La Guerra Fría fue un período histórico complejo que hemos intentado pensar desde la bipolaridad, una herramienta simplificadora y poco flexible. Hemos escrito una historia nucleada a partir de dos bloques, el que giraba alrededor del capitalismo y el que orbitaba en el contorno del socialismo real. Desde el final de la II Guerra Mundial todos nos fuimos formateando en un razonamiento en base a opuestos, el cual facilitaba cualquier diagnóstico, análisis o solución, ya fuera político, histórico, económico, social o incluso cultural o deportivo. Los posicionamientos de parte también estaban casi naturalizados dependiendo del sistema de creencias, la situación geográfica o la ideología. Fuera del Primer y Segundo mundos fueron orilladas las iniciativas que buscaron otras perspectivas (como los “no alineados”), igual que se cortocircuitaron los intentos de repensar el mundo desde visiones no eurocéntricas, como la filosofía de la liberación, el anticolonialismo o la teoría de la dependencia. En este texto reflexionaremos sobre la posibilidad de compatibilizar esa bipolaridad en la acción con su abandono en el pensamiento del momento histórico. Empecemos desde la caída del Muro de Berlín.
Entre 1989 y 1991 la Guerra Fría se acabó. El socialismo real se desvaneció y uno de los dos ejes del “bipolarismo” se escurrió, aparentemente, por las laderas de la historia. Fue un acontecimiento histórico y político, pero también intelectual. Los intelectuales que habían modelado el mundo bipolar ya no eran útiles. Muchos se quedaron sin campo de trabajo. Ya no había dos mundos simétricos confrontados constantemente ante el espejo. Los especialistas en las pequeñas repúblicas soviéticas dejaban de tener tanta importancia y los grandes estrategas para influir en el enemigo en el espacio público mediante los medios de comunicación o la cultura ya no eran tan útiles. Pese a todo, el pensamiento bipolar continuó. Veamos cómo.
a) A grandes rasgos, la nueva situación era el resultado de dos diagnósticos. Los que defendían el triunfo de los EE.UU y la derrota del socialismo real (Gaddis, Schlesinger, Wells o Barnet) y los que entendían el fin de la Guerra Fría como el colapso económico de la URSS y la magnificación del triunfo de EEUU (Chomsky, Steel o Cumings).
b) Nos convencieron de que el final de la Guerra Fría representaba el principio de un “nuevo orden mundial” para el sistema internacional, aunque seguíamos pensando el mundo dualmente. El nuevo mapa estaba articulado a partir de una “zona de paz” y otra “zona de conflictos” o de países del Norte contra los del Sur. Al mismo tiempo, el fin del comunismo lo interpretamos como el inicio de una nueva convergencia ideológica hacia el modelo resultante de unir la democracia liberal con el capitalismo. Esas valoraciones se dividieron también de forma bipolar entre los “triunfalistas declinistas”, aquellos que pensaban que el modelo triunfante estaba ya en declive (Paul Kennedy) y los “triunfalistas finalistas”, que eran los que sostenían que el sistema capitalista era el triunfo ideológico de la humanidad (Francis Fukuyama o Robert Heilbroner).
c) Hubo otro grupo de reflexiones sobre el colapso de la URSS a finales del siglo pasado. Eran las observaciones que presumían de que el nuevo escenario sería de conflicto. También hubo una consideración dual al respecto. En un bando estaban los que pensaban que el mundo sería una zona de enfrentamientos más o menos caótico (Robert Kaplan o Zbigniew Brzezinski) o un frente de 184 estados donde todos se enfrentarían entre ellos. En el otro bando estarían los que identificaban disputas más concretas. Huntington hablaba de un choque civilizacional entre Occidente y el mundo musulmán, y Max Singer, Aaron Wildavsky o Robert O. Keohane pronosticaban un enfrentamiento de países ricos contra pobres o de Occidente frente al resto del mundo.
d) En cuanto a lo geoestratégico, también se reconocieron dos alternativas, la unipolar y la multipolar. La primera entorno a EEUU como triunfador de la Guerra Fría y la segunda, la multipolar, como configuradora de una nueva legalidad internacional a partir de las grandes instituciones internacionales. Es cierto que hubo un intento de buscar un mundo “unimultipolar” pero no dejó de ser una tercera vía desconsiderada.
En definitiva, hemos entendido tanto la Guerra Fría como su fin con una lógica bipolar. Y así fue como hemos seguido pensando el mundo de la globalización. En Occidente hemos sido incapaces de percatarnos de que no todos piensan como nosotros. Hemos prorrogado la búsqueda de un nuevo enemigo, ya fuera imaginario (extraterrestres), natural (catástrofes), religioso (musulmanes) o económico (China). Con esas nuevas invenciones, podíamos seguir identificando lo bueno y lo malo, lo nuestro y lo de ellos, y lo blanco y lo negro.
