Contrariamente a la extendida idea de que el XIII Congreso del PSOE, celebrado los días 11, 12 y 13 de octubre de 1974 en Suresnes, municipio de la margen izquierda del Sena, a las afueras de París, supuso la renovación del partido, lo cierto es que ésta se había iniciado en el exilio francés un lustro antes. Dicho de otro modo, Suresnes fue el espaldarazo de una renovación buscada, defendida y aprobada en congresos precedentes del PSOE y de la UGT, que había germinado a principios de los años sesenta merced a la acción iconoclasta de los jóvenes de la segunda generación del exilio, de quienes cruzaron la frontera siendo niños y crecieron integrados en la sociedad de acogida. Los lances renovadores resultaron de la oposición de las Juventudes Socialistas a Rodolfo Llopis, y del afán de compartir las estrategias políticas del exilio con la clandestinidad hasta entregar la dirección del PSOE a la patria de la que fueron desterrados. La renovación fue fraguándose en el exilio y se consumó en el célebre congreso de Suresnes. No deja de ser feliz coincidencia, que fuese el último del transtierro.
Estos días de aniversario serán ocasión propicia, esperemos, para corregir las frecuentes imprecisiones e inexactitudes sobre su transcendencia; algunas asustan por supina ignorancia o intereses inconfesables. Además, se ha dado pábulo a consideraciones, más anecdóticas que otra cosa, como tildar el proceder del partido de «reformismo» u otras sandeces, no menor sinsentido que el decir que en Suresnes surgió el liderato de Felipe González tras rechazar Nicolás Redondo —hecho cierto— la secretaría general. El joven «Isidoro» ya había sorprendido por sus hechuras de liderazgo y dotes oratorias durante una reunión en Bayona del partido y de la UGT en junio de 1969. Incluso se recordaba su brillante e inopinada intervención ante el congreso tolosano de 1970, no detrás del telón del cine-teatro «Espoir» del 69 rue du Taur sino a cara descubierta, donde dio al traste con las tesis de Llopis. No se olvide que González llegó a París con pasaporte y curtido en tres congresos y diez años de militancia. Suresnes también ha suscitado chascarrillos como reprobar a su presidencia por haber cerrado los micrófonos para negar la palabra a Castellano, Bustelo y Juan Iglesias, quienes, finalizado el congreso, pretendían manifestar su disconformidad con la nueva ejecutiva electa de la que ellos formaban parte. Diré al paso, como contrapeso a la palabrería, que Aurelio Martín Nájera, reconocido especialista de la historia del PSOE, recientemente ha aportado gran documentación en Suresnes. PSOE 1974 (Fundación Pablo Iglesias, 2024).
La renovación del PSOE no se comprenderá sin considerar los disensos ya desde 1960 entre la dirección ejecutiva de Llopis y los jóvenes discrepantes de las agrupaciones tolosana, bordelesa y parisina
En el largo y complejo proceso renovador tuvieron especial protagonismo los doctores Carlos, fallecido en la primavera de 2005, y José Martínez Cobo, hijos del histórico dirigente socialista Carlos Martínez Parera. Ambos firman el ensayo historiográfico El retoñar del fénix. Exilio y clandestinidad del PSOE (Tulús ediciones – Fundación Pablo Iglesias, 2024), en el cual me cupo el honor de colaborar. Autores de ineludibles trabajos sobre los congresos socialistas y del periódico El Socialista, también lo son de los cuatro volúmenes de Intrahistoria del PSOE. Este nuevo estudio suyo reconstruye el suceder de las organizaciones socialistas durante la difícil supervivencia exiliada. En su tramo final, José Martínez Cobo aborda con rigor crítico y veracidad testimonial el proceso renovador que culminó en el teatro «Jean Vilar» de Suresnes, del cual fue como presidente.
