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Trump, las raíces económicas de la extrema derecha

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Xavier Pérez Dávila

La victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses es un eslabón decisivo en el avance global de la extrema derecha. Los medios progresistas hegemónicos desarrollan una explicación centrada en cuestiones relacionadas con el género, la cultura y la emigración. Se subraya como elemento explicativo la diferencia de nivel académico. Los votantes de Trump serían menos cultos y por eso susceptibles de aceptar alternativas simples para problemas complejos que son incapaces de comprender. No obstante, subestiman las raíces económicas del malestar existente entre las clases trabajadoras estadounidenses y europeas. Las que se ven a sí mismas como fuerzas progresistas llevan décadas promoviendo políticas económicas favorables al capitalismo en su modo de regulación neoliberal. Estas políticas hacen más difícil la vida de las clases subalternas: pérdida de poder adquisitivo, precariedad laboral, mercantilización de la protección social.

El malestar de las clases trabajadoras estadounidenses no es una consecuencia de su nivel cultural y académico, sino la conciencia de que el orden social realmente existente las discrimina y explota

Además, al adherirse al campo semántico de la narración neoliberal facilitaron la alienación de estas clases del espacio supuestamente progresista y su identificación con los que “hablan como ellos” y la dimisión de la vida pública pasándose a la abstención. En 2020, Biden obtuvo 81 millones de votos por 74 de Trump; en 2024 Trump ganó apenas 1 millón de votos, y Harris cayó hasta 68 millones, perdiendo 13 millones. El campo semántico de los progresistas incluye competitividad, innovación, ganadores-perdedores, alta cualificación, reinvención... ningún lexema con el que puedan identificarse las trabajadoras y trabajadores manuales que desempeñan los trabajos más precarizados y de salarios inferiores, absolutamente imprescindibles para el funcionamiento de la economía y de la vida.

Cuantificar la explosión de la desigualdad

A partir de la información ofrecida por la Base de Datos sobre la Desigualdad Mundial (WID) promovida por Thomas Piketty he elaborado dos gráficas sobre la evolución de la distribución de la renta en los Estados Unidos desde 1980 hasta 2023, las cuatro décadas de hegemonía neoliberal después de la destrucción del pacto fordista. La WID suministra datos sobre la participación en la renta total antes de impuestos del 1% más rico, el 10% más rico, el 40% intermedio y el 50% más pobre. Para mi análisis he identificado el 1% más rico con la clase capitalista; el 9% siguiente con la clase de los gestores encargados de la organización de la producción y el consenso social; el 40% intermedio con la clase de las ocupaciones profesionales, clase media; y el 50% inferior con la clase trabajadora.

La gráfica 1 representa la evolución de la participación de las clases dominantes en la renta total.

La clase capitalista, el 1% más rico, duplicó en estas cuatro décadas su participación en la renta total, desde el 10% al 20%. Un triunfo histórico que refleja la intensificación brutal de la tasa de explotación de las clases subalternas. La clase gestora y responsable de garantizar el consenso social, el 9% siguiente, mejoró su porción en 2,5 puntos. En total el 10% superior, las dos clases hegemónicas, aumentó su cuota en casi 13 puntos.

La gráfica 2 representa la evolución de la participación de las clases subalternas en la renta total.

La clase de las profesiones intermedias pierde 6 puntos en la renta total, la clase trabajadora pierde casi 7 puntos. El resumen de las dos gráficas es una transferencia del trabajo al capital de 13 puntos en la capacidad de consumo y ahorro. El malestar de las clases trabajadoras estadounidenses no es una consecuencia de su nivel cultural y académico, sino la conciencia de que el orden social realmente existente las discrimina y explota. Conciencia también alienada, por incapaz de ver la raíz de la desigualdad, y por ello vulnerable.

A partir de los datos de la WID he calculado el número de veces que la renta por persona del 1% más rico (la clase capitalista) y la renta del 9% siguiente (la clase gestora) multiplica la renta por persona del 50% inferior (la clase trabajadora) en 1980 y 2023.  En 1980 la renta por persona de la clase capitalista (1% más rico) multiplicaba por 26 la de la clase trabajadora (50% inferior); en 2023 el múltiplo era ya de 77 veces. En 1980 la renta por persona de la clase gestora (9% después del 1% más rico) multiplicaba por 6 la de la clase trabajadora (50% inferior); en 2023 el múltiplo era de 11 veces.

Las élites democráticas son cómplices de las políticas de la desigualdad

Innumerables estudios documentan esta evolución. Las élites del Partido Demócrata no pueden alegar ignorancia. En 2011 podrían leer a Atkinson, Piketty y Saez alertando sobre la explosión de la desigualdad en el largo plazo desde una perspectiva funcionalista. En 2012 podrían comprender a Mohun que emplea una perspectiva marxista de clase, “el principal hallazgo es que la desigualdad de renta en términos de clase es ahora superior a cualquier momento desde 1918”. En 2017 a David Autor relacionando la caída los salarios con el auge de las compañías gigantes. Tampoco supieron ver el gráfico ya clásico que muestra la desconexión entre el incremento de la productividad y el crecimiento de los salarios de los trabajadores sin funciones de supervisión que se produce a partir de 1973.

