Hay muchas instituciones esenciales, necesarias, para la democracia. Sin voto, no hay democracia. Sin competencia entre partidos, no hay democracia. Sin separación de poderes no hay democracia. Sin respeto a lo votado, no hay democracia. Sin leyes y sin respeto a las mismas, no hay democracia. Sin respeto al principio democrático de la mayoría, no hay democracia. Sin debate público, sin libertad de expresión, sin duda, no hay democracia.
Hace unos días, en Salvados, se debatía sobre el odio en las redes sociales. El escritor Juan Soto Ivars, defendía que la critica o el insulto en redes sociales son una forma de censura moderna. En cambio, en el mismo programa, un joven señalaba con la puntería de Legolás al arco, que no entendía por qué se cuestionaba desde muchos ámbitos la libertad de expresión en las redes, que el debate sobre la necesidad de protegernos del odio en las redes, y de los sofpapers, Rusia, bots y demás alarmismos, en realidad, es una forma de autodefensa del Estado: como no está siendo capaz de dar soluciones políticas a las demandas políticas, como no garantiza el poder adquisitivo de las pensiones, como no se da trabajo digno, de calidad, un proyecto de vida deseable y digna para la ciudadanía, el Estado opta por la represión penal de la crítica.
Y es que, en efecto, es esto lo que ha hecho el Partido Popular desde que llegó al poder. Leyes como la Ley Mordaza, la reforma del Código Penal para incluir de manera precipitada y vaga el concepto de “delito de odio”, la ambigua e insegura definición de terrorismo recogida en el Pacto antiyihadista criticada por Amnistía Internacional… Todas ellas, leyes vagas, represivas y arbitrarias, para permitir a la Administración coartar e intimidar la libre expresión y la protesta. Leyes para prevenir que se produzca la expresión, para promover la autocensura y la sanción al que se atreve a cuestionar, al que saca una foto de un abuso policial, al que critica a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, a quienes hacen bromas en Twitter o incluso arte con elementos que molestan. Leyes introducidas con buen juego de pies, buscando el apoyo del PSOE y, nominalmente, incluyendo la posibilidad de perseguir las expresiones que ofenden o dañan a colectivos vulnerables para justificar estas legislaciones.
Hoy, unos años después, estamos viviendo un auténtico huracán de involución democrática, un retroceso acelerado hacia un régimen autoritario, en el que esas leyes que permiten la represión de la expresión se aplican como estaba previsto, de manera asimétrica, contra expresiones que son críticas con el sistema, con el sistema político o con otros elementos conexos, como la religión o los símbolos del Estado. El debate público, la crítica, se silencia, se mutila y entramos en una nueva fase pseudodemocrática, en la que hay instituciones que no se pueden criticar o temas de los que no se puede ironizar o hacer humor, salvo que quieras arriesgar multas o cárcel.
El ultimo paso atrás, denunciado incluso por The New York Times, ha sido la retirada de una feria pública de una obra de arte que denunciaba los supuestos “presos políticos” existentes en España. La retirada se produce, según el PP, porque “no hay presos políticos en España”, brillante argumento que llevará a la prohibición de la esperada próxima película de los Vengadores debido a que no existen superhéroes en nuestra tierra. La justificación del PSOE no le ha andado a la zaga, afirmando su portavoz en el Congreso que la retirada es buena porque “en este momento todo lo que contribuya a tranquilizar el ambiente y la crispación es positivo.”, lo cual nos podría llevar a justificar cualquier barbaridad inconstitucional, como imponer un gobernante no electo al país o a una comunidad autónoma, en nombre de la tranquilidad.
Tranquilidad. O sea, mantener esencialmente todo igual. Hay quien dijo que el sistema político funciona con válvulas, con fusibles que van saltando, se van quemando, para mantener todo donde está, la esencia del sistema. Que cuanto peor está la situación, cuanta mayor es la protesta, más fusibles saltan y se queman para contenerla: la abdicación del anterior rey, la caída del PSOE como partido de gobierno negándose a pactar con Podemos, el Tribunal Constitucional, los medios de comunicación y su credibilidad… todo ha ido saltando por los aires, toda su credibilidad quemada, institución a institución, para proteger el corazón del sistema, el poder crudo, estable, en manos de los de siempre, el poder económico que, ya sin disimulo, ha elegido a Ciudadanos para sustituir a Rajoy (veamos si pueden; el PP es un poder por derecho propio).