La renovación del PSOE no se comprenderá sin considerar los disensos ya desde 1960 entre la dirección ejecutiva de Llopis y los jóvenes discrepantes de las agrupaciones tolosana, bordelesa y parisina. Algunos hechos fueron signos de la renovación en ciernes, como la creación en 1964 de un secretariado femenino que, a propuesta de Martínez Parera, se confió a Carmen García Bloise, con el fin de incentivar la participación de las mujeres dentro del partido, en el interior y en el exilio; su actividad se mantuvo hasta que Llopis lo suprimió en 1970. Corrían tiempos en los que la muerte y el envejecimiento había diezmado la militancia y costaba lograr nuevas incorporaciones a las organizaciones socialistas, pese a la creciente emigración económica. En la federación de Juventudes Socialistas, con Carlos Martínez Cobo al timón, fue imponiéndose la necesidad de provocar el relevo generacional. y la conveniencia orgánica de confiar la dirección a los compañeros de la clandestinidad, pese a la represión franquista y conflictividad entre algunas agrupaciones, de manera más acusada entre Andalucía y Madrid.
Desde la perspectiva que proporciona el tiempo, no hay duda de que tanto los congresos del PSOE en 1970 y 1972 como los de la UGT en 1971 y 1973, es decir, cuatro congresos en cuatro años sucesivos, fueron consolidando la renovación. Doy por supuesto que el lector sabe que por entonces la militancia del partido y del sindicato era la misma y los dirigentes solían serlo asimismo de ambas organizaciones.
A mediados de agosto de 1970, en el congreso de Toulouse presidido por Andrés Saborit, los renovadores exiliados se presentaron como alternativa de futuro; defendieron, aunque entonces sin éxito, que la dirección del partido estuviese en España, propuesta nada descabellada a la luz de la significativa presencia en la asamblea de trece federaciones llegadas de la clandestinidad. En su inesperada intervención contra Llopis, Felipe González reclamó no sólo la autonomía de los dirigentes de la clandestinidad en asuntos que les concernían, sino también su participación en encuentros internacionales. El varapalo a Llopis fue mayúsculo y supuso la primera derrota del secretario general, corroborada por los votos opuestos de los delegados con derecho a voto, sus propios compañeros del exilio. Aunque se propuso una ejecutiva compuesta mayoritariamente por los renovadores (García Bloise, Manuel Simón, Barrabés, García Duarte y Garnacho), no contó con el respaldo de la asamblea. Quizás se antojó prematura la conquista de la dirección.
Resultaría de todo punto impropio restar protagonismo a la UGT en este proceso transformador socialista. Los renovadores consideraron de capital importancia la estrategia política, sin dejar baza al azar, en vísperas del veraniego y conflictivo XI congreso ugetista de 1971 en Toulouse. De modo que, acorde con su hoja de ruta renovadora y bajo la presidencia del “parisino” Paulino Barrabés, en él se propuso, entre otros fines, que los delegados de la clandestinidad pudiesen votar, que el sindicato recuperase la figura de un presidente a la antigua usanza del partido y que se constituyese una comisión ejecutiva colegiada mayoritaria para el interior y sin secretario general. Un año después el PSOE asistirá a su bien llamado, en palabras de Martínez Cobo, «congreso del renacimiento».
Los lectores me dispensarán que no detalle las razones, de todo punto erráticas, de la resistencia de Llopis a convocar en 1972 el duodécimo congreso del PSOE, lo cual provocó que la dirección del Interior no sólo decidió convocar el congreso ordinario para agosto en el cine-theâtre «Espoir», sino que también atrajo para su causa a dos compañeros de la ejecutiva llopista (Juan Iglesias y Juan Fernández), contó con la ayuda de Alfonso Guerra llegado desde Sevilla, y se hizo con el control de Le Socialiste. La escisión de Llopis y sus seguidores, después llamados «históricos», estaba a la vuelta de la esquina. Y pronto se produjo.
