermedad infecto contagiosa. Por eso, debemos seguir avanzando en la atención centrada en las personas, en su recuperación y en la reducción del daño, sin señalarlas, sin cuestionarlas, sin juzgarlas.

Ese es el camino, ahí sigue la lucha, y para librar la batalla definitiva debemos apostar política y presupuestariamente en ciencia e investigación, en sanidad y políticas sociales, tal y como hacen los Presupuestos Generales del Estado que estos días estamos debatiendo en el Congreso de los y las Diputadas, y tal y como hizo ya hace más de un año el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recuperando el papel de España en el Fondo Global contra el sida, la tuberculosis y la malaria.

Porque en definitiva, a eso es a lo que nos referimos cuando hablamos de priorización política, solidaridad mundial y corresponsabilidad. Solo así podremos tararear aquello de Rozalén de: “es tu risa, no tu sangre quien contagia de alegría los rincones de mi vida…” Solo así alcanzaremos una sociedad más justa, solidaria e igualitaria. Solo así, con responsabilidad compartida.

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Sonia Guerra López es portavoz de derechos sociales del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados.

1959. Hace exactamente 61 años que se registró el primer caso de sida en el mundo. El virus se expandió acompañado del miedo, y junto a ellos viajaban los rumores, bulos y prejuicios que siempre acompañan a lo desconocido. Fueron muchas las personas, demasiadas, las que intentaron vincular el Síndrome de la Inmunodeficiencia Adquirida con el peligro, las drogas, la homosexualidad e incluso el “vicio”. Esta segmentación ficticia hizo que muchas personas no se sintiesen interpeladas y dio alas a un virus que siguió propagándose vertiginosamente entre una población, sobre todo masculina, que por primera vez en mucho tiempo, vivía el sexo y la sexualidad de manera libre, pero poco segura.

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