Pero quemar todas esas instituciones no parece que haya sido suficiente. Y no lo ha sido porque aunque nos insistan, día a día, que la situación está mejor, que hemos salido de la crisis, ellos, que no son tontos, saben que la ira subyacente ante una situación injusta e insoportable que no se ha solucionado en realidad, es un volcán que, en cualquier momento, en cualquier lugar, como en EEUU (Trump) o Alemania, puede estallar. O en Italia, como hemos visto estos días.
No, por supuesto que no van a cuestionarse la desigualdad y la situación de la mayoría de la población, ni tampoco la estructura económica europea. El establishment es tal cual es porque hay una estructura que beneficia a unas élites concretas y estas defenderán esa estructura por encima de todo. No van a solucionar el problema real, la desigualdad y todo lo que la permite. Lo que quieren es que la gente se tranquilice. Y para eso, como no encuentran forma de solucionar la economía sin perder sus privilegios, apuestan por la represión, por impedir la crítica, por mutilar la libertad de expresión, pensando que así se reducirá la protesta.
Es este el contexto en el que estamos. Y es este el contexto en el que hay que entender lo fundamental que es la libertad de expresión desde las opciones criticas con la situación actual, con el establishment y las élites. Es fundamental que quienes apostamos por el cambio hacia una mayor igualdad, entendamos que hay que abandonar con rotundidad y claridad cualquier legitimación de la censura y la limitación de la libertad de expresión, pues son las herramientas que está utilizando el poder para impedir el debate y la crítica a las estructuras que sostienen este sistema político, mientras nos distrae con enemigos internos y externos o nos vende gatosnaranjas. Censura y distracción, para no hablar de lo relevante: de la indignidad de no tener trabajo, de no llegar a fin de mes, de cobrar pensiones cada vez mas miserables, de tener que emigrar, de ver como M. Rajoy sigue en la tribuna, de presentar como renovador a un ex empleado de banca que parece seguir trabajando para sus jefes y que defiende más represión y patada en la puerta como su propuesta.
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Y es hora de que los grupos vulnerables entendamos que estamos haciendo el juego al poder cada vez que exigimos que se aplique una multa o se exija una legislación para perseguir la expresión ofensiva. Sí, es en extremo duro ver pasearse un autobús insultando a niñas y niños, pero defender cualquier tipo de limitación de la libertad de expresión se vuelve con rapidez en nuestra contra, porque esas leyes no se han diseñado ni aprobado para protegernos a nosotros, ni somos nosotros los que decidimos cuando y contra qué se aplican. Se han diseñado para utilizarlas ellos y las aplican ellos. Las han aprobado para poder perseguir y asustar a Drag Sethlas, a Cassandra, al coño insumiso, para defender a neonazis de los “delitos de odio” que sufren por ser nazis, para perseguir a raperos, titiriteros, actores, vagos y maleantes que cuestionan, critican o insultan al poder. Y por cada sentencia contra los que odian la diversidad, habrá cinco en contra de quienes critican a la religión o a las instituciones del Estado, contra colectivos vulnerables que, por su propia definición, no forman parte del poder.
Va siendo hora de decirlo alto y claro. La libertad de expresión tiene el máximo valor cuando protege las opiniones que nos molestan, las que nos hieren y ofenden, incluso las opiniones diversexfóbicas, garantía de poder realizar las críticas más ácidas y crueles al odio y la discriminación. Y cuando en un Estado se recorta la libertad de expresión, incluso las expresiones que ofenden o agreden a los grupos vulnerables, avanzamos hacia un régimen más autoritario, que impactará con esa represión de la expresión con más dureza sobre los grupos vulnerables.
La libertad de expresión es un termómetro de la democracia. Y si queremos tener un país que merezca la pena, esta es una linea roja que no hay que cruzar jamás. O defendemos la libertad de expresión, artística, política, o lo vamos a lamentar muy pronto. ______Ignacio Paredero es secretario general de Podemos Salamanca y activista LGTB+
Hay muchas instituciones esenciales, necesarias, para la democracia. Sin voto, no hay democracia. Sin competencia entre partidos, no hay democracia. Sin separación de poderes no hay democracia. Sin respeto a lo votado, no hay democracia. Sin leyes y sin respeto a las mismas, no hay democracia. Sin respeto al principio democrático de la mayoría, no hay democracia. Sin debate público, sin libertad de expresión, sin duda, no hay democracia.