A Llopis sólo le restaba tachar a los renovadores de banda de insensatos aventureros, incluso de resentidos comunistas
A Llopis sólo le restaba tachar a los renovadores de banda de insensatos aventureros, incluso de resentidos comunistas. Quienes vivieron aquellos días todavía hoy recuerdan al viejo maestro de la República cruzando, cartera colegial en mano, la sombra de los enormes plátanos del amplio patio del número 69 de la rue du Taur y subir las estrechísimas escaleras hacia su despacho. Llevaba la premonición del vencimiento marcada en su rostro. A pocos metros se declaraba como posición política la colaboración con fuerzas opuestas al régimen franquista y se conseguía, como la UGT un año antes, el acuerdo orgánico de la dirección compartida, sin secretario general. La formaron cinco compañeros del exilio —los parisinos Carmen García Bloise, Arsenio Jiménez y Fernando Gutiérrez; Juan Iglesias por Bayona, y delegado por Bruselas, Curro López del Real—, junto a los diez del Interior: Ramón Rubial, Eduardo López Albizu, Nicolás Redondo, Alfonso Guerra, Felipe González, Enrique Múgica, Luis Alonso Novo, Guillermo Galeote, Pablo Castellano y Agustín González. Tuvo el aval de la Internacional Socialista después de que una comisión comprobase in situ la solvencia de la organización en España, instando a la disidencia a que respetase las resoluciones congresuales. Varios de aquellos ejecutivos reintegrarán luego la dirección en Suresnes.
Martínez Cobo ha trazado esta travesía de la esperanza que concluyó al borde del Sena en 1974. El dictador iniciaba por entonces su agonía; el viernes 11 de octubre, un mes después del atentado que perpetró ETA en la cafetería Rolando de Madrid, el alcalde socialista de Suresnes, Robert Pontillon, esperaba a los delegados e invitados a las puertas del teatro «Jean Vilar». Era un recinto inmejorable para acoger durante el largo fin de semana a los congresistas por su amplísimo patio de butacas, salas anexas muy idóneas para el trabajo de las comisiones y hasta dormitorios adaptados. La elección de Suresnes, propuesta por los ejecutivos de París, lejos de la disidencia llopista, sobre todo respondió sin duda alguna al interés mediático que podía suscitar un acto político español en la metrópolis parisina y la significación internacional que le confería la presencia en la mesa inaugural de François Mitterrand, meses antes candidato a la presidencia de la República francesa, y del chileno Carlos Altamirano.
Los asistentes eran conscientes de que el poder del PSOE reside en sus congresos y que la militancia, a través de sus delegados, decide en ellos a quién confía la secretaría general. El paradigma fue Suresnes. En uno de nuestros encuentros semanales en el café Concorde de Toulouse, me decía esta tarde quien precisamente presidió aquella asamblea:
—Fue un congreso difícil, complejo. Se recondujeron acuerdos del anterior; sin embargo, el de mayor importancia para el futuro del partido fue de tipo orgánico. Aunque ha habido versiones interesadas, lo cierto es que la secretaría general tuvo pretendientes (Castellano, Múgica). Se propuso a Nicolás Redondo, quien la rechazó, y doy fe de que Felipe, ante nuestra insistencia, la aceptó no del todo convencido… El regreso a España de la comisión ejecutiva, integrada enteramente por compañeros del Interior, fue por fin un hecho consumado. Presentíamos que el congreso siguiente sería en Madrid… Y así fue.
Treinta años después del primero en el exilio, que inició una verdadera gesta del PSOE, acababa el proceso iniciado por los jóvenes renovadores en Francia. No deja de ser simbólico que uno de ellos presidiera, entre Mitterrand y Guerra, la sesión inaugural del ya casi mítico Suresnes.
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Javier Pérez Bazo es catedrático de Literatura de la Universidad de Toulouse-Jean Jaurés.
Contrariamente a la extendida idea de que el XIII Congreso del PSOE, celebrado los días 11, 12 y 13 de octubre de 1974 en Suresnes, municipio de la margen izquierda del Sena, a las afueras de París, supuso la renovación del partido, lo cierto es que ésta se había iniciado en el exilio francés un lustro antes. Dicho de otro modo, Suresnes fue el espaldarazo de una renovación buscada, defendida y aprobada en congresos precedentes del PSOE y de la UGT, que había germinado a principios de los años sesenta merced a la acción iconoclasta de los jóvenes de la segunda generación del exilio, de quienes cruzaron la frontera siendo niños y crecieron integrados en la sociedad de acogida. Los lances renovadores resultaron de la oposición de las Juventudes Socialistas a Rodolfo Llopis, y del afán de compartir las estrategias políticas del exilio con la clandestinidad hasta entregar la dirección del PSOE a la patria de la que fueron desterrados. La renovación fue fraguándose en el exilio y se consumó en el célebre congreso de Suresnes. No deja de ser feliz coincidencia, que fuese el último del transtierro.