El posicionamiento debe ser en contra de la guerra y de los dirigentes rusos que la han provocado, pero el pensamiento no tiene que ser necesariamente dual
La reciente invasión rusa sobre Ucrania nos llega con el mismo embalaje. Ucrania es un espacio clave en la geopolítica global. Para Occidente porque una democracia en ese país sería un impulso para la región y para sus intereses. Para Rusia porque es un lugar clave con el que redefinirse de nuevo como una gran potencia, pese a su falta de modernización económica. Con esas interpretaciones buscamos una simplificación de los hechos y una confusión entre la postura ante la guerra y su pensamiento. El posicionamiento debe ser en contra de la guerra y de los dirigentes rusos que la han provocado, pero el pensamiento no tiene que ser necesariamente dual. La reflexión puede tener en cuenta la propia historia del territorio, los vaivenes de Ucrania, los diferentes grupos poblacionales que la componen y los contextos y juegos de poder de Rusia, la OTAN y Occidente. El análisis también puede tener en cuenta algo que ha quedado fuera de las explicaciones de forma recurrente. El ambiente de destrucción y la pérdida de vidas de soldados y de civiles inocentes son algo sustancial. Las llamadas víctimas “colaterales” son desencadenantes de dramas familiares y colectivos. Son parte de una nueva herida que tardará en cerrar en Ucrania, que reposará en la memoria y que abrirá una brecha de dolor que luego se querrá cerrar administrativamente como sacrificio de la nueva situación política fruto de acuerdos. La sangre, el sufrimiento, la ruptura, el exilio y el desarraigo emocional son elementos que podrían formar parte de la escritura de lo que está pasando.
Seguir discutiendo las causas de la invasión es otra parte del problema. Si la invasión es económica, política, imperial o fruto del delirio de un nuevo líder comunista es quizá simplificador. Hay algo de todo y está mezclado con la información al servicio de la guerra. Sputnik y Russia Today (RT) han sido agentes importantes en la circulación de noticias. En España muchos comentaristas dudaban de la guerra y ahora están preocupados por sus repercusiones en nuestro territorio. Mientras, en Estados Unidos The National Interest titulaba que era el comienzo de la guerra de Putin contra Occidente, y Foreign Affairs se preguntaba qué pasará si gana Rusia mientras anunciaba el regreso de la “Contención”.
Las sanciones a Rusia han comenzado y amenazan con asfixiar al país pero también a la población. Cualquier ruso es visto como el demonio con cuernos cuando muchos no están a favor de la guerra, como se ha demostrado en una carta de 664 científicos publicada en el diario Le Monde. Mientras, la guerra sigue y los analistas siguen con el dualismo explicativo. La incidencia en una nueva Guerra Fría, el inicio de la III Guerra Mundial o la vuelta de la antigua URSS son algunas pruebas. Tratamos a los Estados como sujetos pertenecientes a bloques cerrados y totalizantes, sin matices y buscamos causas absolutas en los hechos. ¿Continuamos en la variable bipolar de 1945 y 1989? ¿Seguimos en la política de bloques monolíticos? ¿Escribiremos una historia sin protagonistas colectivos y de grandes personajes y estrategias geopolíticas? ¿Habrá una historia un poco más humanizada? ¿Sería interesante construir explicaciones no duales? ¿Podremos pensar en el diálogo de contrarios? ¿Qué pasará con los refugiados? Veremos a la brevedad si la complejidad, lo dialógico y la acción comunicativa pueden ofrecer alguna luz, mientras esperamos que pare la destrucción y la muerte, algo que parece lo menos importante puesto que no es dual.
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Israel Sanmartín es profesor del departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Compostela.
La Guerra Fría fue un período histórico complejo que hemos intentado pensar desde la bipolaridad, una herramienta simplificadora y poco flexible. Hemos escrito una historia nucleada a partir de dos bloques, el que giraba alrededor del capitalismo y el que orbitaba en el contorno del socialismo real. Desde el final de la II Guerra Mundial todos nos fuimos formateando en un razonamiento en base a opuestos, el cual facilitaba cualquier diagnóstico, análisis o solución, ya fuera político, histórico, económico, social o incluso cultural o deportivo. Los posicionamientos de parte también estaban casi naturalizados dependiendo del sistema de creencias, la situación geográfica o la ideología. Fuera del Primer y Segundo mundos fueron orilladas las iniciativas que buscaron otras perspectivas (como los “no alineados”), igual que se cortocircuitaron los intentos de repensar el mundo desde visiones no eurocéntricas, como la filosofía de la liberación, el anticolonialismo o la teoría de la dependencia. En este texto reflexionaremos sobre la posibilidad de compatibilizar esa bipolaridad en la acción con su abandono en el pensamiento del momento histórico. Empecemos desde la caída del Muro de Berlín.