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A las puertas del ministerio con Francisco Fontao

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Escribo estas líneas después de visitar a Francisco Fontao a las puertas del Ministerio de Defensa. Está en huelga de hambre. Le acompaña en esos momentos su madre. Le pregunto cómo está. Me dice que está bien a pesar del frío que es perpetuo en la fachada de la calle General Yagüe. Le pregunto cuál es su situación familiar. Me dice que tiene dos niños pequeños. Le llaman al teléfono. Hay mucha gente que está preocupada por él. Le pregunto qué es lo que quiere conseguir con su acción. Me dice que busca un trabajo, o mejor dicho, continuar en las Fuerzas Armadas. Entró con dieciocho años y no sabe hacer otra cosa. Su situación, antes de que le rescindieran el compromiso, era la de compromiso de larga duración. Podría haber permanecido en las Fuerzas Armadas hasta los cuarenta y cinco años. Le insisto sobre lo que quiere conseguir. Me dice de forma rotunda que seguir en las Fuerzas Armadas, con un desempeño adaptado a sus capacidades.

A Fran –así le conocen sus amigos– le truncó su trayectoria profesional un accidente en acto de servicio. Es decir, cuando estaba cumpliendo con su deber. Le declararon apto con limitaciones; le destinaron a otro puesto, pero no a un puesto adaptado a su discapacidad, como hubiera sido lo razonable y lo legal. No, a otro puesto, para el que no tenía capacidad de respuesta eficaz. Entretanto, nuevas intervenciones quirúrgicas. Nuevo expediente que fue resuelto con una declaración de inutilidad permanente para el servicio. Su grado de discapacidad, el 15%. Dicen que puede trabajar en la vida civil, pero no en las Fuerzas Armadas. Recurre sin éxito. Ahora a esperar la apelación.

El caso de Fran es el de muchos militares de Tropa y Marinería, de Complemento y de Carrera. Como consecuencia de los avatares vitales y en ocasiones de la propia actividad profesional, la discapacidad aparece en sus vidas, de manera inesperada, imprevista, traumática. Han de convivir con una situación que altera todos los planes. Les dijeron al adquirir la condición de militar, que en las Fuerzas Armadas los valores y principios eran un soporte sólido que impregnaba toda la vida de sus componentes. Unidad, compañerismo, valor, gratitud, justicia, dignidad. Pero cuando la discapacidad apareció en su vida, no se hicieron presentes esos valores y principios. Nadie se preocupó por él y por su familia, por sus necesidades y anhelos. Sólo algunos compañeros  de su mismo empleo o escala mantuvieron el contacto. De los demás nada supo. Nadie le reconoció su valor o, al menos, agradeció su entrega y sufrimiento y nadie pidió explicación alguna o se preocupó por depurar responsabilidades. El trato, en general, no fue demasiado digno y menos aún justo. Ya no valía para la vida militar, como algunos la entienden.

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El caso de Francisco Fontao es una nueva oportunidad para recuperar valores y principios y materializar la reglas de comportamiento de los militares. Y para mucho más. Cuando algunos responsables políticos del Ministerio de Defensa y de los Ejércitos se empeñaron en resolver el problema de los militares con discapacidad sobrevenida a través de un tratamiento meramente honorífico de su situación, ni fueron justos ni les trataron con dignidad. Simplemente dieron carpetazo a una situación incómoda, desoyendo un clamor colectivo de miles de militares, de millones de ciudadanos y de toda una Nación.

A los veteranos ni tocarlos. Esta es una frase hecha. Pero expresa lo que muchos españoles sentimos hacia quienes dieron lo mejor de su vida, física y psíquica, en beneficio de su país, de su patria, de sus conciudadanos.  No les podemos dejar en la estacada. Sin empleo, sin dinero, sin reconocimiento, sin apoyos, a la intemperie, como está ahora a las puertas del Ministerio de Defensa, Francisco Fontao. Hay salida y soluciones. La primera es adaptar destinos para los militares con discapacidad sobrevenida y establecer, al menos, una reserva de puestos de trabajo para personas con discapacidad. La segunda, crear una red de apoyos  para los militares con discapacidad sobrevenida y sus familias. La tercera, regular la figura del veterano para que, a través de la misma, éstos recojan y sientan  el reconocimiento a su entrega y sacrificio. Y una cuarta,  hacer justicia con los militares temporales a los que se les exige lo mismo que a los de carrera y sin embargo se les trata desde una manifiesta discriminación negativa al adquirir una discapacidad sobrevenida.

No es tan complicado. Voluntad y determinación y algo previo e importante: Humanidad.

Escribo estas líneas después de visitar a Francisco Fontao a las puertas del Ministerio de Defensa. Está en huelga de hambre. Le acompaña en esos momentos su madre. Le pregunto cómo está. Me dice que está bien a pesar del frío que es perpetuo en la fachada de la calle General Yagüe. Le pregunto cuál es su situación familiar. Me dice que tiene dos niños pequeños. Le llaman al teléfono. Hay mucha gente que está preocupada por él. Le pregunto qué es lo que quiere conseguir con su acción. Me dice que busca un trabajo, o mejor dicho, continuar en las Fuerzas Armadas. Entró con dieciocho años y no sabe hacer otra cosa. Su situación, antes de que le rescindieran el compromiso, era la de compromiso de larga duración. Podría haber permanecido en las Fuerzas Armadas hasta los cuarenta y cinco años. Le insisto sobre lo que quiere conseguir. Me dice de forma rotunda que seguir en las Fuerzas Armadas, con un desempeño adaptado a sus capacidades.

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