Las élites demócratas no pueden alegar ignorancia, son cómplices de la explosión de la desigualdad. Gary Gerstle describe en su magnífico Auge y caída del neoliberalismo cómo Bill Clinton, “a partir de 1994, se convirtió en el presidente neoliberal de Estados Unidos por excelencia” promoviendo la política económica que se conocería como Consenso de Washington. Dos hitos de su presidencia fueron la derogación de la Ley Glass-Steagall y la aprobación de la Ley de Telecomunicaciones. La Ley Glass-Steagall había sido aprobada bajo la presidencia de Roosevelt en 1933 para separar la banca comercial de la banca de inversión. Su derogación en 1999 fue decisiva para alimentar la exuberancia financiera que desembocó en la Gran Crisis Financiera Global de 2007-2008 con terribles consecuencias económicas y sociales. La Ley de Telecomunicaciones de 1996 cedió la explotación de las tecnologías de la información, la comunicación y los datos a unas pocas compañías que como había advertido el periodista Marvin Kitman “van a acabar por poseerlo todo”. El protagonismo de Elon Musk en la campaña de Trump, su capacidad de decisión sobre la libertad de información y la evolución de la guerra en Ucrania son manifestaciones explícitas del poder acumulado por las grandes tecnológicas. Uno más de los poderes que amenazan la democracia.

Apenas el 54% de los ciudadanos estadounidenses consideran que su país sea una democracia. Una mayoría del 70% responde que el gobierno trabaja en beneficio de una pequeña minoría de la que forman parte las corporaciones globales y las grandes tecnológicas

Muy significativamente las dos primeras empresas estadounidenses por facturación, Walmart y Amazon, desarrollan agresivas y antidemocráticas prácticas antisindicales. Emplean 2 millones y millón y medio de trabajadores de los que extraen valor para convertir a la familia Walton en la más rica del mundo y a Jeff Bezos en el tercer multimillonario mundial. El intento de rectificación de Biden desde el Plan de empleos para América, con las reiteradas alusiones al empleo de calidad y a los sindicatos hasta su presencia en los piquetes de la huelga del automóvil, llegó tarde.

Son también innumerables las advertencias sobre la desconfianza creciente respecto de la democracia. Apenas el 54% de los ciudadanos estadounidenses consideran que su país lo sea. Una mayoría del 70% responde que el gobierno trabaja en beneficio de una pequeña minoría de la que forman parte las corporaciones globales y las grandes tecnológicas. El 76% identifica como principales amenazas para la democracia la desigualdad y la corrupción. La mayoría da prioridad a la lucha contra la pobreza por delante del gasto en defensa. Este diagnóstico es acertado. Llama la atención que provenga de una institución tan de orden, Alianza de Democracias, que su fundador fue un antiguo secretario general de la OTAN.

Una lección de las elecciones estadounidenses para las izquierdas globales

La extrema derecha gobierna ya importantes países de América del Norte, América Latina y Europa. En los próximos meses y años comprobaremos los costes de sus políticas para los derechos laborales y sociales, para la vigencia de las libertades democráticas, para los derechos de las mujeres y de las comunidades LGTBI, para las políticas relacionadas con la crisis ecológica y el cambio climático. Qué hacer para enfrentarlas es una cuestión de extraordinaria dificultad y complejidad que necesita de una reflexión colectiva. Sin embargo, sí me atrevo a afirmar que para combatir eficazmente su irrupción será necesaria una política económica radicalmente distinta que se proponga transformar profundamente la relación de fuerzas entre trabajo y capital.

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Xabier Pérez Davila es economista, miembro del Movemento Galego pola Defensa das Pensións e os Servizos Públicos.

La victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses es un eslabón decisivo en el avance global de la extrema derecha. Los medios progresistas hegemónicos desarrollan una explicación centrada en cuestiones relacionadas con el género, la cultura y la emigración. Se subraya como elemento explicativo la diferencia de nivel académico. Los votantes de Trump serían menos cultos y por eso susceptibles de aceptar alternativas simples para problemas complejos que son incapaces de comprender. No obstante, subestiman las raíces económicas del malestar existente entre las clases trabajadoras estadounidenses y europeas. Las que se ven a sí mismas como fuerzas progresistas llevan décadas promoviendo políticas económicas favorables al capitalismo en su modo de regulación neoliberal. Estas políticas hacen más difícil la vida de las clases subalternas: pérdida de poder adquisitivo, precariedad laboral, mercantilización de la protección social.

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